martes, 3 de noviembre de 2015

(63) - Buenas noches, querubín; estás muy contento y sé por qué.
     - Hola, samaritano canónigo. Es cierto: he visto confirmada mi hipótesis de que  la verdad del fondo histórico de Taranco es perfectamente admisible. El historiador medieval David Paterson lo aclara muy bien en un artículo suyo que tiene el guasón título de “Mentiras piadosas”. Pero dejemos esto ahora y veamos el punto de ruptura definitiva del sector protestante. Hubo en 1530 una última oportunidad de evitar la quiebra cristiana. La división inicial había producido un di­vorcio político y territorial, lo que, a su vez, le dio una enorme consistencia a la rebeldía de Lutero. Ante la tremenda amenaza de los turcos, Carlos V, a la desesperada, convocó en Augsburgo a todas las partes de la dividi­da Europa, en un último intento de recuperar la unidad. Lutero envió en su nombre a Melanchthon, una persona prudente y dialogante, y en un principio las posiciones se iban acercando a la línea de pensamiento del gran Erasmo. Dice Setefan Zweig que el enviado “prestó su asentimiento sin reserva en aquellas sesiones a la más extrema reconciliación; fue tan lejos en sus concesiones que ya casi llegó a tener un pie, otra vez, dentro de la antigua Iglesia”. Pero Lutero presionaba desde la distancia y logró que la unión fuera imposible. Cito textualmente a Zweig: “Esta dieta de Augsburgo fue una verdadera hora sideral de la humanidad; una de aquellas ocasiones históricas que no pueden ser evoca­das de nuevo; que contienen, plegado dentro de sí, todo el curso de los siglos siguientes. El gran concilio de Augsburgo desgarró definitivamente a la Cristiandad en dos opuestas partes de fe; en lugar de la paz, se alzó la discordia sobre el mundo. Lutero sacó duramente su conclusión: ‘Si resulta una guerra, nada importa: bastante hemos rogado y hecho nosotros’. Y Erasmo respondió: ‘Si vieras originarse en el mundo espantosas confusiones, acuérdate entonces de que yo lo había predicho”. (También Zweig sufriría en sus carnes las consecuencias de otra situación kafkiana: judío de rica y respetada familia radicada en Viena, él mismo se asombró de su éxito como escritor -sus biografías son admirables-; bajo el nazismo se convirtió en judío-paria, como todos, y se refugió en Brasil, pero angustiado con la obsesiva idea de que Hitler saliera victorioso, se suicidó, junto a su mujer, el año 1941).
     - Ya ves, pequeñín: no hay que desesperar nunca. La Iglesia se partió y Hitler extendió un manto de horror sobre el mundo; pero cada uno está obligado, y tiene derecho, a  continuar su propia vida, como la célula que sigue “a lo suyo” en un cuerpo que parece moribundo. El pobre Stefan Zweig (¡qué extraordinario y ameno escritor!) terminó equivocándose.  Bonne nuit, mon petit biographe.
     - À demain, mon bon père. Recordaremos a Stefan con una foto.



En la foto, se le ve a Stefan Zueig tan elegante, optimista y entusiasta como lo eran sus libros. Luego llegaría Hitler...

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