(57) - Hola, justiciero. No maltrates
demasiado al papa León X. Murió solo una
semana antes que yo, y me trató muy bien: me concedió el permiso para fundar el
convento de Santa Ana, y, accediendo a la petición de Fernando el Católico,
creó la Abadía de Jamaica para regalarme esa extraordinaria dignidad. Sé
bueno, please.
-
Haré lo que pueda, dulce Sancho: ya sabes que lo primero es la verdad. León X
(1513 – 1521) era miembro de la
poderosísima familia Medici. Papa con fama de bonachón y simpático (veremos
que no tanto), muy amigo de los placeres y optimista genético, sin la menor
idea de que el fraile alemán era una bomba de relojería. Cuando tuvo el primer
aviso luterano, “el gordito feliz” lo consideró uno más de los episodios
intrascendentes de protesta que en aquellos años brillaban un instante y se
apagaban de inmediato. Típica reacción de alguien que, al ser nombrado papa, le
escribió a su hermano Juliano: “Dios nos ha dado el Papado: disfrutemos de él”.
Le encantaba la diversión y verse rodeado de una corte satisfecha, derrochando sin freno. Con espíritu
renacentista, promovió la cultura clásica y las artes, y se tomó en serio
llevar adelante la construcción de la Basílica de San Pedro. Para conseguir
dinero, le pareció genial lo de las indulgencias, mientras Lutero, a su vez,
seguía maquinando en Alemania. Pero el papa “bonachón” tenía enemigos. Su parte
sombría era temible. Y se le vio “el plumero”. Los italianos se escandalizaron
de que depusiera arbitrariamente al duque de Urbino. Luego surgió otro asunto más turbio. Varios cardenales se
pusieron de acuerdo para envenenarle, preparando la estrategia el purpurado
Petrucci, cuya familia había sido injustamente tratada por León. Resultando sospechoso,
huyó de Italia, y, luego, más tranquilo, volvió con un salvoconducto avalado
por los españoles, que él creyó totalmente seguro. En cuanto el conspirador pisó
suelo romano, lo detuvieron. El papa León se cebó en Petrucci y sus servidores,
siendo torturados con hierros candentes y ahorcados. Después destituyó a los
cardenales que consideró cómplices, haciendo un nombramiento masivo de otros 31
incondicionales, de manera que no volvió a tener problemas con el Colegio
Cardenalicio. Sus asuntos “personales” quedaban resueltos, pero los
verdaderamente importantes, los de la Iglesia universal con la grieta alemana,
se le fueron de las manos de forma irreversible.
-
Menos mal que vas a terminar ya con esta
pesadilla. Bye, bye.
-
Tranquilo, sensible ectoplasma: para suavizar el mal sabor de boca, nos
visitará mañana el último de la
colección, y fue un buen papa, además muy españolizado. Como le estabas tan
agradecido a León X, pondremos una foto del simpático orondo. Ciao.
Ahí
está el papa León X con dos jórenes cardenales que no parecen precisamenete muy
aficionados a la oración. Con razón le llama mi secre "el gordito
feliz" (y epicúreo), pero yo tengo que estarle muy agradecido poque
endulzó los últimos años de mi vida con su permiso para fundar el convento de
Santa Ana de Villasana de Mena y con la merced que me hizo de la Abadía de
Jamaica.
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