(66) - Hola, corazón sensible: sigamos con la
comedia histórica.
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Buenas noches, clérigo arrepentido; parece que en Quántix os quedáis etéreos
pero clarividentes. Entremos en la parte más triste de la actuación española en
Indias: la inhumana explotación de los nativos. De momento haremos una breve
introducción, volviendo más tarde al
mismo tema. Dejemos claro que la mentalidad de España en aquel tiempo era
profundamente religiosa, más incluso que en el resto de Europa, por sentirse
nuestro país constituido por el destino en defensor a ultranza de la Iglesia
Católica. El ejercicio de ese papel hizo que
el comportamiento de los “conquistadores” estuviera sometido a un freno
de culpabilidad que evitó mayores atrocidades. Pero no tiene duda que los que llegaban a Indias
habían ido solamente, en general, a conseguir gloria y riqueza. No faltaron
individuos excepcionales con gran sentido del respeto hacia los indios. Y,
sobre todo, llegó a aquellas tierras otro “ejército” benefactor: el de los
religiosos. Con la circunstancia afortunada (difícil de imaginar en otros
países de la época) de que los reyes españoles acusaban el golpe en sus
temerosas conciencias cuando los frailes soltaban amenazas apocalípticas contra
el maltrato a los indígenas.
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Ya sabes, pequeñín, que teníamos enredados todos los cables del cerebro: éramos
los campeones de la contradicción. Los reyes insistían en el ejercicio de un
comportamiento humano, pero, al mismo tiempo, presionaban para que llegara a
España la mayor riqueza posible. El testamento de mi querida Isabel la
Católica, reina de Las Indias por serlo de Castilla, incluye frases de
verdadero cuidado maternal para los nativos, pero siempre dejó en manos del
inquietante Fernando el trabajo sucio. Incluso así y en vida de este, el año
1513 los frailes consiguieron que la Corte promulgara las primeras leyes
protectoras. Pero costó muchos, muchos años, que nuevas leyes, dictadas en
1543, llegaran a ser razonablemente efectivas. No fue una tarea fácil: dio
origen a rebeliones de hacendados españoles que estuvieron a punto de conseguir
la independencia de Perú, pero les costó la cabeza. Transcribe mañana y pasado
ese ridículo y absurdo encaje de bolillos que se inventó para hacer esclavos
con “buena” conciencia.
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Fue una parodia que provoca la risa y el llanto. A domani, caro.
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Dorme bene, dolce Principe de Maina.
Mi
querida reina Isabel, tan enamorada que dio orden de que, si su adorado Fernando
decidía ser enterrado en otro lugar, sacaran de Granada sus propios restos y
los colcocaran junto a él. No hubo ninguna dificultad: los dos quisieron el
mismo sitio. Lo que sí resultó un problema fue que, por ese mismo amor, le
dejara hacer y deshacer a su gusto en Indias al ambicioso aragonés.
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