domingo, 1 de noviembre de 2015

(57) - Hola, justiciero. No maltrates demasiado al papa  León X. Murió solo una semana antes que yo, y me trató muy bien: me concedió el permiso para fundar el convento de Santa Ana, y, accediendo a la petición de Fernando el Católico, creó la Aba­día de Jamaica para regalarme esa extraordinaria dignidad. Sé bueno, please.
     - Haré lo que pueda, dulce Sancho: ya sabes que lo primero es la verdad. León X (1513 – 1521)  era miembro de la poderosísima fami­lia Medici. Papa con fama de bonachón y simpático (veremos que no tanto), muy amigo de los placeres y optimista genético, sin la menor idea de que el fraile alemán era una bomba de relojería. Cuando tuvo el primer aviso luterano, “el gordito feliz” lo consideró uno más de los episodios intrascendentes de protesta que en aquellos años brillaban un instante y se apagaban de inmediato. Típica reacción de alguien que, al ser nombrado papa, le escribió a su hermano Juliano: “Dios nos ha dado el Papado: dis­frutemos de él”. Le encantaba la diversión y verse rodeado de una corte satisfecha,  derrochando sin freno. Con espíritu renacentista, promovió la cultura clásica y las artes, y se tomó en serio llevar adelante la construcción de la Basílica de San Pedro. Para conseguir dinero, le pareció genial lo de las indulgen­cias, mientras Lutero, a su vez, seguía maquinando en Alemania. Pero el papa “bonachón” tenía enemigos. Su parte sombría era temible. Y se le vio “el plumero”. Los italianos se escandaliza­ron de que depusiera arbitrariamente al duque de Urbino. Luego surgió otro  asunto más turbio. Varios cardenales se pusieron de acuerdo para envenenarle, preparan­do la estrategia el purpurado Petrucci, cuya familia había sido injustamente tratada por León. Resultando sospechoso, huyó de Italia, y, luego, más tranquilo, volvió con un salvoconducto avalado por los españoles, que él creyó totalmente seguro. En cuanto el cons­pirador pisó suelo romano, lo detuvieron. El papa León se cebó en Petrucci y sus servido­res, siendo torturados con hierros candentes y ahorcados. Después destituyó a los cardenales que consideró cómplices, haciendo un nombramiento masivo de otros 31 incondicionales, de manera que no volvió a tener problemas con el Colegio Cardenalicio. Sus asuntos “personales” quedaban resueltos, pero los verdaderamente importantes, los de la Iglesia universal con la grieta alemana, se le fueron de las manos de forma irreversible.
     - Menos mal que vas a terminar ya  con esta pesadilla. Bye, bye.
     - Tranquilo, sensible ectoplasma: para suavizar el mal sabor de boca, nos visitará mañana el último  de la colección, y fue un buen papa, además muy españolizado. Como le estabas tan agradecido a León X, pondremos una foto del simpático orondo. Ciao.



     Ahí está el papa León X con dos jórenes cardenales que no parecen precisamenete muy aficionados a la oración. Con razón le llama mi secre "el gordito feliz" (y epicúreo), pero yo tengo que estarle muy agradecido poque endulzó los últimos años de mi vida con su permiso para fundar el convento de Santa Ana de Villasana de Mena y con la merced que me hizo de la Abadía de Jamaica.





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