(334) Le avisaron a Pizarro de que Almagro
se dirigía a Mala con solamente doce de a caballo, según lo estipulado por
Bobadilla, con el fin de asistir al procedimiento establecido para resolver el
difícil conflicto: “Aunque él también tenía pensamiento de salir pronto de la
ciudad con solamente doce de a caballo, les rogó a sus consejeros que le
dijesen lo que debía hacer en aquellas sesiones, porque no tenía entera
confianza en el Adelantado Almagro si viese ocasión de ponerse en armas”. La
primera respuesta fue osada y oportunista, pero, dentro de lo que cabe en la
estrategia militar, sensata: “Gonzalo Pizarro y el bachiller García Díaz (siempre
se indicaba la importancia del escalafón académico, bachiller, licenciado o
doctor) aconsejaron al Gobernador que, tras él, debía salir la gente y
prender al Adelantado, haciéndolo sin alboroto ni derramamiento de sangre, y
sin aguardar a que se volviese con su capitanes a su campamento; y que, después
de que lo tuviesen preso, lo debía enviar a España para que Su Majestad, siendo
informado de la manera injusta con que había entrado en la ciudad del Cuzco y
de los daños que por su causa se habían producido, lo mandase castigar”.
Lo de que el Rey resolviera después, quizá
hubiese servido para que se impusiera definitivamente el orden. Pero el plan
llevaba incorporadas la traición y la cobardía de aprovecharse de que Almagro
solo contaría con doce jinetes. Hubo voces discordantes, pero lo cierto es que,
de tapadillo, se puso en macha el plan: “Francisco de Chaves, Diego de Agüero e
otros decían que no se debía prenderle,
porque sería evidente la pasión, y quedarían como fementidos (perjuros).
No obstante, es público que determinaron prender a Almagro, aunque yo creo que
el Gobernador no lo mandó”. En este caso, Cieza disculpa demasiado a Pizarro.
El meticuloso cronista anota la fecha de
la salida de Pizarro con doce de a caballo (diez de noviembre de 1537) y da los
nombres de sus acompañantes. Y sigue contando: “Al cabo de tres días, llegó al
pueblo de Mala, donde fue bien recibido por el juez Bobadilla, a quien dijo
venir a cumplir el mandamiento que le había notificado. Bobadilla le contestó
que, puesto que D. Diego de Almagro había hecho pleito homenaje, hiciese él también tal juramento. Ya habían llegado Hernán Ponce y D. Alonso
Enríquez, quienes habían sido nombrados para tomarle pleito homenaje”. Pero
Cieza, en un escueto párrafo, pone al descubierto el traicionero plan que se
había organizado: “Cuando el Gobernador D. Francisco Pizarro hubo salido de la
Ciudad de los Reyes, Gonzalo Pizarro salió después de la ciudad con más de
setecientos españoles de a pie y de a caballo, y caminaron muy en orden,
haciendo el menor ruido que podían”. Cuesta creer que, como nos ha dicho antes
Cieza, Pizarro no hubiera autorizado esta sigilosa salida, porque nunca se
habría atrevido Gonzalo a hacerlo, llevando además un numeroso ejército, sin el
consentimiento de su hermano, ‘el señor Gobernador’. Por esta vez, al ilustre
cronista le ha traicionado su tendencia a disculpar a Pizarro en los casos de
duda.
(Imagen) Vemos ahora a DIEGO DE AGÜERO censurando
noblemente que se quisiera prepararle
una traición a Almagro. Él fue quien corrió para dar la primera alarma de que
los indios iban hacia Lima para atacar la ciudad. También corrió en 1541 a casa
de Pizarro para evitar su asesinato, pero llegó tarde. En 1573, su nieto José
de Agüero presentó documentación sobre los méritos de su padre, Diego de Agüero
el Joven, y de su abuelo, Diego de Agüero el Viejo (nuestro actual
protagonista). Los dos fueron regidores de la ciudad de Lima, y participaron,
sirviendo al Rey, en las guerras civiles. Curiosamente, uno de los bisabuelos
de José fue el vizcaíno Francisco de Garay, Teniente de Gobernador de Jamaica,
quien, al sentirse perdedor, hizo un acuerdo de paz con el invencible Hernán
Cortés. El mismo día en que lo
celebraron, murió Garay, surgiendo la sospecha (injustificada) de que había
sido envenenado. Diego de Agüero el Viejo exhibió ya desde joven sus ansias de
renombre. La imagen muestra el dibujo del escudo que consiguió (solo tenía 26
años) del Rey tras enviarle esta carta: “Diego de Agüero fue con el Gobernador
Don Francisco Pizarro a la conquista de Perú, y se halló con él en toda la
conquista y pacificación, y en la prisión del cacique Atahualpa, y al presente
está sirviendo contra el levantamiento de dichas tierras (por parte de los
indios), y ha hecho otros muchos servicios a Vuestra Majestad, como aparece
en esta probanza, e, por esta causa, a Vuestra Majestad le escribe el dicho
Gobernador suplicándole que, en remuneración de lo mucho que ha servido e
trabajado, le haga merced de le dar por armas (de su escudo) estas que
presenta, para que den memoria de sus servicios, y su persona sea muy honrada”.
Eran adictos a la gloria.
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