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Continuando ahora con Cieza, vemos que, a pesar de su afecto por Pizarro, lo
pone bajo sospecha de hacer maniobras para salir beneficiado en la decisión
sobre los límites de las gobernaciones: “Cuando llegó al pueblo de Mala, el
Gobernador Pizarro puso gran diligencia por atraerse a su voluntad al juez Bobadilla,
y en alguna manera se supo que se inclinaba más a la parte suya que a la de
Almagro, y tenían pública e ocultamente pláticas y conciertos”. No es extraño
que el furibundo D. Alonso Enríquez, uno de los encargados, en representación
de Almagro, de tomarle juramento a Pizarro para que hiciera sus promesas, lo
mencione rabioso. Incluso habla de la trampa preparada por Gonzalo Pizarro y
llega a decir que Bobadilla era cómplice en el plan: “El fraile Bobadilla se
puso en medio de los dos campamentos, y mandó comparecer ante sí a los dos
gobernadores (lo hicieron por separado), cada uno con doce caballeros
armados, y yo fui uno de los que llevó consigo don Diego de Almagro. Tenían el
fraile, que podemos comparar a Judas, y don Francisco Pizarro trato doble con
mucha gente emboscada para prendernos y matarnos si el resultado de las
investigaciones sobre los límites no le resultaran favorables”.
En el momento de hacer el trámite, fue
precisamente D. Alonso Enríquez el encargado de tomar el juramento a Pizarro.
La fórmula no podía ser más solemne: “Vuestra Señoría, señor D. Francisco
Pizarro, Gobernador de la Nueva Castilla
por Su Majestad, ¿jura por vida del emperador rey D. Carlos nuestro Señor, e
hace pleito homenaje, como caballero hijodalgo, en manos o poder de mí, D.
Alonso Enríquez, una, dos e tres veces (como el juramento de Alfonso VI ante
el Cid), según el estilo de España e como lo hacen los caballeros de ella,
que guardará e mantendrá e cumplirá bien e fielmente, sin cautela alguna, las
cosas siguientes…”. Fundamentalmente se trataba de prometer que, mientras se
resolviera el pleito cuya sentencia estaba en manos de Bobadilla, no hubiera
por parte de Pizarro ni de sus hombres ningún intento de dañar a Almagro o a
sus hombres. Resulta patético que, mientras Pizarro daba su conformidad a juramento
tan pomposo, y tan comprometedor para su honra en caso de no cumplirlo, sus
tropas se iban acercando con las peores intenciones. Luego D. Alonso Enríquez
les pidió que juraran (y juraron) algo parecido a los capitanes que acompañaban
a Pizarro.
Va a llegar el impresionante momento del
encuentro de Pizarro y Almagro, los dos viejos amigos y socios, compañeros de
mil fatigas y auténticos artífices complementarios de la conquista de Perú.
Llevaban dos años sin verse, desde el mes de junio de 1536, cuando hicieron en el Cuzco, antes de que Almagro
partiera para Chile, el dramático juramento de amistad eterna. Por lo que
cuenta Cieza, el que estaba más temeroso de que se hiciera alguna trampa era
Almagro, sobre todo porque sus capitanes le insistían en que los de Pizarro
andaban con demasiadas cautelas.
(Imagen) No sabe uno ya si Bobadilla era
un tramposo que estaba al servicio de Pizarro o un hombre sumamente autoritario,
porque fue muy duro y comprometedor el juramento de cumplimiento que les obligó
a hacer a los dos gobernadores. Para el cronista Don Alonso Enríquez de Guzmán
no había duda: iba a favorecer con su sentencia a Pizarro (de hecho, así ocurrió).
La complicada forma de ser de Enríquez resulta desconcertante. Todos reconocían
su valía como militar y persona influyente, pero, al mismo tiempo, desconfiaban
de sus maniobras de pícaro. Cieza dice que “tenía muchas mañas”. En 1541, se
atrevió incluso a pleitear con Pizarro (a quien poco tiempo le faltaba para ser
asesinado). Le reclamaba (cosa
sorprendente) “que Don Francisco Pizarro, Gobernador del Perú, le debe 730
pesos de oro que le ganó en un juego de pelota (dada la edad de Pizarro,
tuvo que ser apostando), y no se los ha querido pagar ni ha podido alcanzar
justicia contra él”. Era también mal enemigo e incapaz de perdonar las ofensas,
como lo muestra el incidente al que se refiere el documento de la imagen,
escrito por el Rey, con el siguiente contenido: Diego de Mercado le debía
dinero a Enríquez, y su hermano Diego Núñez de Mercado (del que ya hemos
hablado) había resultado su avalista. Esa deuda la utilizó Enríquez como fianza
en un pleito que había iniciado el fiscal Villalobos contra él “por haber
cometido ciertos delitos en las nuestras Indias”. El fiscal embargó, pues, a
Núñez de Mercado, a quien el Rey le dice ahora (en otra página) que se ha
levantado el embargo porque Enríquez había pagado ya directamente el importe.
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