(71) - Me encantan los aterrizajes en tu bello
Planeta Azul; buona notte.
- Y a mí tus místicas apariciones, reciclado abad.
Montesinos no tenía nada de histérico: se limitaba a aplicar sin paliativos la
revulsiva purga del Evangelio. Conocía muy bien el desastre humano que habían
producido en el Caribe veinte años de bulímica presencia española. La población
nativa quedó en peligro de extinción; pero no se trató de un exterminio planificado,
porque, por su propio interés, era importante disponer de indios en abundancia.
La fatalidad vino como consecuencia de un encadenamiento de factores:
explotación física llevada al extremo, que debilitó a los indígenas, a lo que
se unió la falta de anticuerpos frente a las epidemias llegadas de España, con
todo ello a su favor para producir una extensa
mortandad.
- Y entonces fue cuando empezaron a pasar
por mi Casa de la Contratación de Sevilla los esclavos negros, cada vez en
mayor cantidad, no solo para suplir mano de obra india, sino para rendir más,
endureciendo con ellos el trato,
porque se iban suavizando las leyes
relativas a los nativos. Pero cuenta
algo de Enriquillo.
-
Fue un caso absolutamente excepcional (dejando aparte la posterior y feroz resistencia de los araucanos en
Argentina). Otros indígenas también se sublevaron, pero solo él hizo morder el
polvo al imperio español. Su lucha empezó en 1519. Con su carisma logró que
numerosos indios caribeños (e incluso esclavos negros) se le unieran contra los españoles, siempre con
inteligencia y utilizando todo lo aprendido de la cultura cristiana, que le
enseñó a atacar eficazmente. Había
estado tan integrado en la sociedad española que nunca dejó de ser un firme
creyente católico, con una visión clara de la diferencia que había entre Dios y
sus adoradores. Durante una década, fracasaron todos los intentos de solucionar
el problema. No aceptó treguas, ni siquiera con ofertas de amnistía general, ni
se le pudo someter por las armas. Llevó a cabo la heroica y brillante proeza
de derrotar a unos quince capitanes españoles.
- Entre ellos, pequeñín, mi brillante
sobrino Pedro Ortiz de Matienzo.
- Así fue; hasta el punto de que, en 1532,
se decidió abandonar los planes bélicos y se le presentó a Enriquillo una oferta
suficientemente generosa para que aceptara la rendición. Se hicieron las paces
de tú a tú, concediéndole el honroso tratamiento de “Don” y diversas tierras
para que pudiera vivir tranquilamente con su familia, donde, sin duda, saboreó
la satisfacción de haber tenido en jaque a los españoles durante más de una
década. Murió cristianamente en 1535, con el consuelo de la confesión, y tan
civilizadamente integrado en la cultura española que hizo un protocolario
testamento. Está claro que hubo caballerosidad y respeto por parte de los
españoles, porque habría sido muy fácil ahorcarlo después, o conseguir que
muriera de “dolor de costado”. A domani, mio caro.
- Conoces bien los truquitos de mi época. Addío, píccolo ragazzo.
Un caso único: el cacique Enriquillo,
educado entre españoles, luego los derrotó repetidamente, vivió el resto de su
vida disfrutando de su victoria y murió plácidamente de viejo rodeado de su
familia. Qué tío. Nadie se merece como él esa estatua en el paseo marítimo de
Santo Domingo.
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