(62) - Feliz diaversario, mi dulce trovador,
Príncipe de Maina.
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Gloria y eterna felicidad para ti, ilustrísimo
abad mainense.
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Adjudicado: me gusta lo de Valle de Maina. Descúbrenos hoy que en mis tiempos
no todos estábamos ciegos. ¡Qué cosas se atrevió a decir Erasmo! Y eso que
algunos le acusan de haber sido demasiado medroso.
- Fue un genial humanista. Tan grande y
respetado en toda Europa que nadie se atrevió a perseguirle. Su gran amigo,
Tomás Moro, a quien dedicó su extraordinario librito “Elogio de la locura”,
perdió la cabeza bajo el hacha del trastornado Enrique VIII, que solo tuvo
respeto, aunque la repudiara, por su mujer Catalina de Aragón, hija de los
Reyes Católicos y muy querida por el pueblo inglés. Veamos un “inocente”
parrafito del vitriólico texto de Erasmo: “Muy semejante a la conducta de los príncipes
es la que desde hace tiempo observan los pontífices, los cardenales y los
obispos, que no sólo los emulan, sino que incluso les superan. No se acuerdan
siquiera de que la palabra obispo equivale a trabajo, desvelo y solicitud. Solo
son realmente obispos cuando se trata de atrapar dinero, abriendo entonces
bien los ojos. Si los sumos pontífices, que están en el lugar de Jesucristo,
procuraran imitarle en su doctrina y en su cruz, ¿quién querría conservar esa
dignidad mediante el acero, el veneno y toda clase de violencias? Combaten con
el hierro y con el fuego, no sin gran sacrificio de la sangre de los
cristianos, exterminando sin piedad a los que llaman enemigos. Como si hubiera
enemigos más encarnizados de la Iglesia que esos impíos pontífices que
adulteran la enseñanza de Cristo mediante interpretaciones forzadas y lo
inmolan con su escandalosa conducta. No les faltan doctos aduladores que a tan
manifiesta insensatez llamen celo y piedad, demostrando por razonamientos que
herir y arrancar con el hierro homicida las entrañas de sus hermanos es
procedimiento laudable que deja incólume aquella suprema caridad que, según el
precepto de Cristo, debe el cristiano a su prójimo”. El librito es sibilino,
porque no es Erasmo el que habla, sino la Locura, en un tono ambiguo: un
prodigio de valiente y astuta burla a los cuadriculados censores.
-
Eso dice de ti uno de tus amigos: bromea llamándote cobardón porque me utilizas
a mí para decir lo que tú, que vas de bueno, no te atreves. Tendré que llamarle
la atención: se ha pasado.
-
Pero no te pongas apocalíptico a base de hisopazos y excomuniones; ya sabes que
es buen chico.
-
Pues claro que no: tú y todos tus amigos sois mis hijos putativos (¿prostitutivos
mejor?): os quiero con locura; os adoro. Ciao.
- Eres un santo, reverendo. Quiero tu visita
diaria hasta que vaya a Quántix. A domani, caro.
Erasmo
de Rotterdam. El cuadro lo pintó Holbein el Viejo el año 1523, en plena debacle
luterana, que parece reflejada en la expresión resignada del mejor intelectual
de su época, empapado en conocimientos de los autores clásicos. Lujosamente
vestido y con una elegancia natural, había ya advertido a los europeos de la
necesidad de cambiar de rumbo para evitar las terribles guerras que luego
vinieron por su falta de visión. Yo ni me enteré: bastante tenía con mis
asuntos de abad y con la organización del tinglado de los viajes a Indias.
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