lunes, 9 de noviembre de 2015

(74) - Gloria a ti, ilustre Espejo de la Humanidad, que tanto me quieres pero más todavía a la verdad.
     - Hola, tembloroso y tierno ectoplasma. Te estás curando en salud porque nos vamos acercamos a tu vida y la de tu familia.
     - Tengo ya preparado un saco de ceniza para cubrirme de oprobio, y quiero que se sepa todo, lo malo y lo bueno (que también abundó). Pero, a su tiempo: sigamos con Bartolomé de las Casas, el pesadísim Tabanus Criticus de todo el imperio.
     - No va a ser fácil, buen abad, hacer un flash de ese personaje tan descomunal, uno más de aquella increíble generación. Fue muchas cosas: cura más bien mundano (el primer misacantano de Indias), encomendero arrepentido, dominico, obispo, andaluz genéticamente exagerado, culoinquieto casi patológico, alma sacudida por la pasión contra las injusticias hispanas  (consecuencia de dos experiencias reveladoras), enemigo de las medias tintas, profeta apocalíptico, injusto contra los injustos, utópico hasta el ridículo (lo que llevó al fracaso varias de sus empresas), luchador incansable y de fanática terquedad, valiente e insensato viajero que anduvo cerca del récord de travesías del Atlántico, grandísimo escritor, de impresionante memoria, que llegó a publicar una larga  y sabrosa crónica de Indias…
     - Y, encima, pequeñín, ese insoportable grano en el trasero del imperio tuvo una existencia muy longeva. Nos entraban sudores fríos cada vez que aparecía por la Casa de la Contratación de Sevilla. Pero decía también grandes y lacerantes verdades.
     - Así es, querido Sancho: solo que sin matices y muy teatralizadas. Lo cierto es que ese huracán de extremismo incontrolable resultó positivo para poner algo de freno a otro huracán mucho más poderoso: la demoledora llegada de los españoles. No puede haber crítica más exagerada que la que hizo con su “bestseller”  sobre “La destrucción de las Indias”: exagerada por la forma, no por el fondo. Pero da grima que ese libro haya servido para regodeo de los hipócritas jerifaltes europeos de aquel tiempo y apuntalamiento de la Leyenda Negra. Su propio rigor personal le jugó una mala pasada, porque vivía lleno de escrúpulos de conciencia. Poco an­tes de morir, en 1566, se mostraba temeroso ante el próximo jui­cio divino por no haber hecho lo suficiente (!) en la defensa de los indios. Debido a su sordera, su confesor y compañero inseparable fray Rodrigo de Ladrada, le hablaba en tono muy alto, y alguna vez los demás religiosos le oyeron decir: “Obispo, mirad que os vais al infierno, que no volvéis por estos pobres indios como es­táis obligado (eso es un amigo)”. Esperemos que el proceso de canonización abierto el año 2000 sea más tolerante, y le lleve en volandas a los altares al trabajado Bartolomé. Bye, bye, daddy.
     - No sabes qué amigos son aquí él y el Papa Luna. Be happy.



     A Bartolomé de las Casas le levantaron este monumento en Guatemala, en agradecimiento por su intento (no consolidado) de crear un poblado utópico en el que los indios vivieran felices. Fue de fracaso en fracaso, pero consiguió él solito que el Rey y la Corte, sacudidos en sus conciencias, fueran dictando leyes cada vez más humanas y controlaran su cumplimiento.



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