miércoles, 11 de noviembre de 2015

(78) - ¡Big Bang!, pequeño soñador. Hoy quiero que empecemos comentando un  momentito otro tema.
     - De acuerdo, cósmico ectoplasma: ya sé que no es una maniobra de distracción: nos vas a echar una pequeña bronca.
     - Es que sois lentos de reflejos: ocurren cosas extraordinarias y solo se dan cuenta unos cuantos “pirados”. Los mejores cerebros de la Humanidad no descansan, y, de tarde en tarde, sacuden los pilares del conocimiento. Exijo que se canonice de inmediato al revolucionario Albert Einstein, el gran Apóstol de la Verdad. Ese pacífico peleón fue capaz de trepar en solitario la montaña más alta y ver desde allí que el mundo entero estaba equivocado. Bajó de la cima sagrada y lo puso cabeza abajo. Os parecerá barro.
     - Creo, mi sabio protector, que el fallo está en la enseñanza: no se divulgan esas cosas. En mi larga vida (soy casi de tu quinta), uno de los recuerdos más sorprendentes fue el instante en que, leyendo un folletito al azar, me “enteré” de que la materia y la energía eran esencialmente lo mismo, casi casi como un solo cuerpo-espíritu.
     - Bien dicho, pequeñín. Luego, otro cabezón, Higgs, sacó sus propias conclusiones, que ya han sido confirmadas. Y poco después  (a eso viene esta filípica) se captaron ¡ONDAS DEL PRIMER INSTANTE DEL UNIVERSO!, demostrando esta vez que Einstein, el Cabezón Supremo, se equivocó al rechazar la teoría del Big Bang, debido precisamente a que, por una sola vez (¡dita sea!), cayó en la trampa del sentido común. Lo más asombroso es que esos genios únicos montaron sus teorías sin experimentos, con su pura fuerza mental. Qué contraste: los españoles cambiando la historia del mundo a fuerza de instinto, de acción casi enloquecida, de luchas llenas de sangre y lágrimas suyas, y de quienes encontraron a su paso, mientras que los intelectuales han puesto patas arriba todos nuestros conceptos y nuestra forma de vivir con algo tan sutil como la contemplación. Quiero una foto de ese grandioso judío-alemán melenudo. Tras este pequeño  desahogo, sigue con  mis peripecias en Sevilla.
     - Vale. La reina Isabel confió la fundación de la Casa de la Contratación a tres personas de gran prestigio: Francisco Pinelo, genovés muy acaudalado, íntimo de Colón, al que financió, y con dos hijos  que fueron canónigos compañeros tuyos;  Ximeno de Briviesca, con larga experiencia como contador al servicio de los reyes, y al que, literalmente, Colón pateó (con gran cabreo por parte del rey) porque pensaba que retrasaba adrede la partida de uno de sus viajes; y tú, hombre de carácter, responsable, inteligente y eficaz (amén de ambicioso, querido Sancho). En alguna ocasión, la reina manifestó expresamente que eras de gran valía, y, aunque Pinelo ostentaba el cargo principal, el de factor, en la carta la reina se dirige a ti en primer lugar: “¡Doctor Sancho de Matienzo!”. Además, poco a poco, tú te encargaste de llegar a ser el mero mero de la ilustre Casa; y así hasta tu viaje a Quántix en 1521. Big Bang.
     - Mi biógrafo, mi defensor, mi hijo putativo.... Big Bang, baby.



     San Albert Einstein: él solito, el "viejo chiflado", cambió el rumbo de la Humanidad.

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