(347) Nada
podía complicar más la situación que el hecho de que el Cuzco estuviera
entonces en manos de Almagro. Si ya, con dudosos derechos, se consideraba ansiosa
y tozudamente dueño y señor de la ciudad del Cuzco, la nueva provisión real recibida
podía ser un grave peligro para Pizarro. Peransúrez traía dos cartas de Carlos
V y una de su mujer, la Emperatriz Isabel, debiendo tenerse en cuenta que todas
ellas se habían escrito un año antes de que las recibiera Pizarro. Haré un
resumen del texto íntegro que copia Cieza, dejando de lado la primera de Carlos
V por su escasa relevancia para lo que ahora nos interesa, y empezando con una
breve alusión a la de la Reina, que habla de asuntos generales y comenta su
preocupación por la noticia que le dio Peransúrez del cerco que había puesto Manco
Inca a la ciudad del Cuzco. Hace también una referencia de alivio con respecto
a las andanzas de Almagro por Chile: “Vi vuestra carta (se dirige a Pizarro), hecha en la Ciudad de los Reyes a veintiséis
de mayo del presente año (1536) en la que me hacéis saber el
estado en que están las cosas de la provincia, especialmente el levantamiento
que los naturales de ella han hecho, e que querían cercar a Hernando Pizarro y
otros españoles en la ciudad del Cuzco, lo que me ha desplacido mucho,
principalmente por lo que toca al servicio de Dios Nuestro Señor. Vi también lo
que me decís sobre que a veintiséis de mayo, fecha de vuestra carta, no teníais nueva alguna del Mariscal D. Diego
de Almagro, y holgué mucho de ello porque acá se había dicho que era fallecido,
pues le tenemos por muy buen servidor nuestro. También holgué del socorro que
decís que le enviasteis en un galeón con gente, armas y bastimento, y os
encargo que siempre le ayudéis e le favorezcáis en lo que os fuere posible”.
En su
segunda carta, el Rey dictaba la nueva provisión. Curiosamente, y quizá para
rebajar simbólicamente su autoridad, no se dirige a Pizarro y a Almagro como
gobernadores, sino como Adelantado y Mariscal respectivamente. Recordaba en su
escrito que estaban señaladas las separaciones de las dos gobernaciones, pero alertaba del peligro de
que surgieran disensiones entre ellos por excederse en la ocupación de lo que
tenían concedido, “lo que causaría gran estorbo para la población de estas
tierras, e para que los naturales de ellas alcanzasen el verdadero conocimiento
de la lumbre de la fe, que es nuestro principal intento y deseo”. Tras esta
coletilla habitual, que no resulta del todo creíble, puesto que lo principal
era lo siguiente, añade: “… y por el daño que vendría a nuestra Corona Real e a
los súbditos de ella, queriendo poner remedio en ello de manera que cesen los
dichos inconvenientes e daños, y, visto en el Consejo de las Indias, e
consultado con la Emperatriz, nuestra muy cara e muy amada mujer (va a ser quien firme el documento), fue
acordado que debíamos dar esta carta, e Nos lo tuvimos por bien, por la cual os
mandamos que no salgáis de los límites que os están dados en gobernación, ni
enviéis capitanes a descubrir ni conquistar otras tierras más que aquellas que
se incluyen dentro de los dichos límites”.
(Imagen) LA
EMPERATRIZ ISABEL DE PORTUGAL era hija de Manuel I de Portugal y de María de
Aragón, y, por tanto, nieta de los Reyes
Católicos. Fue una mujer llena de cualidades y muy religiosa, de la que, cosa
rara entre la realeza, su primo y marido Carlos V estuvo muy enamorado. Quizá
por eso no se volviera a casar al quedarse viudo tras 16 años de matrimonio. Delegó
en ella los poderes durante sus frecuentes y largos viajes, y actuó mucho
tiempo como Gobernadora de Castilla. De
ahí que gran parte de la correspondencia de la corona castellana que llegó a
las Indias llevara su firma. Era tal la confianza del emperador en ella que, a partir de 1535, decidió que las órdenes de la reina Isabel tuvieran el mismo
valor que las suyas en todos los dominios peninsulares. El acierto en el
desarrollo de su política hizo que sus súbditos le mostraran gran afecto. La
reina Isabel debía de ser de gran belleza, como aparece en el cuadro de la
imagen, lo que evitaría que su autor, Tiziano, tuviera que mejorar su aspecto,
como era habitual entre los pintores de la realeza. Lo confirma también el
hecho de que Francisco de Borja, filosóficamente impresionado al ver el
deteriorado cadáver de la que fuera tan hermosa, se hizo jesuita y llegó a
santo. Tiziano pintó, colgada del magnífico collar de la reina, la famosa Perla
Peregrina, encontrada en las Indias y comprada, primeramente, por la mujer del
intratable Pedrarias Dávila, Isabel de Bobadilla, quien luego se la vendió a
Isabel de Portugal. La última que la lució fue Liz Taylor, y actualmente está
en manos de un pujador anónimo que la adquirió en una subasta pagando 11,8 millones
de dólares.
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