martes, 3 de noviembre de 2015

(64) - ¡Arsa mi niño!: sal al escenario que te están haciendo la ola.
     - Tienes razón, mi dulce defensor: es como si me la hicieran. Tengo una absoluta confianza en la calidad de nuestro libro, y hoy he recibido, por segunda vez,  la mejor crítica, la de “la repetición”: una lectora culta e inteligente (y generosa por contármelo) se me ha acercado para decirme que acaba de leerlo y lo va a hacer otra vez.
     - Chapeau, pequeñín. Dale ya la puntilla al tema de Lutero.
     - Allá vamos. Consumado el divorcio, vino la Contrarreforma. Por vergonzoso que resulte, no fueron los papas quienes la inicia­ron, sino que habrá que ponerle una medalla a Carlos V y otra a Felipe II por presionar incansablemente a la jerarquía eclesiástica para que modificara el  desastroso rumbo de  la Iglesia Católica poniéndolo en la dirección renovadora de una vieja corriente de cambio, muchas veces impulsada por ver­daderos santos, como (por nombrar alguno) San Ignacio de Lo­yola y Santa Teresa de Jesús, con la dificultad añadida de correr el riesgo de ser tenidos por herejes. Y llegó el larguísimo Concilio de Trento (1545-1563).  El resultado fue una consolidación de la autoridad y el magisterio del papa y un rechazo absoluto de todas las doctrinas protestantes; y asimismo, unas normas de conducta para el clero en general, que no hacen más que revelar la degrada­ción a que se había llegado en todos los niveles. Para proteger a la Iglesia de la “peste” de Lutero, se introdujo la Inquisición donde no la había y se hizo oficial el “Índice de libros prohibidos”. En cuanto a las normas para el comportamiento clerical, se estableció como necesario lo que ya era supuesto hasta por los niños: Se exi­giría, para ser obispo, capacidad suficiente y ética intachable. Los sacerdotes deberían recibir formación adecuada en los seminarios. Cumplimiento del celibato. Se prohibía a los obispos acumular bienes, y estarían obligados a residir en sus diócesis. Los párrocos tendrían la obligación de predicar y dar catequesis. Se llevaría un registro oficial de los bautismos, matrimonios y defunciones. Ni que decir tiene que, finalizado el Concilio, el reforzamien­to de la autoridad de la jerarquía fue cumplido a rajatabla. Uno se teme que la otra parte, la de la “ética” del clero, quedaría reducida demasiadas veces a un mayor cuidado de las apariencias, como re­comendaría cualquier asesor de imagen. No deja de ser alarmante el raquítico porcentaje de papas santos en los años sucesivos, hasta llegar a nuestros días. Fin de la película. Adío, caro doctore.
     - Va bene, mío cuore. Súbito: foto del Concilio di Trento.


     Torpe de maniobras, como los grandes paquebotes, el Concilio de Trento tardó 18 años en enderezar el rumbo de la Iglesia. Esas cabecitas parecen las nerviosas crestas de un gallinero, pero consiguieron que una parte importante de la nave de Pedro siguiera a flote. Más habría valido prevenir que escarmentar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario