(353) Siguieron las cortesías, y hubo
hasta celebraciones, con un Almagro esperanzado, mientras que en la mente de
Hernando Pizarro se agitarían, sin duda, los más siniestros pensamientos:
“Luego Almagro le trajo a Hernando Pizarro a su posada, donde se le hizo muy
gran fiesta, y le hablaron muy amorosamente todos los caballeros e capitanes (no así el atormentado y lúcido Orgóñez)”.
Llegó entonces el no va más de cortesía y
confianza por parte de Almagro (y además con un detalle sentimental):
“Queriéndose partir Hernando Pizarro para el real de su hermano (que estaba en Lima), el Adelantado
Almagro determinó enviar a su hijo, D.
Diego (tenía dieciséis años), para
que fuese acompañándole y a verse con D. Francisco Pizarro. Después de haber
hablado en lo tocante a la paz, se aparejó Hernando Pizarro para partir, y
fueron con él todos los capitanes y la gente más principal hasta media legua de
allí, y, cuando se volvieron, siguieron con él D. Diego (el Mozo), Diego e Gómez de Alvarado, Juan de Saavedra, Francisco de
Chaves, Pedro de los Ríos, Cristóbal Sotelo, Vasco de Guevara, D. Alonso
Enríquez, el alcalde Diego Núñez de Mercado, el secretario Sosa y otros
caballeros principales”. Pizarro los
recibió muy bien, y con gran alegría por ver, al fin, a su hermano libre de
peligro, pero, según Cieza, ocultaba retorcidas intenciones: “Algunos de los de
Pizarro pensaron en prender a todos, pero no se determinaron. Pizarro los envió
de vuelta (a los almagristas) adonde
Almagro con cartas suyas, e, cuando llegaron, le dijeron lo que había pasado, y
que, según su parecer, Hernando Pizarro no cumpliría ninguna de sus promesas”.
Acto seguido, Almagro se retiró con su gente al valle de Zangalla y volvió a
fundar la ciudad de Almagro.
Como en medio de todas estas peripecias
tuvo también protagonismo Don Alonso Enríquez de Guzmán, y siempre cuenta las
cosas pintorescamente, aunque haya que desconfiar de algunos de sus exabruptos,
copio de su crónica algo de lo que se refiere a estos mismos hechos. Explica
que Almagro estaba encantado con lo que Bobadilla le prometía acerca de lo que
iba a decidir sobre los límites de las gobernaciones, y decidió ponerse en sus
manos, desechando que lo hicieran los cuatro escogidos anteriormente para esa
misión (uno de ellos era Enríquez). Veamos el momento en que Bobadilla comunica
su sentencia sobre el caso: “Se puso en medio de los dos reales, y mandó que
comparecieran los dos gobernadores, cada uno con doce caballeros armados, y yo
fui uno de los que llevó consigo don Diego de Almagro. Tenían el fraile y don
Francisco Pizarro trato doble con mucha gente emboscada para prendernos y
matarnos, si no resultase el trato como él quisiese. El justo don Diego de Almagro
consentía en todo lo que quiso Francisco Pizarro, salvo en lo de los límites,
los cuales quedaron para decisión del fraile, al que podemos comparar con
Judas. Retirados los dos gobernadores, el fraile sentenció desposeyendo a don
Diego de Almagro de toda su gobernación, por lo cual nos vimos después en
grandes peligros porque don Diego de Almagro apeló su engañosa sentencia”.
(Imagen) PEDRO DE LOS RÍOS era sobrino de
su homónimo, el que había sido gobernador
de la zona de Nicaragua y quien,
cosa extraña, luego participará como capitán en las guerras civiles. Los dos
eran de Córdoba. Hoy vemos al sobrino en el grupo de capitanes almagristas que
fueron a entregarle a Pizarro a su hermano Hernando, ya liberado. Había sido un
veterano de la tropa de Pizarro en la conquista de Perú. Sin embargo Cieza
tiene razón al mostrarlo ahora como capitán de Almagro. Eso explicaría por qué
le quitaron una encomienda de indios cuando aún vivía Pizarro. El documento de
la imagen (que resulta bastante entendible) es una Real Provisión
enviada al gobernador de la provincia del Perú (Pizarro) para que no se le quiten
a Pedro de los Ríos, vecino de la ciudad del Cuzco, sin ser oído antes, los
indios que tiene encomendados. En el grupo de almagristas que acompañaban a Hernando
Pizarro, figuraba también CRISTÓBAL SOTELO. Nos puede servir de ejemplo para
constatar cómo les rondaba la muerte a aquellos heroicos aventureros. En la
batalla de las Salinas, Cristóbal logró rescatar de una situación desesperada a
un pariente suyo llamado Hernando Sotelo, pero no pudo evitar que, cuando ya lo
llevaba en la grupa de su caballo, lo mataran de un arcabuzazo. También un
hermano de Cristóbal, llamado Gregorio Sotelo, siempre fiel a Almagro, murió en
plena batalla. Y el propio Cristóbal acabó, asimismo, trágicamente, pero no en
la guerra, sino asesinado en una disputa por el capitán García de Alvarado, otro
almagrista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario