(61) - Hola, mi querido Félix. Ya veo que no
te pillo de sorpresa.
- Teníamos una cita ineludible más
tempranera: nos entendemos sin hablar. Hoy hace justo un año que falleció José
Bustamante Bricio, nuestro entrañable amigo. El libro de tu biografía tiene
tres protagonistas: un servidor porque lo ha escrito, tú porque se trata de tu
vida, y, last but not least, el irrepetible Pepe: él fue el catalizador que
hizo cristalizar, de forma milagrosa, todo el texto, porque la ingente cantidad
de datos que yo tenía los empecé a ordenar y escribir en el mismo instante en
que lo conocí. Fue como una visita al mago Merlín: salí transmutado. Él te tenía
un afecto especial.
-
Y no digamos a las religiosas de mi
convento. ¡Qué buena persona! Inteligente, amable, siempre activo y entusiasta.
-
Y con gran sentido del humor; con una rara mezcla de soltura para tratar a los grandes y a los
sencillos. Como diría Manrique: “Muy amigo de sus amigos”. Son inolvidables los
cuatro meses que “me duró”. Y las tertulias sabatinas que tuvimos en el Cadagua
los “tres mosqueteros”, Pepe, Pablo Buitrón
(que nos presentó) y yo, para desesperación de su familia que siempre tenía
prisa por volver a Bilbao. Y el descacharrante viaje que hicimos al convento de
las Concepcionistas de Mondragón, donde Pepe se enrolló, de forma casi
inapropiada, con la abadesa y sor Conchita, veteranas del convento de Mena,
mientras Pablo y yo quedamos como simples, pero divertidos, convidados de
piedra: ellos, a lo suyo, las viejas anécdotas del pasado.
-
Y con qué ternura hablaba de mi querido hijo. Qué gusto me da que terminaras el
libro con un entrañable comentario. Cuéntalo.
- Cuando “se lo presenté” a Pepe, le encantó que
yo le llamara Luisito. Llegó el 31 de diciembre de 2012, y no olvidaré las
últimas palabras que me dijeron ese día y ese año. Rozando las doce de la
noche, Pepe, tan cortés, me llamó por teléfono para desearme un buen año nuevo.
Yo correspondí. Y antes de colgar, sin duda con una sonrisa irónica y tierna,
me dijo: “Felicítale también de mi parte a Luisito”. Por supuesto: lo hice.
-
Él ha sido el alma de la resurrección de Taranco, y se puede decir que, casi
como el abad Vitulo, reconstruyó la iglesia “con sus propias manos”. Pon una
foto del lugar. Y vosotros, meneses, dejaros de malentendidos, y asistid el
próximo domingo a la parroquia de Las Altices, a las 12 del mediodía, para oír
la misa que se celebrará en memoria de ese gran benefactor y apasionado del
Valle de Mena y de sus vecinos que fue José Bustamante Bricio.
-
Me emociono contigo, mi querido Sancho. Hasta mañana.
En
un rincón incomparable, Pepe, casi con sus propias manos como el Abad Vitulo,
consiguió reconstruir la antigua iglesia, y que siguiera vivo en ella, tras mil
doscientos años, el culto a San Emeterio y San Celedonio.
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