viernes, 15 de febrero de 2019

(Día 755) Pizarro acepta todas las condiciones de tregua, pero sin intención de cumplirlas. Hasta finge que mantiene un gran afecto por Almagro, quien, más confiado, retrasa sus posiciones militares, con gran disgusto de Orgóñez.


     (345) El profético Orgóñez ya le había advertido a Almagro que, si le ofrecía la paz a Pizarro, “lo engañaría y no cumpliría con él ninguna cosa que prometiese”. Pizarro, en su afán simulador, les dijo a los representantes de Almagro que tampoco él se fiaba de Bobadilla, por lo que lo descartaba de lo que ahora iban a negociar, poniendo en su lugar a fray Juan de Olías, quien actuaría junto a otros representantes de Pizarro, todos del gusto de los almagristas.
     Hubo cosas de las que había ordenado Bobadilla que fueron aceptadas por ambas partes. Se comprometían a desarmar sus ejércitos hasta que hubiera una decisión definitiva sobre los límites de las gobernaciones o una última orden de Su Majestad. También hubo conformidad en que Almagro, como ordenaba Bobadilla, pudiese tener tratos con los mercaderes de Lima. El cambio esencial del enfoque radicaba en un punto concreto: Almagro exigía que tanto él como Pizarro, durante ese tiempo de espera, siguieran situados en el mismo territorio que entonces controlaban, él ocupando el Cuzco y Pizarro la ciudad de Lima. No hubo ni la más mínima discusión. Pizarro estuvo de acuerdo en todo, porque no pensaba cumplir nada. Lucharía por el Cuzco, e incluso es de suponer que le gustara la idea de prometer desarmar su ejército, para ver si Almagro cometía la ingenuidad de hacerlo con el suyo.
     Pizarro les hablaba a los mensajeros de lo mucho que le alegraba haber hecho las paces con Almagro, “a quien más que a un hermano quería”. Pero tan lindas palabras no calmaban su desconfianza, y le exigieron el más solemne de los juramentos (que de nada serviría): “Los que habían venido con los poderes de Almagro mostraron que solo estarían satisfechos si hacía pleito homenaje de mantener firmemente lo acordado. El Gobernador Pizarro dijo que lo juraría con gusto, y asimismo sus capitanes”. Luego él y sus capitanes hicieron el juramento de pleito homenaje notarialmente ante testigos, dejando constancia los mensajeros de que se comprometían a que Almagro actuara de la misma manera. Cieza no puede evitar el comentario de que “la intención de Pizarro no estaba de acuerdo con sus palabras”. Quien se encargó de tomar el solemne juramento fue Diego Núñez de Mercado, y ante él prometieron cumplirlo pomposamente el Gobernador Don Francisco Pizarro y los capitanes Alonso de Alvarado, Gonzalo Pizarro (todavía por debajo del rango militar de Alvarado), Diego de Rojas, Diego de Agüero, Francisco de Chaves, Diego de Urbina, Pedro de Vergara y Pedro de Castro.
     A su vuelta, los mensajeros le pidieron a Almagro que cumpliera lo que habían prometido en su nombre, y se formalizó la toma de su pleito homenaje. Siempre deseoso de evitar la guerra, Almagro dio el primer paso de las condiciones estipuladas. Abandonó la población que había fundado en el valle de Chincha, llamada Almagro, y retrocedió hasta el valle de Zangalla. Como era de esperar, el clarividente Rodrigo Orgóñez (‘¡qué buen vasallo si obiese buen señor..!’) puso el grito en el cielo: “Rodrigo Orgóñez hacía grandes exclamaciones, diciendo que el mismo Almagro se quería perder, pero que no bastaban sus consejos para estorbar lo ya concertado”. Y, además, ¡se iba a liberar a Hernando Pizarro!

     (Imagen) DIEGO DE URBINA, nacido en Orduña, era uno de los capitanes destacados de Pizarro, pero se pasó finalmente al bando de las fuerzas leales a la Corona. Más adelante le dedicaré un amplio espacio porque le escribió al Rey una larga carta comunicándole que Pizarro había sido asesinado y explicándole los problemas que surgieron después. Hubo varios Urbina, y bastantes con el nombre de Diego, lo que se presta a confusiones. El apellido es de origen vasco, aunque exista casualmente en Italia una población con ese nombre. En 1601, una tal Catalina de Urbina hizo una relación de los méritos y servicio de sus parientes más próximos. El texto nos mete de lleno en las guerras civiles de Perú. Dice que su padre, también llamado Diego de Urbina (posiblemente se trate de nuestro protagonista) “fue sobrino de Diego de Urbina, que era Maese de Campo contra el tirano Gonzalo Pizarro, y, en un riguroso encuentro que tuvo (su tío) contra los tiranos, le dieron un arcabuzazo, de lo que murió luego”. En 1538 se presentó un Diego de Urbina en Perú ante Francisco Pizarro con una recomendación que le había dado la reina Isabel, esposa de Carlos V, porque había servido en Italia mucho tiempo. La historia del padre de Catalina también acabó dramáticamente. Y así la cuenta: “Su padre, habiéndose alzado Francisco Hernández Girón contra el Rey (fue la última guerra civil), determinó matarle y, para ello, juntó a familiares y amigos. Cuando estaba a punto para ejecutarlo, le llegó la noticia al tirano, y, con la mucha gente que tenía, le prendió, y, estando preso, él y su maese de campo le dieron garrote, y le robaron todo lo que tenía en su casa”. Tuvo que ocurrir en 1553 o 1554.



No hay comentarios:

Publicar un comentario