martes, 10 de noviembre de 2015

(76)- Bona nit, el meu fill. Acaríciale el lomo a Artur Mas, que hoy vamos a hablar (sin haberle pedido permiso) de otro catalán ilustre.
- Benvingut, el meu pare. Ilustre y verdaderamente ejemplar: San Pedro Claver (al que ya hemos mencionado dos veces). Nació en Verdú, en el leridano Valle de Urgel, en 1580, falleciendo en Cartagena de Indias el año 1654. En Mallorca, donde se preparó para jesuita, hizo rápida amistad con el “soldado raso” Alonso Rodríguez,  simple portero de la casa clerical, al que admiró en extremo, y que (el tiempo a veces pone a cada uno en su sitio) subiría a los altares el mismo día que él. Llegado a la costa colombiana, conoció a otro hombre santo y, para variar, gran intelectual: el jesuita Alonso de Sandoval, al que se le considera el primer apóstol de la raza negra. Cartagena tenía que ser una ciudad caótica, con las mayores lacras sociales y abundantes ricos (alguien la describió como hervidero de ne­greros, piratas e inquisidores). Sandoval, en su libro “El establecimiento de la salvación de los etíopes” (en el sentido de negros africanos), relata que los esclavos “van de seis en seis encadenados por argollas en los cuellos, asquerosos y mal­tratados,  debajo de la cubierta, con lo que nunca ven el sol o la luna. No se puede estar allí una hora sin grave riesgo de enfermedad. Comen cada 24 horas una escudilla de maíz o mijo crudo y un pequeño jarro de agua. Reciben mucho azote y malas palabras de la única persona que se atreve a bajar a la bodega, el capataz”. También Pedro Claver anotó su propia experiencia: “Echamos manteos fuera, entablamos aquel lugar y trajimos en brazos a los muy enfermos. Entre ellos había dos muriéndose, ya fríos y sin pulso, tomamos una teja de brasas, y puesta junto a los que estaban muriendo, sacamos varios olores (hierbas aromáticas) y dímosles un sahumerio, y poniendo encima de ellos nuestros manteos, que otra cosa ni la tienen encima, cobraron calor y nuevos espíritus vitales, el rostro muy alegre, los ojos abiertos y mirándonos. De esta manera les tu­vimos hablando, no con lengua, sino con manos y obras, que como vienen tan persuadidos de que los traen para comerlos, hablarles de otra manera fuera sin provecho. Arrodillámonos junto a ellos, les lavamos los rostros y los vientres con vino, alegrándolos y acariciándolos, y comenzamos a ponerles delante cuantos motivos naturales hay para alegrar a un enfermo”. O sea: una terapia completa. El intérprete negro, Sacabuche, contó que algunos días tuvo que lavar hasta siete veces el manteo de Pedro. Pero (“porca miseria”) hasta entre algunos de sus compañeros jesuitas encontraba críticas, tachándole de “me­diocre de ingenio, de prudencia exigua y muy melancólico”. Se llegó a acusarle de haber dado los sacramentos a “criaturas que apenas poseían alma”. ¡Qué cosas! Fins demá, estimat Sanchet.
- Adeu, Feliset, amb visca el Barsa. 



     El papa Francisco, jesuita como San Pedro Claver. Hay quienes le critican, sencillamente porque es un pontífice consecuente con lo que cree, que es incapaz de vivir en una iglesia al revés. ¿A qué esperan?: que lo canonicen ya en vida.

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