(343) Naturalmente, para Almagro y los suyos
la sentencia resultó un mazazo. Fueron incapaces de digerir lo que había
decidido Bobadilla, quien, en varios aspectos, había dictaminado con
sensatez. En ninguno de los dos bandos
reinaba la razón, sino la pasión, y sin duda también los de Pizarro se habrían
rebelado en caso de salir perjudicados: “Cuando Almagro y sus capitanes lo
conocieron, fue grande su turbación, y, con un furor recio, pidiendo las armas,
decían que no se aguardase más, que no convenía disimular tan gran mal, ni que
fraile tan cruel dejase de ser castigado por el error tan pesado que había
hecho. También decían sus hombres que la ignorancia de Almagro había de ser
causa de que los Pizarro triunfasen sobre ellos, y que, para quedar sin el
Cuzco, mejor habría sido meterse en lo interior de Chile hasta llegar a la
regiones que confinan con el Estrecho de Magallanes”. Almagro a duras penas
podía contenerlos, y les recordaba todo el mérito que él tuvo en la conquista
de Perú: “Y no creáis que exagero, porque yo os certifico que, si este viejo
tuerto que aquí veis no hubiera puesto tanta vehemencia en la empresa, Pizarro
la habría abandonado, pues muchos saben cuántas veces intentó la vuelta a
Panamá”. No era justo lo que decía. Tuvo un mérito extraordinario, pero el de
Pizarro había sido mucho mayor, y, si alguna vez titubeó, lo asombroso fue que
pudiera seguir adelante con la enorme cruz que llevó a cuestas durante tantos
terribles años.
Luego Almagro se lamentó de haber aceptado
(por consejo, quizá astuto, de Bobadilla) confiar la importante cuestión a un
solo juez: “Y ahora ha venido un fraile, con las mañas que ha tenido, en cuyas
manos se ha dejado algo para lo que eran menester letrados y hombres doctos que
sin partidismo dictaran lo que fuera justo, y, exhortado por los Pizarro, mis enemigos,
ha pronunciado un sentencia tan injusta para mí”.
No podía faltar la voz airada de su
principal capitán y puro hombre de acción militar: “Rodrigo Orgóñez, viendo que
así se afligía, le dijo que él había sido la causa de todo aquello, y que le
pesaba que todas las cosas que le había dicho se hubiesen cumplido, e que el final remedio que tenía era cortar
la cabeza a Hernando Pizarro y retirarse a la ciudad del Cuzco, donde se podían
hacer fuertes, pues, aunque Pizarro los siguiese con un poderoso ejército,
llegarían tan fatigados por lo largo y
difícil del camino, que no los podrían desbaratar”. Lo remató con una frase de
sabiduría maquiavélica: “Que no le diese pena la sentencia que Bobadilla había
dado, sino que pensase en lo que decía Julio César, ‘que si las leyes se habían de quebrantar, había de ser para reinar’. Almagro le respondió (agarrándose a un clavo ardiendo) que
había que ver primero si el falso juez otorgaba la apelación, y si podía haber
todavía tales conciertos que Su Majestad no se viera deservido con guerras y
alborotos. Y, como todos estaban tan indignados por la sentencia, amenazaban a
Hernando Pizarro de muerte, y algunos dicen que le decían que se confesase
porque le querían matar, y también que había orden de que cuando se llamase
para la lucha, sin aguardar más, le cortarían la cabeza”.
(Imagen) En la carta de la imagen, Hernando
de Zaballos le escribe al Rey en nombre de Francisco y Hernando Pizarro. Era
procedente pedirle con urgencia que zanjara el pleito entre Pizarro y Almagro, pero
el escrito se centraba solamente en los derechos del primero, y los dos bandos
fueron incapaces de esperar con calma una solución definitiva. Fue enviada el
año 1537, poco antes de que empezara la guerra de las Salinas. Se hace mención
a que el mismo Rey, al conocer las alteraciones que había habido en Perú, le
envió a Almagro unas provisiones para que “él y la gente que tenía en la ciudad
del Cuzco saliesen de ella, la dejasen libre al Marqués Don Francisco Pizarro,
soltasen a Hernando Pizarro y a las otras personas que tenían presas, y les
devolviesen todos los bienes (oro, plata y otras cosas que les habían sido
tomadas), bajo ciertas penas y apercibimientos en las dichas provisiones
contenidas”. El texto continúa con gran nerviosismo: “Y, porque podría ser que
el dicho Mariscal Don Diego de Almagro, por estar tan lejos de Vuestra
Majestad, o por causa de algunas personas bulliciosas que están con él y le
aconsejan mal, no quisiese cumplir las provisiones, es necesario que se nombren
tres o cuatro personas de letras y conciencia para que se las hagan cumplir,
porque, si se hubiese de venir acá para poner remedio, esta tierra se perdería
antes. Suplican a Vuestra Majestad que envíe a las personas que convengan para
la pacificación de esta tierra, con lo que el dicho Marqués Don Francisco
Pizarro recibirá gran merced”. Lo que quiere decir que Almagro ya había
recibido una orden del Rey para que abandonara el Cuzco, y, al no hacerlo, se
convirtió en el villano de la historia, perdiendo la legitimidad de sus, en
principio, razonables reclamaciones. La desesperación de la carta revela que,
con el Rey en la lejanía, el terrible conflicto iba a ser inevitable, porque la
mecha ya estaba encendida.
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