miércoles, 18 de noviembre de 2015

(89) - J’arrive, mon petit coeur. Date el gusto de hablar de Vasco de Quiroga. Lo cortés no quita lo pizarro, y tengo que reconocer que era un dechado de virtudes (rara avis). Pero me duele que fuera uno de los oidores que le dieron la puntilla a mi sobrino  Juan.
     - Bienvenu, mon noble Sanchó. Sabes que me gusta que fuera de Madrigal, como parte de mi antigua familia, pero le habría admirado igualmente de no ser así; además sus raíces eran gallegas. Yo creo que en su casa se respiraba un especial clima de cultura y humanismo, porque dio otros frutos muy notables, como su asombroso sobrino Gaspar de Quiroga, arzobispo de Toledo, cardenal y hombre al que Felipe II le confió las más altas misiones.
     - Gaspar fue el protegido de mi compañero de Sevilla Juan Tavera, que tuvo un currículum casi idéntico al suyo y con cuya estatua funeraria Buñuel se permitió una  broma que no me gustó nada (como mostrarte en su día), insinuando que le besaba Catherine Deneuve.
     - Algo así como “lanzada a moro muerto”. Pero sigo. Entre el revoltijo de españoles que llegaron a indias, fueron los frailes quienes dieron el toque humano a aquel desbarajuste. La rareza de Vasco radica en que, siendo laico, tratara a los nativos con tanta generosidad que ha pasado a la Historia con el máximo honor de ser conocido como “Tata Vasco”, y (oh milagro) el de convertirse en un español querido por todos los mexicanos, que tuvieron la suerte de que, debido a su longevidad, pasó largos años de creativa entrega por aquellas tierras. De gran cultura, tolerante, pero firme, llegó a enfrentarse, siendo ya un provecto anciano, a los abusos del hijo de Cortés, Martín, y le ganó la partida. Era soltero y eso le abrió un  nuevo camino: casi de la noche a la mañana, le nombraron obispo de Michoacán, tras breves consultas de opiniones, en las que brilló por encima de todas la entusiasta recomendación de fray Juan de Zumárraga, nada amigo de componendas. La Universidad Nicolaíta de Michoacán es hija directa del colegio que fundó con el nombre de San Nicolás Obispo, pista indudable de su lugar nativo.
     - Fue gracioso lo que allí te dijeron: “En Madrigal, en cada casa, un Nicolás o una Nicolasa”, por su patrono, el santo obispo Nicolás de Bari. No conocí a Vasco, pero sí a los otros tres “fenómenos” que le acompañaban en una reunión celebrada  con Felipe II el año 1550: Pedro de la Gasca (que acabó con la rebelión de Gonzalo Pizarro en Perú), Bartolomé de las Casas y Bernal Díaz del Castillo, que explica en su crónica cómo le expusieron al rey sus respectivas opiniones sobre las encomiendas de indios. Adieu, mon cher.
     - Vuelve a Quántix, sweet King of New England. À demain.



     ¡Loor y gloria al gran Vasco de Quiroga! Consiguió el milagro de que, siendo español, los mexicanos, ¡LOS MEXICANOS!, le hayan dedicado un sello en el que aparece al ladito de Tomás Moro, autor del  libro UTOPÍA (a quien la mala bestia de Enrique VIII le cortó la cabeza), cuyas ideas quiso poner en práctica, con importante éxito a pesar de su dificultad, el ilustre hijo de Madrigal de las Altas Torres. De nada, mi dulce soñador.


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