(80) - Ave, Felix, insignis historiator. Se
van a quedar boquiabiertos los carranzanos de los datos que les vas a dar en tu
charla sobre la importancia de mi familia en su valle. Y cantaremos el “veni,
vidi, vinci” de César.
-
Ave, Sanctus, magnanimus exagerator. Me das tanta confianza que descarto un
plan B de retirada sin ser vistos.
-
Ni me lo mientes, cobardón: nuestro libro es una joya, y tú, mejor orador que
Demóstenes. Sigamos con lo de Sevilla. Iremos contando mis encuentros y
encontronazos con famosos y no tan famosos. Pero vamos a empezar con lo que más
nervioso me pone: el enchufe que, a través de la Casa de la Contratación, les
conseguí a mis dos sobrinos meneses Juan y Pedro Ortiz de Matienzo, primos
entre sí. Los dos nacieron hacia 1480 (entonces era muy impreciso el dato), y
murieron el mismo año, en 1536. Les proporcioné buenos puestos en Indias, y no
brillaron precisamente por su humanidad. Pedro, al ser militar y alcalde, de
brillante hoja de servicios, actuó con dureza, pero no se excedió de lo
habitual en esos cargos, aunque en su caso quedó “pringado” por estar bajo su
control la explotación del banco
perlífero de la isla Cubagua (frente a Venezuela), donde murieron
extenuados muchos esclavos, indígenas y negros. Para hablar de Juan, tómame el
relevo, please.
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Te echaré un capote, Sancho, porque te veo nervioso. Cuando viví en Carranza,
conocí el barrio Matienzo; más tarde, el Matienzo cántabro del valle de Ruesga;
y, más tarde aún, supe que hubo un tal Matienzo en Indias de pésimo recuerdo. Y
luego apareciste tú y encajaron las piezas: era tu sobrino, el oidor (juez)
Juan Ortiz de Matienzo. Salió hacia el Nuevo Mundo el año 1512, junto a su
primo Pedro (vidas paralelas); iba destinado a un puestazo que podría haberle cubierto de
gloria histórica, pero donde se convirtió en un crápula, como lo fueron los
otros dos oidores que inauguraron, con él, nada menos que la primera Audiencia
de Indias, instalada en Santo Domingo. Eran, sin duda, de mala condición, pero
muy eficientes al servicio del rey, que tenía sumo interés en cortarles la
hierba bajo los pies, primero a Diego Colón, el hijo de Cristóbal, y después,
al carismático y peligroso Cortés. Así que los tres “magníficos” funcionarios
llegaron tan poderosos y faltos de control, que actuaron como zorro en
gallinero. Mañana seguiremos, que te veo
tan arrebolado y tembloroso como una aurora boreal.
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Gracias, pequeñín; tengo mareos cósmicos. A domani, caro.
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