(350) El protagonismo del fraile apesta
porque se ve claramente que quien actúa en la sombra es Pizarro. Cieza comenta:
“Bobadilla mandaba que la ciudad del
Cuzco se depositase en manos de un tercero, con una persona tal, que conviniera
al servicio de su Majestad, para que la tuviese en administración hasta que los
pilotos declararan a qué gobernación pertenecía, o hasta que llegase otra
provisión de su Majestad”. Y el fraile añadió una frase contundente: “E por
cuanto, para la conformidad y la paz de ambos señores, se requiere la
liberación de Hernando Pizarro, mando y declaro que el Adelantado D. Diego de
Almagro ordene su liberación”. Aunque le hacía algunas pequeñas concesiones a Almagro,
ni que decir tiene que Pizarro estuvo de acuerdo con lo que Bobadilla mandaba.
Liberado Hernando Pizarro, ya tendría él ocasión de recuperar con astucias el
Cuzco si Almagro no lo abandonaba. En la trepidante y larguísima historia de la
conquista de Perú, todos vivían fatigas constantes en medio de preocupaciones
sin fin. Los dos gobernadores pasaban de los sesenta años. Almagro, además,
estaba gravemente enfermo de sífilis. Tenían los achaques de la vejez y el
desgaste de las batallas, aunque Pizarro mostró cuatro años después mucho valor
y la energía suficiente para morir matando a varios de los que fueron a
asesinarle. Llevaba ya siete meses temiendo a cada instante que Almagro matara
en su presidio a Hernando Pizarro, y estaba dispuesto a transigir
(aparentemente) con lo que fuera necesario para poder liberarlo.
Cualquiera podía entender lo que pretendían
disimuladamente las órdenes de Bobadilla, y Almagro contaba con buenos
asesores. Así que, ya harto, la ensoberbecida respuesta que le dio, por escrito
ante notario, tuvo que escocerle: “En la ciudad de Almagro, a diecinueve días
del mes de noviembre de mil quinientos treinta y seis años, el muy magnífico
señor Adelantado D. Diego de Almagro, Gobernador e Capitán General del Nuevo
Reino de Toledo por Su Majestad, habiendo visto las disposiciones de fray
Francisco de Bobadilla, dijo lo siguiente en presencia de mí, Alonso Silva,
escribano de Su Majestad, e de los testigos de yuso escritos: Que el dicho fray
Francisco de Bobadila no es juez ni parte para mandar lo que manda, por cuanto
el encargo que tuvo para ser juez entre los Gobernadores acabó el día que dio
su sentencia, y ha sido apelada por haberse conocido claramente la malicia que
había en ella”. Por si fuera poco, aseguraba que Bobadilla trató de embaucarle
con promesas de favorecerlo: “Dijo también que la forma que buscó para que él
aceptase que se pusiese solo en sus manos la decisión de la sentencia, fue
jurándole y prometiéndole por el hábito
de Nuestra Señora dividir las gobernaciones dejándole a él en esta
ciudad de Almagro (lo que incluía el
Cuzco), con la mitad de la tierra que hay hasta Lima, sin habérselo pedido
el dicho Gobernador D. Diego de Almagro, el cual, por el bien y pacificación de
todos, se lo concedió, aunque se veían los engaños, falsedades e maldades que
el dicho Provincial tenía fabricadas, como luego se demostró”.
(Imagen) Por su interés, hago otro
comentario sobre una imagen ya vista de una durísima carta que Calos V le envió
a Almagro cuando ocurría lo que Cieza nos va narrando. Seguro que Almagro se
dio cuenta al instante de que se había convertido en un villano a los ojos del
Rey, y de que, si alguna legitimidad tenía contra los supuestos abusos de Pizarro
y sus hermanos, la había echado a perder. Parte del texto de la carta aparece
en la imagen. El Rey le decía a Almagro (resumiendo el contenido): “He sido
enterado de que al volver de Chile, habéis ido al Cuzco,
adonde estaba Hernando Pizarro, y enviasteis a decirle que os entregase la
ciudad del Cuzco porque caía en los límites de vuestra gobernación. Hernando
Pizarro os dijo que le mostraseis las provisiones que de Nos teníais, pues él
os la entregaría. Sabida por vos la respuesta, buscasteis medios para hacer un
concierto con Hernando Pizarro, y, para ello, os había enviado Hernando Pizarro
a Don Alonso Enríquez y al licenciado Prado, los cuales, dejando de hacer lo
que se les había encargado, al parecer se concertaron con vos en entregaros la
dicha ciudad del Cuzco, y una noche lo pusieron por obra y os la entregaron.
Vos, sin temor de Dios ni de nuestra Justicia, con gran alboroto y mano armada,
os apoderasteis de la ciudad, y prendisteis, y tenéis presos, a Hernando
Pizarro y a nuestros oficiales que dentro estaban y a otras personas
principales”. Luego dice que se considera muy mal servido por tratarse de
hechos tan graves, y le manda que sin dilación ni
excusa devuelva la ciudad del Cuzco. También sale muy malparado el peculiar Don Alonso Enríquez de Guzmán,
puesto que el Rey lo presenta como cómplice en asunto tan grave.
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