domingo, 8 de noviembre de 2015

(71) -  Me encantan los aterrizajes en tu bello Planeta Azul; buona notte.
     - Y a mí tus  místicas apariciones, reciclado abad. Montesinos no tenía nada de histérico: se limitaba a aplicar sin paliativos la revulsiva purga del Evangelio. Conocía muy bien el desastre humano que habían producido en el Caribe veinte años de bulímica presencia española. La población nativa quedó en peligro de extinción; pero no se trató de un exterminio planificado, porque, por su propio interés, era importante disponer de indios en abundancia. La fatalidad vino como consecuencia de un encadenamiento de factores: explotación física llevada al extremo, que debilitó a los indígenas, a lo que se unió la falta de anticuerpos frente a las epidemias llegadas de España, con todo ello a su favor para producir una extensa  mortandad.
     - Y entonces fue cuando empezaron a pasar por mi Casa de la Contratación de Sevilla los esclavos negros, cada vez en mayor cantidad, no solo para suplir mano de obra india, sino para rendir más, endureciendo con ellos el  trato, porque  se iban suavizando las leyes relativas a  los nativos. Pero cuenta algo de Enriquillo.
      - Fue un caso absolutamente excepcional (dejando aparte la posterior y  feroz resistencia de los araucanos en Argentina). Otros indígenas también se sublevaron, pero solo él hizo morder el polvo al imperio español. Su lucha empezó en 1519. Con su carisma logró que numerosos indios caribeños (e incluso esclavos negros) se  le unieran contra los españoles, siempre con inteligencia y utilizando todo lo aprendido de la cultura cristiana, que le enseñó a  atacar eficazmente. Había estado tan integrado en la sociedad española que nunca dejó de ser un firme creyente católico, con una visión clara de la diferencia que había entre Dios y sus adoradores. Durante una década, fracasaron todos los intentos de solucionar el problema. No aceptó treguas, ni siquiera con ofertas de amnistía general, ni se le pudo someter por las ar­mas. Llevó a cabo la heroica y brillante proeza de derrotar a unos quince capitanes españoles.
     - Entre ellos, pequeñín, mi brillante sobrino Pedro Ortiz de Matienzo.
     - Así fue; hasta el punto de que, en 1532, se decidió abandonar los planes bélicos y se le presentó a Enriquillo una oferta suficientemente generosa para que aceptara la rendición. Se hicieron las paces de tú a tú, concediéndole el honroso tratamiento de “Don” y diversas tierras para que pudiera vivir tranquilamente con su familia, donde, sin duda, saboreó la satisfacción de haber tenido en jaque a los españoles durante más de una década. Murió cristianamente en 1535, con el consuelo de la confesión, y tan civilizadamente integrado en la cultura española que hizo un protocolario testamento. Está claro que hubo caballerosidad y respeto por parte de los españoles, porque habría sido muy fácil ahorcarlo después, o conseguir que muriera de “dolor de costado”. A domani, mio caro.
     - Conoces bien los truquitos de mi época. Addío, píccolo ragazzo.


     Un caso único: el cacique Enriquillo, educado entre españoles, luego los derrotó repetidamente, vivió el resto de su vida disfrutando de su victoria y murió plácidamente de viejo rodeado de su familia. Qué tío. Nadie se merece como él esa estatua en el paseo marítimo de Santo Domingo.




                                         

No hay comentarios:

Publicar un comentario