domingo, 31 de enero de 2016

(161) -  Hello, baby. Veamos actuar a la Inquisición en Lima.
     - Welcome, daddy. Un dominico “iluninado”, fray Francisco de la Cruz, fue tan terco en sus fantasías que puso en un callejón sin salida a los in­quisidores, y, a pesar de ser un trastornado mental, terminó en la hoguera. Un chivatazo denunció que fray Pedro de Toro, el jesuita Luis López y fray Francisco de la Cruz habían visitado a una endemoniada, María Pizarro, a quien estaban exorcizando, y terminaron por creer que las apariciones que tenía eran santas, según las cuales fray Pedro y fray Francisco estaban predestinados para una gran misión. Entrelazado con los hechos, se ve un claro fondo de ca­rácter sexual. Al parecer, el jesuita “se aficionó a la endemoniada y ella a él”, la dejó embarazada, y abortó. María fue acusada también  de haber tenido trato carnal con el demonio; se arrepintió, enfermó durante las declaraciones, se confesó y murió. El jesuita Luis López quedó, de momento, absuelto, pero des­pués le denunciaron por “otros feísimos delitos”, y tuvo la impru­dencia de decir a los jueces que a fray Francisco le habían calificado de hereje, estando loco, y “que no quisiera él tener la conciencia del inquisi­dor Cerezuela”, consiguiendo con su osadía que le abrieran un nuevo proceso. Sacaron a colación sus pecados con María Pizarro, que, censurados por el pudor, los describieron en latín.
     - Mas vos nos faseréis mersed de mostrarnos en román paladino al acorralado jesuita dando las mesmas escurridisas, pero nada convinsentes, rasones que daba el presidente Clinton.
     - Pues allá va, querido mosén, la traducción: “Y como quisiera el reo tener otra vez cópula carnal con ella, que yacía desnuda en el lecho, y tuviera la polución entre sus piernas, y porque no suce­diera en el vaso natural, el reo dijo que no fue sino un conato de pecar, puesto que había sido fuera del vaso (pura poesía)”. Entre que dijo una tontería y que le tenía cabreado a Cerezuela, lo condenaron a dos años de reclusión en España, prohibiéndole confesar, y los cumplió en una casa de la Compañía situada en la villa de Trigueros. Lo de fray Francisco tuvo menos gracia. Creyendo sinceramente en las alucinaciones de María Pizarro, se entregó sin reserva a un demencial proyecto (que también espoleaba inconscientemente al pobre frailuco con impulsos sexuales llenos de sentimientos de culpa), sin que en sus reivindicaciones faltaran algunas verdades de grueso calibre político y social.  El fiscal presentó sus acusaciones: “Que dijo a ciertas personas, para poder mejor plantar su secta, que en esta ciudad de Lima había de nacer un niño que había de ser santo, gran siervo de Dios, y que había de ser fraile de Santo Domingo, y remedio del Perú, siendo el dicho fray Fran­cisco padre del niño; que quería alzarse contra el Rey en Perú, y que se iba ganando a muchos para tal fin”. En el in­terrogatorio empezó a decir “palabras nefandas deshonestísimas, que por no ofender a las pías orejas de los católicos cristianos, no las mandamos escribir”. Lo tomaron por un brote de locura y llamaron al médico del Santo Oficio, quien, pasados algunos días, dijo que ya estaba cuerdo. (Continuará).
    - En verdad os digo: cuánto mejor vivís ahora, hijos míos. Pax vobis.


     Una bonita vista nocturna de la Plaza de Armas de Lima, resaltando la catedral y esa hermosa fuente que colocó hacia 1650 otro buen virrey malogrado (porque no tuvo más que obstáculos), García Sarmiento de Sotomayor. Primero, en México, enfrentado al obispo Palafox, y después en Perú soportando una época de profunda crisis económica. Dejó gustoso el puesto, tras seis años de ejercerlo, pero le agradaba tanto el país que no quiso volver a España, y vivió allá felizmente otros cuatro, “hasta que le llegó la hora”.


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