(76)- Bona nit, el
meu fill. Acaríciale el lomo a Artur Mas, que hoy vamos a hablar (sin haberle
pedido permiso) de otro catalán ilustre.
- Benvingut, el
meu pare. Ilustre y verdaderamente ejemplar: San Pedro Claver (al que ya hemos
mencionado dos veces). Nació en Verdú, en el leridano Valle de Urgel, en 1580,
falleciendo en Cartagena de Indias el año 1654. En Mallorca, donde se preparó para jesuita, hizo rápida amistad con el
“soldado raso” Alonso Rodríguez, simple
portero de la casa clerical, al que admiró en extremo, y que (el tiempo a veces
pone a cada uno en su sitio) subiría a los altares el mismo día que él. Llegado a
la costa colombiana, conoció a otro hombre santo y, para variar, gran
intelectual: el jesuita Alonso de Sandoval, al que se le considera el primer
apóstol de la raza negra. Cartagena tenía que ser una ciudad caótica, con las
mayores lacras sociales y abundantes ricos (alguien la describió como hervidero
de negreros, piratas e inquisidores). Sandoval, en su libro “El establecimiento de la salvación de los etíopes” (en el
sentido de negros africanos), relata que los esclavos “van de seis en seis
encadenados por argollas en los cuellos, asquerosos y maltratados, debajo de la cubierta, con lo que nunca ven el
sol o la luna. No se puede estar allí una hora sin grave riesgo de enfermedad.
Comen cada 24 horas una escudilla de maíz o mijo crudo y un pequeño jarro de
agua. Reciben mucho azote y malas palabras de la única persona que se atreve a
bajar a la bodega, el capataz”. También Pedro
Claver anotó su propia experiencia: “Echamos manteos fuera, entablamos aquel
lugar y trajimos en brazos a los muy enfermos. Entre ellos había dos
muriéndose, ya fríos y sin pulso, tomamos una teja de brasas, y puesta junto a
los que estaban muriendo, sacamos varios olores (hierbas aromáticas) y dímosles
un sahumerio, y poniendo encima de ellos nuestros manteos, que otra cosa ni la
tienen encima, cobraron calor y nuevos espíritus vitales, el rostro muy alegre,
los ojos abiertos y mirándonos. De esta manera les tuvimos hablando, no con
lengua, sino con manos y obras, que como vienen tan persuadidos de que los
traen para comerlos, hablarles de otra manera fuera sin provecho.
Arrodillámonos junto a ellos, les lavamos los rostros y los vientres con vino,
alegrándolos y acariciándolos, y comenzamos a ponerles delante cuantos motivos
naturales hay para alegrar a un enfermo”. O sea: una terapia completa. El
intérprete negro, Sacabuche, contó que algunos días tuvo que lavar hasta siete
veces el manteo de Pedro. Pero (“porca miseria”) hasta entre algunos de sus
compañeros jesuitas encontraba críticas, tachándole de “mediocre de ingenio,
de prudencia exigua y muy melancólico”. Se llegó a acusarle de haber dado los
sacramentos a “criaturas que apenas poseían alma”. ¡Qué cosas! Fins demá,
estimat Sanchet.
- Adeu, Feliset,
amb visca el Barsa.
El papa Francisco, jesuita como San Pedro
Claver. Hay quienes le critican, sencillamente porque es un pontífice
consecuente con lo que cree, que es incapaz de vivir en una iglesia al revés.
¿A qué esperan?: que lo canonicen ya en vida.
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