lunes, 2 de noviembre de 2015

(59) - Buenas y santas noches, príncipe de las letras, sublime poeta, músico exquisito, casanova incansable, artista genial, San Félix, stella maris, turris ebúrnea…Vale, que te estás ruborizando.
     - Es demasiado para  mi falsa modestia. Llegas descontrolado. No sabía que los cuánticos le dabais también a las drogas.
     - De eso, nada, difamador. Todo ha sido un preámbulo para hablar de uno de tus cuadros. Ya sabes que el que nos entusiasma en Quántix es el de la yegua con su potrillo. Alguno dirá que es más cursi que un gorrino con tutú, pero, para nosotros, es insuperable (hasta Velázquez lo reconoce). Colgaste otro que levantó ampollas, y quiero que lo vuelvas a poner y que lo defiendas a capa y espada, como si fuera un hijo tonto, porque va a servir de colofón a esa vomitiva película que nos ha tocado ver sobre el pasado de los reyes y los papas. Estoy hasta la peineta de oír a los críticos decir que el sentido de un cuadro es el que descubre el espectador. Nos moríamos de risa en Quántix, a carcajada limpia, al ver que esos expertos  decían y repetían que era una genialidad de Goya haber dibujado a dos labriegos con las piernas enterradas para que no pudieran escapar y se vieran así obligados a darse de garrotazos. Hasta que los restauradores se dieron cuenta de que  inicialmente estaban  con las piernas libres y el paso del tiempo las había borrado. De manera que, ante posibles malentendidos, tendrás que explicar el sentido que “tú” quisiste darle a tu trabajo.
     - Vamos allá. Se trata de la imagen de Hitler vestido de papa nazi, y mi idea no era otra que la de expresar el horror y la ridícula payasada de juntar en una sola mano la tiranía política y la religiosa, que, como muy bien has recordado, fue el drama que terminó por partir en dos la cristiana Europa. Hitler no es don Adolfo, y sus vestimentas no representan al Papa: son, sin más, símbolos del poder absoluto político-religioso unido en una sola dictadura.
     - Como el libidinoso monstruo de las dos espaldas del que hablaban los clásicos, en otro sentido más placentero (que el Señor me perdone). Tu intención era clara y totalmente ajena al hermetismo de los divos modernos. Ojalá esa amenaza haya desaparecido para siempre del mundo occidental,  y se esfume también pronto en esos países que viven a diario el horror  del  fanatismo de sus líderes. Cada vez lo tienen más difícil los fantoches. Así que remata con la crítica que hace ese cuadro el lamentable espectáculo de aquella horrenda mentalidad de mi época, en la que tuve un destacado protagonismo. Es mi deber verlo; y sin anestesia. Ciao.
     - A domani, paternal Sancio. Me has quitado un peso de encima.



      Así me gusta, pequeñín. Te has atrevido a publicarlo de nuevo, sin miedo al destierro. Lo expresas muy bien: El absolutismo político-religioso siempre será una trágica payasada.


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