jueves, 26 de noviembre de 2015

(97) - ¡Qué epopeya la de Indias!, jovencito. Y casi ni la conocías.
     - No te rías de mí, ilustre doctor, porque el fallo es de la enseñanza. Es imperdonable que se entierre algo tan grandioso. En poco más de 50 años, se descubrió cuanto había por recorrer: una inmensidad. Después el trabajo se redujo a administrar lo ocupado y construido, que tampoco era pequeña tarea. Para vergüenza nuestra, el más apasionado entusiasta (incluso, a veces, demasiado) de aquellos asombrosos hechos fue un norteamericano llamado Carlos F. Lummis, que escribió el libro “Exploradores españoles del siglo XVI” hacia el año 1900.
     - También tú llegaste de fuera para desenterrar mi trepidante memoria. Pero recupera el hilo sobre  Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
     - Personaje singular donde los haya. Buena persona, afable con los nativos, heroico aventurero a la fuerza, y magnífico cronista de su propia peripecia en el libro  “Naufragios y comentarios”. Anduvo errante por el norte de México  durante siete años  tras el desastre de la armada de Pánfilo de Narváez, acompañado de Alonso del Castillo, del esclavo negro Estebanico y de un, casi seguro, paisano de tu familia, Andrés Dorantes de Carranza. Los indios los esclavizaron, pero se ganaron prestigio como curanderos y fueron muy respetados. Su ansia de alcanzar la zona de españoles les obligó a recorrer miles de kilómetros por el norte de México. Álvar se cubrió de gloria y volvió a España, donde el rey le encomendó otra misión que comentaremos más adelante, porque el orden de fechas nos obliga a presentar ante el respetable a otro gigante: Francisco Pizarro (pariente de Cortés). Es posible que fuera el testigo privilegiado del mayor número de acontecimientos indianos. Salvó el pellejo de milagro en innumerables ocasiones, como en la que perdió la vida Juan de la Cosa por un error táctico de Ojeda. Iba en el grupo que vio por primera vez el Pacífico bajo el mando de Vasco Núñez de Balboa, a quien apresó después por orden del nefasto Pedrarias Dávila, que no paró hasta que lo mató, por muy yerno suyo que fuera. Tras el exitazo de Cortés, llegaban rumores de que, por la costa del Pacífico abajo, había otra civilización de fábula. Y ese fue el objetivo del correoso, inteligente, carismático, bastardo ¡y analfabeto! Don Francisco  Pizarro.
     - También yo le vi varias veces por la Casa de la Contratación. Alcanzó la gloria gracias a su madera de líder nato. Eran tantas las penalidades de la marcha que todos se quisieron volver. Pizarro a nadie forzó, pero soltó una arenga megalómana diciendo que la retirada era el fracaso y que seguir el camino sería llegar a la cima de los dioses. Solo convenció a trece, “los de la fama”, que durante toda su vida exhibirían con orgullo ese mérito. Los demás prometieron volver, y lo hicieron, pero en barco, con provisiones y de forma más soportable. Y lo que son las cosas: llega Pizarro a Sevilla con la “buena nueva”, y lo encarcelan por antiguas deudas. Pero allí estaba Cortés para sacarle del apuro. (Continuará).
     - Y pensar, Sancho,  que los conociste a todos… Mañana más.



     Ese interminable recorrido terrestre de la parte norte, ocupada por los indios navajos (los de las películas del Oeste), fue el que hizo Álvar Núñez Cabeza de Vaca con sus tres compañeros,  hasta llegar a la zona española de Culiacán. El resto, hasta México capital, fue cómodo y triunfal, repitiendo mil veces a  los curiosos españoles su experiencia atormentada y larga (siete años), e, incluso, dando pie a futuras expediciones fantasiosas y fracasadas de otros capitanes, en una de las cuales murió el esclavo negro Estebanico.


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