(352) Resultó dramática la escena cuando
Almagro le comunicó al fiel y experimentado Rodrigo Orgóñez lo que había
determinado sin consultarle: “D. Diego de Almagro mandó llamar al general
Rodrigo Orgóñez y le dijo que no se turbase por que sin su consejo se hubiera
determinado hacer una cosa que él siempre estorbaba, y que querer guiar las
cosas con rigor era encenderlas de tal manera que siempre irían de mal en peor,
e que habiendo guerras y creciendo las diferencias, ellos morirían, y que, para
evitarlo, había determinado poner en libertad a Hernando Pizarro. Cuando
Orgóñez lo oyó, se vio claramente la tristeza que recibió, e lo contradijo
diciendo que quien en España no cumplió la palabra que dio (cuando Hernando le puso zancadillas a
Almagro ante el Rey), tampoco la cumpliría en las Indias. Dijo también que, aunque a Almagro le parecía
que las armas ya no eran menester, lo que convenía era aderezarlas y
procurarlas. E alzando la cabeza, con la siniestra mano se cogió la barba, e
haciendo señal con la diestra de cortarse la cabeza, dijo a grandes voces: ‘¡Ay
de ti, Orgóñez, que por la amistad con Almagro te han de cortar esta por la
garganta’. E un soldado al que todos oyeron, dijo en voz alta: ‘Hasta ahora,
Almagro, no eran menester armas y yo no tenía pica; ahora haré una con dos
hierros porque bien necesaria me será’. Y por todo el real había gran alboroto,
diciéndose que, suelto Hernando Pizarro, no se esperase concordia ni paz, y que
se tuviese la guerra por muy cierta. Y en partes públicas, se escribió lo
siguiente: “Almagro pide paz, / los Pizarros, guerra, guerra; / Ellos todos
morirán, / Y otro mandará la tierra”. Terrible situación.
Pues, ¡arriba el telón!, y veamos a
Almagro cometiendo el error más grave de su vida, y cómo las clarividentes
advertencias de Orgóñez no sirvieron de nada cuando vio que se iba a consumar
la terrible estupidez: “Orgóñez y otros procuraban estorbar lo que se pretendía
hacer, afirmando que, una vez suelto Hernando Pizarro, se iba a vengar de la
afrenta que se le había hecho al ocupar el Cuzco, y de haberle tenido preso (con lógicas y continuas angustias de muerte);
a lo cual respondía Almagro que no se dejaría de cumplir lo acordado entre él y el Gobernador D.
Francisco Pizarro, y que le iba a exigir a Hernando Pizarro que jurara
solemnemente guardar la paz. E luego, tomando consigo a Diego Gómez de
Alvarado, a D. Alonso Enríquez de Guzmán (nuestro
viejo y peculiar conocido), a Juan de Saavedra, a Francisco de Chaves y a
algunos más, se fue a la prisión en la que estaba Hernando Pizarro. Y Noguerol
de Ulloa (era el gran piloto que le había
llevado refuerzos a Almagro cuando volvía de Chile), que lo tenía a su
cargo, lo llevó luego adonde estaba el Adelantado Almagro, y se abrazaron (¡qué show..!), diciéndole Almagro que,
las cosas pasadas puestas en olvido, tuviese por bien que hubiese paz para
siempre. Hernando Pizarro, ansioso por verse fuera de aquel lugar, le respondió
cortésmente, y luego juró solemnemente, por Dios y por Santa María e por las
palabras de los Evangelios, cumplir lo asentado, e hizo pleito homenaje en la
debida forma”. Qué catástrofe.
(Imagen) Es el crítico momento en que
Almagro, al desencadenar a Hernando Pizarro, desencadena también los hechos que
llevarán directos a su propia trágica muerte. Todo vino de la impaciencia. No
le dieron tiempo al Rey para zanjar la cuestión. Hace poco vimos una carta suya
en la que, con palabras muy duras, le reprochaba a Almagro haberse apoderado
del Cuzco violentamente, y apresando a Hernando Pizarro. La imagen de hoy es un
trozo de otra, tomada de PARES, que explica la causa de todo el drama que
vendrá después. Ni siquiera el Rey sabía dónde quedaba exactamente el Cuzco y
les pidió ansiosamente al obispo de la ciudad y al licenciado La Gama que lo
resolvieran peritos fiables, y que le mandasen rápidamente el resultado para
que él decidiera. Temía lo que luego ocurrió: Pizarro y Almagro dieron rienda
suelta a las guerras civiles. En la bella caligrafía, se lee (resumiendo) lo
que les pide al obispo y a La Gama: “Que os informéis por todas las vías para
saber la verdad por informaciones de testigos, así como por las de aquellos de
vuestro oficio a quienes os pareciere que debáis recurrir, EN CUÁL DE LAS
DICHAS GOBERNACIONES CAE LA CIUDAD DEL CUZCO, tomando para ello personas sin
sospecha que lo sepan y entiendan los límites y demarcación de cada una de las
dichas gobernaciones, y lo enviéis escrito en los primeros navíos que para
estos Reinos vinieren”. Esa sola frase que transcribo en mayúsculas revela una
de las tres causas de las horribles guerras civiles. Las otras dos fueron la
enorme distancia hasta España y la ciega e impaciente ambición de Pizarro, de Almagro
y de sus tropas.
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