martes, 3 de noviembre de 2015

(61) - Hola, mi querido Félix. Ya veo que no te pillo de sorpresa.
- Teníamos una cita ineludible más tempranera: nos entendemos sin hablar. Hoy hace justo un año que falleció José Bustamante Bricio, nuestro entrañable amigo. El libro de tu biografía tiene tres protagonistas: un servidor porque lo ha escrito, tú porque se trata de tu vida, y, last but not least, el irrepetible Pepe: él fue el catalizador que hizo cristalizar, de forma milagrosa, todo el texto, porque la ingente cantidad de datos que yo tenía los empecé a ordenar y escribir en el mismo instante en que lo conocí. Fue como una visita al mago Merlín: salí transmutado. Él te tenía un afecto especial.
     - Y no digamos a las religiosas de  mi convento. ¡Qué buena persona! Inteligente, amable, siempre activo y entusiasta.
     - Y con gran sentido del humor; con una rara mezcla de  soltura para tratar a los grandes y a los sencillos. Como diría Manrique: “Muy amigo de sus amigos”. Son inolvidables los cuatro meses que “me duró”. Y las tertulias sabatinas que tuvimos en el Cadagua los “tres  mosqueteros”, Pepe, Pablo Buitrón (que nos presentó) y yo, para desesperación de su familia que siempre tenía prisa por volver a Bilbao. Y el descacharrante viaje que hicimos al convento de las Concepcionistas de Mondragón, donde Pepe se enrolló, de forma casi inapropiada, con la abadesa y sor Conchita, veteranas del convento de Mena, mientras Pablo y yo quedamos como simples, pero divertidos, convidados de piedra: ellos, a lo suyo, las viejas anécdotas del pasado.
     - Y con qué ternura hablaba de mi querido hijo. Qué gusto me da que terminaras el libro con un entrañable comentario. Cuéntalo.
     -  Cuando “se lo presenté” a Pepe, le encantó que yo le lla­mara Luisito. Llegó el 31 de diciembre de 2012, y no olvidaré las últimas palabras que me dijeron ese día y ese año. Rozando las doce de la noche, Pepe, tan cortés, me llamó por teléfono para desearme un buen año nuevo. Yo correspondí. Y antes de colgar, sin duda con una sonrisa irónica y tierna, me dijo: “Felicítale también de mi parte a Luisito”. Por supuesto: lo hice.
     - Él ha sido el alma de la resurrección de Taranco, y se puede decir que, casi como el abad Vitulo, reconstruyó la iglesia “con sus propias manos”. Pon una foto del lugar. Y vosotros, meneses, dejaros de malentendidos, y asistid el próximo domingo a la parroquia de Las Altices, a las 12 del mediodía, para oír la misa que se celebrará en memoria de ese gran benefactor y apasionado del Valle de Mena y de sus vecinos que fue José Bustamante Bricio.
     - Me emociono contigo, mi querido Sancho. Hasta mañana.



     En un rincón incomparable, Pepe, casi con sus propias manos como el Abad Vitulo, consiguió reconstruir la antigua iglesia, y que siguiera vivo en ella, tras mil doscientos años, el culto a San Emeterio y San Celedonio.


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