martes, 10 de noviembre de 2015

(75) - Aquí me tienes, fiel compañero: llevamos un montón de tertulias diarias, y seguiremos sin interrupción hasta que tú digas basta. Te adoro.
     - Hola, agradecido Sancho. Tú y yo seguiremos de tertulia perpetua aunque nos envuelva el vacío.
     - Así me gusta, pequeñín. Y ni me voy a molestar en amenazar con la excomunión. Nosotros, a lo nuestro, y, el que quiera, que saboree mi biografía y se ilustre a fondo. Como vas a empezar a hablar de mi familia, que tuvo de todo menos santos, cuenta algo de mi muy lejano pariente,  el mercedario riojano fray Luis de Matienzo, que ya es beato, pero al que (¡dita sea!) no acaban de subir a los altares.
     - Y que lo digas: también en esto cuenta el marketing.  Parece ser que murió hacia el año 1595. Cuando investigué su historia, me quedé pasmado, no solo por su heroicidad, sino por la de los mercedarios en general. Viendo lo que él hizo, descubriremos de qué forma tan azarosa y sacrificada trabajaban los miembros de esa orden que se dedicaba al rescate de cautivos. Hay constancia de dos viajes que hizo a África, acompañado por fray Rodrigo de Arce. Primeramente fueron a Argel, donde se encontraban españoles apresados en la resistencia de La Goleta, que poco antes había conquistado don Juan de Austria. Con­siguieron traerse a la mayoría (se dice que unos  500). No pudieron liberar a Cervantes porque el precio era muy alto; el gran (y humano) literato los recordó a los dos en sus obras relativas a Argel. El segundo proyecto les llevó a Tetuán, y rescataron a 220 presos. Pero ocurrió algo de una heroicidad sublime (y lo hacían frecuentemente los mercedarios, con la conformidad de los musulmanes). Como no les llegaba el dinero y tenían que dejar en Tetuán setenta  cautivos a la es­pera de que, pasados varios años, volviera alguien a rescatarlos, fray Luis, en su santa locura, se ofreció como re­hén para que ellos también regresaran a España. Dicho y hecho; pero hubo dificultades para reunir el precio de su rescate, y, como ningún poderoso quiso saber nada, los mercedarios tuvie­ron que hipotecar todos los bienes que la Orden tenía en Castilla. No soltaron al santo varón hasta que se le pagó al alcaide la astronómica suma de 12.000 ducados. Al ejemplar frailuco le costó la broma ¡cuatro años de esclavitud!, que, según cuentan las crónicas, los pasó  encerrado en un hediondo calabozo, maltratado cruelmente y privado del sustento necesario.
     - ¡Que lo canonicen ya!, o  excomulgaré a divinis a toda la jerarquía eclesiástica. Pero para ti, honesto plumífero, mis bendiciones. Ciao.
    - A domani, mi dulce abad ladrador.




     Monumento a los Mercedarios en Jaén. Fundó la orden el catalán San Pedro Nolasco, nada menos que en 1218.

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