(58) - Qué respiro, pequeñín. Llego
tranquilo: hoy tocan alabanzas.
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Así es, dulce Sancho, aunque la moraleja va a ser triste. Podíamos haber terminado la relación de papas con el
“optimista” León X, porque el “estropicio” protestante ya era cosa garantizada,
pero sería injusto dejar de lado al papa Adriano VI (1522 – 1523), un hombre
inteligente, experimentado, serio, responsable y piadoso (un virtuoso ejemplar
tan raro como Gandhi en la apestosa ciénaga política). Esa “excepción a la
regla” tampoco sirvió para nada: sólo duró un año. Quizá no se le dieron bien
las batallas en aguas turbias, aunque le tocaron varias. Nació en Holanda en
1459, de familia muy humilde. Fue un sacerdote humanista y comprometido con
las ideas de la necesaria reforma de la Iglesia. Su gran prestigio personal
hizo que le encargaran la educación de Carlos V cuando solamente tenía seis
años, y quizá a esta formación se deban muchas de las positivas cualidades con
que ejerció después el soberano su enorme poder. El rey le correspondió más
tarde confiándole altas responsabilidades, entre ellas nada menos que la de la
regencia temporal de España, y promocionándole eclesiásticamente hasta llevarle
al Papado, en este último caso por interés personal de Carlos, ya que Adriano
no lo deseaba (conocía bien el percal vaticano). Incluso tuvo la decencia de
ser imparcial como papa en los conflictos europeos de nuestro ilustre emperador.
La regencia fue, sin duda, una cruz para el clérigo, porque, ausente Carlos,
tuvo que lidiar solo, en 1520, con la rebelión de los Comuneros. Antes de ser
papa, le habían nombrado obispo de Tortosa, inquisidor general y cardenal.
Adriano llegó a Roma con las ideas claras, y dispuesto a reformar la Curia.
Vano intento: sufrió una resistencia implacable por parte de los cardenales.
Incluso alguno llegó a decirle que tenía que estarles agradecido por haber
aceptado la propuesta de Carlos a su favor. El buen papa le respondió que lo
que le habían proporcionado no era sino un martirio y una cárcel (él no quería
el Papado como León X, “para disfrutarlo”). Así que tuvo que contemplar
impotente desde el supuesto puente de mando cómo la nave se iba hundiendo. Al
menos no llegó a verlo definitivamente consumado, porque murió el año
siguiente. Honor y gloria, pues, a este mirlo blanco, que incluso tuvo la
decencia de ser casi el único honrado de la cuadrilla de mangantes y chulos
flamencos que llegaron a España acompañando al entonces ingenuo Carlos (que
luego sería el mejor rey de nuestra
complicada historia). À demain, mon
cher.
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Por fin me has dado una gran alegría, implacable justiciero. Que ruede el
champán francés sin medida: necesito agarrar una castaña cósmica y proclamar
ipso facto a este dulce papa SAN Adriano VI. Amén. (Foto mausoleo de Adriano y
Comuneros).
Impresionante
mausoleo del papa Adriano VI en la iglesia romana de Santa María del Ánima.
Demasiado poco para lo que se mereció. Yo lo canonizaría por la vía rápida.
Carlos V se largó a Flandes para convertirse
en emperador, y le dejó este "paquete" a Adriano. No le quedó más
remedio al espiritual clérigo que cortar por lo sano la sublevación de los
Comuneros. El joven Carlos quedó escarmentado de sus iniciales errores con los
castellanos, y rectificó el rumbo, demostrando que no era un clásico político
cabezón.
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