viernes, 13 de noviembre de 2015

(82) - Sursum corda, Felitxu: dentro de unas horas, txapeldun. Hoy llego antes, sublime orador. Quiero que en cuanto termines tu deliciosa charla, disfrutes inmediatamente de un merecido descanso, que te me estás consumiendo, angelito mío.
     - Un buen detalle, querido Sancho. Pero ya sabes que sé medir mis fuerzas, practicando el “nihil nimis” que tú siempre pasaste por alto.
     - Mejor no meneallo, imprudente joven. Sigue con las miserias de mi sobrino Juan y sus compinches.
     - Lo que resulta indudable es que tu pariente no tenía un pelo de tonto y era muy trabajador, aunque malogrado por la ambición. Pero no pasaba de ser un licenciado aupado a tan alto cargo por tus influencias, con un currículum mucho más gris que el de Ayllón y Villalobos. Del primero, ya hemos comentado que murió en la expedición que le arrebató a Juan. En 1562 un hijo suyo, también llamado Lucas, obtuvo licencia para repetir el viaje de su padre, pero no pudo iniciarlo por falta de recursos. Otro de sus hijos, Pedro Vázquez de Ayllón, le escribió al rey una carta lacrimógena (estilo muy frecuente entonces), pidiéndole alguna merced. El documento es muy interesante porque explica muy bien el desastre de la empresa de su padre (aunque dando de él una imagen beatífica). Se refiere a la desgracia de su progenitor diciendo que “Hizo una gruesa armada y llevó en ella más de 600 hombres en cinco navíos. Gastó en la armada la mayor parte de su ha­cienda y quedaron su mujer e hijos adeudados en mucha canti­dad por haber hecho la armada a su costa. Y, después de ha­ber llegado a la península de La Florida, dos o tres meses más tarde murió él y la mayor parte de la gente que llevó consigo”. Concretaba su petición diciendo: “Que es uno de los principales vecinos desta ciudad, y que en ella ha sido alcalde, y que en el servicio contra los (piratas) franceses fue proveído por la Audiencia como capitán para ir al puerto estando los franceses destruyéndolo, y haciendo él lo que era obligado. Que tiene poca hacienda para poder sustentar la calidad de su persona y la honra y estado (que le corresponde). Que es persona hábil y suficiente y merecedor de cualquier cargo que Su Majestad le quiera dar”. Así lo dejamos, dulce Sancho, que me esperan en Carranza. Luego te veo.
     - Me tendrás a tu lado, sin que nadie se dé cuenta. Y te daré un coscorrón en cuanto perciba que te desvías por las ramas, porque eres un poco saltarín. Y ahora vamos a divertirnos un poco con el posible lector. Pintaste  una acuarela de un bonito pueblo que tiene alguna relación con lo que has estado contando. Cuélgala para ver si adivinan cuál es. Hasta lueguito, carismático orador.

  

     En un lugar de Castilla, de cuyo nombre no quiero acordarme...


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