(345) El profético Orgóñez ya le había
advertido a Almagro que, si le ofrecía la paz a Pizarro, “lo engañaría y no
cumpliría con él ninguna cosa que prometiese”. Pizarro, en su afán simulador,
les dijo a los representantes de Almagro que tampoco él se fiaba de Bobadilla,
por lo que lo descartaba de lo que ahora iban a negociar, poniendo en su lugar
a fray Juan de Olías, quien actuaría junto a otros representantes de Pizarro,
todos del gusto de los almagristas.
Hubo cosas
de las que había ordenado Bobadilla que fueron aceptadas por ambas partes. Se
comprometían a desarmar sus ejércitos hasta que hubiera una decisión definitiva
sobre los límites de las gobernaciones o una última orden de Su Majestad.
También hubo conformidad en que Almagro, como ordenaba Bobadilla, pudiese tener
tratos con los mercaderes de Lima. El cambio esencial del enfoque radicaba en
un punto concreto: Almagro exigía que tanto él como Pizarro, durante ese tiempo
de espera, siguieran situados en el mismo territorio que entonces controlaban,
él ocupando el Cuzco y Pizarro la ciudad de Lima. No hubo ni la más mínima
discusión. Pizarro estuvo de acuerdo en todo, porque no pensaba cumplir nada.
Lucharía por el Cuzco, e incluso es de suponer que le gustara la idea de
prometer desarmar su ejército, para ver si Almagro cometía la ingenuidad de
hacerlo con el suyo.
Pizarro les
hablaba a los mensajeros de lo mucho que le alegraba haber hecho las paces con
Almagro, “a quien más que a un hermano quería”. Pero tan lindas palabras no
calmaban su desconfianza, y le exigieron el más solemne de los juramentos (que
de nada serviría): “Los que habían venido con los poderes de Almagro mostraron
que solo estarían satisfechos si hacía pleito homenaje de mantener firmemente
lo acordado. El Gobernador Pizarro dijo que lo juraría con gusto, y asimismo
sus capitanes”. Luego él y sus capitanes hicieron el juramento de pleito
homenaje notarialmente ante testigos, dejando constancia los mensajeros de que
se comprometían a que Almagro actuara de la misma manera. Cieza no puede evitar
el comentario de que “la intención de Pizarro no estaba de acuerdo con sus
palabras”. Quien se encargó de tomar el solemne juramento fue Diego Núñez de
Mercado, y ante él prometieron cumplirlo pomposamente el Gobernador Don
Francisco Pizarro y los capitanes Alonso de Alvarado, Gonzalo Pizarro (todavía
por debajo del rango militar de Alvarado), Diego de Rojas, Diego de Agüero,
Francisco de Chaves, Diego de Urbina, Pedro de Vergara y Pedro de Castro.
A su vuelta,
los mensajeros le pidieron a Almagro que cumpliera lo que habían prometido en
su nombre, y se formalizó la toma de su pleito homenaje. Siempre deseoso de
evitar la guerra, Almagro dio el primer paso de las condiciones estipuladas.
Abandonó la población que había fundado en el valle de Chincha, llamada
Almagro, y retrocedió hasta el valle de Zangalla. Como era de esperar, el
clarividente Rodrigo Orgóñez (‘¡qué buen vasallo si obiese buen señor..!’) puso
el grito en el cielo: “Rodrigo Orgóñez hacía grandes exclamaciones, diciendo
que el mismo Almagro se quería perder, pero que no bastaban sus consejos para
estorbar lo ya concertado”. Y, además, ¡se iba a liberar a Hernando Pizarro!
(Imagen) DIEGO
DE URBINA, nacido en Orduña, era uno de los capitanes destacados de Pizarro,
pero se pasó finalmente al bando de las fuerzas leales a la Corona. Más
adelante le dedicaré un amplio espacio porque le escribió al Rey una larga
carta comunicándole que Pizarro había sido asesinado y explicándole los
problemas que surgieron después. Hubo varios Urbina, y bastantes con el nombre
de Diego, lo que se presta a confusiones. El apellido es de origen vasco, aunque
exista casualmente en Italia una población con ese nombre. En 1601, una tal
Catalina de Urbina hizo una relación de los méritos y servicio de sus parientes
más próximos. El texto nos mete de lleno en las guerras civiles de Perú. Dice
que su padre, también llamado Diego de Urbina (posiblemente se trate de nuestro
protagonista) “fue sobrino de Diego de Urbina, que era Maese de Campo contra el
tirano Gonzalo Pizarro, y, en un riguroso encuentro que tuvo (su tío) contra los tiranos, le dieron un
arcabuzazo, de lo que murió luego”. En 1538 se presentó un Diego de Urbina en
Perú ante Francisco Pizarro con una recomendación que le había dado la reina
Isabel, esposa de Carlos V, porque había servido en Italia mucho tiempo. La
historia del padre de Catalina también acabó dramáticamente. Y así la cuenta: “Su
padre, habiéndose alzado Francisco Hernández Girón contra el Rey (fue la última guerra civil), determinó
matarle y, para ello, juntó a familiares y amigos. Cuando estaba a punto para
ejecutarlo, le llegó la noticia al tirano, y, con la mucha gente que tenía, le
prendió, y, estando preso, él y su maese de campo le dieron garrote, y le
robaron todo lo que tenía en su casa”. Tuvo que ocurrir en 1553 o 1554.
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