(74) - Gloria a
ti, ilustre Espejo de la Humanidad, que tanto me quieres pero más todavía a la
verdad.
- Hola, tembloroso y tierno ectoplasma. Te
estás curando en salud porque nos vamos acercamos a tu vida y la de tu familia.
- Tengo ya preparado un saco de ceniza
para cubrirme de oprobio, y quiero que se sepa todo, lo malo y lo bueno (que
también abundó). Pero, a su tiempo: sigamos con Bartolomé de las Casas, el
pesadísim Tabanus Criticus de todo el imperio.
- No va a ser fácil, buen abad, hacer un
flash de ese personaje tan descomunal, uno más de aquella increíble generación.
Fue muchas cosas: cura más bien mundano (el primer misacantano de Indias),
encomendero arrepentido, dominico, obispo, andaluz genéticamente exagerado,
culoinquieto casi patológico, alma sacudida por la pasión contra las
injusticias hispanas (consecuencia de
dos experiencias reveladoras), enemigo de las medias tintas, profeta
apocalíptico, injusto contra los injustos, utópico hasta el ridículo (lo que
llevó al fracaso varias de sus empresas), luchador incansable y de fanática
terquedad, valiente e insensato viajero que anduvo cerca del récord de
travesías del Atlántico, grandísimo escritor, de impresionante memoria, que
llegó a publicar una larga y sabrosa
crónica de Indias…
- Y, encima, pequeñín, ese insoportable
grano en el trasero del imperio tuvo una existencia muy longeva. Nos entraban
sudores fríos cada vez que aparecía por la Casa de la Contratación de Sevilla.
Pero decía también grandes y lacerantes verdades.
- Así es, querido Sancho: solo que sin
matices y muy teatralizadas. Lo cierto es que ese huracán de extremismo incontrolable
resultó positivo para poner algo de freno a otro huracán mucho más poderoso: la
demoledora llegada de los españoles. No puede haber crítica más exagerada que
la que hizo con su “bestseller” sobre
“La destrucción de las Indias”: exagerada por la forma, no por el fondo. Pero
da grima que ese libro haya servido para regodeo de los hipócritas jerifaltes
europeos de aquel tiempo y apuntalamiento de la Leyenda Negra. Su propio rigor
personal le jugó una mala pasada, porque vivía lleno de escrúpulos de
conciencia. Poco antes de morir, en 1566, se mostraba temeroso
ante el próximo juicio divino por no haber hecho lo suficiente (!) en la
defensa de los indios. Debido a su sordera, su confesor y compañero inseparable
fray Rodrigo de Ladrada, le hablaba en tono muy alto, y alguna vez los demás
religiosos le oyeron decir: “Obispo, mirad que os vais al infierno, que no
volvéis por estos pobres indios como estáis obligado (eso es un amigo)”.
Esperemos que el proceso de canonización abierto el año 2000 sea más tolerante,
y le lleve en volandas a los altares al trabajado Bartolomé. Bye, bye, daddy.
- No sabes qué amigos son aquí él y el
Papa Luna. Be happy.
A Bartolomé de las Casas le levantaron
este monumento en Guatemala, en agradecimiento por su intento (no consolidado)
de crear un poblado utópico en el que los indios vivieran felices. Fue de
fracaso en fracaso, pero consiguió él solito que el Rey y la Corte, sacudidos
en sus conciencias, fueran dictando leyes cada vez más humanas y controlaran su
cumplimiento.
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