martes, 3 de noviembre de 2015

(62) - Feliz diaversario, mi dulce trovador, Príncipe de Maina.
     - Gloria y eterna felicidad para ti, ilustrísimo  abad mainense.
     - Adjudicado: me gusta lo de Valle de Maina. Descúbrenos hoy que en mis tiempos no todos estábamos ciegos. ¡Qué cosas se atrevió a decir Erasmo! Y eso que algunos le acusan de haber sido demasiado medroso.
     - Fue un genial humanista. Tan grande y respetado en toda Europa que nadie se atrevió a perseguirle. Su gran amigo, Tomás Moro, a quien dedicó su extraordinario librito “Elogio de la locura”, perdió la cabeza bajo el hacha del trastornado Enrique VIII, que solo tuvo respeto, aunque la repudiara, por su mujer Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos y muy querida por el pueblo inglés. Veamos un “inocente” parrafito del vitriólico texto de Erasmo: “Muy semejante a la conducta de los príncipes es la que desde hace tiempo observan los pontífices, los cardenales y los obispos, que no sólo los emulan, sino que incluso les superan. No se acuerdan siquiera de que la palabra obispo equivale a trabajo, desvelo y solicitud. Solo son realmente obis­pos cuando se trata de atrapar dinero, abriendo entonces bien los ojos. Si los sumos pontífices, que están en el lugar de Jesucristo, procuraran imitarle en su doctrina y en su cruz, ¿quién querría conservar esa dignidad mediante el acero, el veneno y toda clase de violencias? Combaten con el hierro y con el fuego, no sin gran sacrificio de la sangre de los cristianos, exterminando sin piedad a los que llaman enemigos. Como si hubiera enemigos más en­carnizados de la Iglesia que esos impíos pontífices que adulteran la enseñanza de Cristo mediante interpretaciones forzadas y lo inmolan con su escandalosa conducta. No les faltan doctos aduladores que a tan manifiesta insensatez llamen celo y piedad, demostrando por razonamientos que herir y arrancar con el hie­rro homicida las entrañas de sus hermanos es procedimiento lau­dable que deja incólume aquella suprema caridad que, según el precepto de Cristo, debe el cristiano a su prójimo”. El librito es sibilino, porque no es Erasmo el que habla, sino la Locura, en un tono ambiguo: un prodigio de valiente y astuta burla a los cuadriculados censores.
     - Eso dice de ti uno de tus amigos: bromea llamándote cobardón porque me utilizas a mí para decir lo que tú, que vas de bueno, no te atreves. Tendré que llamarle la atención: se ha pasado.
     - Pero no te pongas apocalíptico a base de hisopazos y excomuniones; ya sabes que es buen chico.
     - Pues claro que no: tú y todos tus amigos sois mis hijos putativos (¿prostitutivos mejor?): os quiero con locura; os adoro. Ciao.
     - Eres un santo, reverendo. Quiero tu visita diaria hasta que vaya a Quántix. A domani, caro.



     Erasmo de Rotterdam. El cuadro lo pintó Holbein el Viejo el año 1523, en plena debacle luterana, que parece reflejada en la expresión resignada del mejor intelectual de su época, empapado en conocimientos de los autores clásicos. Lujosamente vestido y con una elegancia natural, había ya advertido a los europeos de la necesidad de cambiar de rumbo para evitar las terribles guerras que luego vinieron por su falta de visión. Yo ni me enteré: bastante tenía con mis asuntos de abad y con la organización del tinglado de los viajes a Indias.


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