(344) Nadie estaba en situación tan
precaria y angustiosa como Hernando Pizarro: en el corredor de una muerte que
podía llegar en cualquier momento. Era hombre vengativo, y este suplicio tuvo
que influir en su posterior crueldad con Almagro. Su hermano Francisco Pizarro
sabía que el resultado de la sentencia era una muy buena noticia, pero también
que todos estaban al borde del abismo: Almagro, sin duda rabioso, quizá
iniciara un ataque inmediato, e incluso matando previamente a Hernando Pizarro:
“Quedaron tan enconadas las cosas después de la sentencia de Bobadilla, que
pronto se encendió la guerra. En el real de D. Francisco Pizarro no había menos
alboroto que en el de Almagro, y decían que había que ir a soltar a Hernando
Pizarro, e ir de nuevo al Cuzco a tomar posesión de la ciudad. D. Francisco
Pizarro, al saber que en Chincha hablaban de matar a Hernando Pizarro, envió a
Hernando Ponce de León, a Francisco Godoy y al licenciado Prado adonde el
Adelantado Almagro para que se volviese a tratar sobre el negocio de los
límites de las gobernaciones, y se dejase libre a Hernando Pizarro”.
Llegados a su destino, Almagro, que no
deseaba otra cosa sino evitar la guerra, recibió bien a los mensajeros, y
curiosamente, va a proponer como solución otro callejón sin salida. Le acusaba
a Bobadilla de juzgar asuntos en su sentencia que solo competían al Rey y a los
miembros de su Consejo. Acertaba al ver que la última palabra la debería tener
Carlos V, pero ni él ni Pizarro quisieron esperar a oírla, empeñados en zanjar
el asunto por una vía imposible. Así que continuó el desesperado esperpento.
Consultó Almagro con sus asesores habituales y admitió la propuesta de
renegociación de Pizarro: “Dijo que quería intentar de nuevo la paz, que
enviaría unos capítulos al Gobernador
Pizarro con el contador Juan de Guzmán y con Diego Núñez de Mercado, que
pusiese él de su parte a Bobadilla, que él pondría de la suya a un caballero, y
que los dos (Pizarro y él) se
obligasen con juramento a guardar lo que
estos determinasen”. La escena se repitió: sus consejeros estuvieron de acuerdo,
y Orgóñez insistió en que solo serviría para perder el tiempo y en que deberían
volverse al Cuzco tras ejecutar a Hernando Pizarro, a lo que le respondió
Almagro que “primeramente quería saber si, sin derramamiento de sangre, pudiera
verse como Gobernador de la provincia que Su Majestad le había concedido”. El
no va más: aún esperaba lograr sus pretensiones en paz y amor con Pizarro.
Le prepararon, pues, a Almagro unos
capítulos con las condiciones que él exigía para la paz, y llegaron con ellos
los mensajeros adonde Pizarro; los recibió cortésmente, pero en su cabeza
bullía una preocupación dominante; la vida de su hermano: “Sabido por Pizarro a
lo que venían e los capítulos que traían, deseaba en tanta manera ver suelto de
la prisión a su hermano Hernando Pizarro, que, fingidamente y con gran cautela
determinó aprobar todo lo que quisiesen, para, después de ver a su hermano
libre, mover la guerra con toda crueldad hasta satisfacerse de Almagro”.
(Imagen) En la imagen de hoy aparece bajo
sospecha en un pleito DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN, estando ya de vuelta en
España. Pero todo hace suponer que, entre bastidores, andaba Hernando Pizarro
influyendo sobre el fiscal para quitarse de encima las acusaciones procesales
que el propio Enríquez le había hecho sobre la ejecución de Diego de Almagro,
cuya injusticia tendremos ocasión de ver. El fiscal exagera tanto que le echa a
Enríquez toda la culpa del inicio de las guerras civiles. En el texto
(resumido) el Rey dice: “Hay pendiente un pleito entre el licenciado (Juan de) Villalobos, nuestro Fiscal, y
Don Alonso Enríquez, a quien acusa de ser la causa de las alteraciones y
muertes acaecidas en Perú entre Hernando Pizarro y el Adelantado Don Diego de
Almagro e su gente”. Con el fin de que se pudiera demostrar la mala catadura de
Enríquez, El Rey, a petición del fiscal (sucia maniobra), reclamó los datos de
otro proceso al que había sido sometido: “Para que nos conste que el dicho Don
Alonso Enríquez tiene como costumbre cometer semejantes delitos, conviene que
se presente un proceso hecho en la ciudad de Sevilla sobre que revolvió a
ciertos caballeros e hizo un desafío entre ellos, sin lo querer ni saber los
susodichos, e trató de que se matasen”. De nada le sirvió la estrategia a
Hernando Pizarro. Las acusaciones contra él de Enríquez, Diego de Alvarado y
otros consiguieron que estuviera más de veinte años en la cárcel. No tenían
ningún interés económico, sino solamente un afán de que la justicia castigara
la miserable muerte de Almagro.
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