miércoles, 27 de enero de 2016

(157) - Salut, mon sublime écrivain. Toca ver la impresionante carta del gran virrey Francisco de Toledo en la que se harta de decirle al rey que es necesario que acepte su dimisión. Es larga, pero no  estropees con excesivos recortes tu sudada transcripción.
     - Bonne nuit, mon protecteur. Allá va el sabroso texto. Francisco va soltando sus razones (no se pierda de vista que habla en tercera persona): “La primera haber querido S. M servirse de él tarde, de 55 años para arriba, tan cascado y achacoso de haber servido al emperador, que haya gloria, en todas las guerras de África y Berbería, Francia y Alemania, teniendo que sufrir después el trabajo de los mares y asperezas de este nuevo mundo. Lo segundo, porque le suplicó a V. M. instantemente que no le mandase servir en este reino más que tres o cuatro años, pues que él solo quería trabajo de reducirlo y asentarlo, y V. M. le dio su real palabra”. Añade que considera que ya ha hecho todo lo posible, y que “poco servicio más se podía hacer incluso teniendo el poder y favor de S. M. y sus ministros, y menos todavía teniéndolo tan en contrario  allá y acá, pues si algo tenía remedio, se habrá ya puesto con el trabajo que va tomando de visitar todo este reino”.
- Y, para remordimiento mío, fiel cronista, por mis debilidades de clérigo pecador, se muestra ejemplarmente religioso y desprendido. Dice: “Habiendo hecho este viaje con libertad de intereses, enderezando y sacrificando al servicio de Dios (ni siquiera menciona el del rey) el peligro de su persona y trabajos de ella, y no teniendo otras pretensiones de hijos ni mujer, parece que  no es justo contentarse con lo que les ha satisfecho a los demás, y no hallando el dicho don Francisco de Toledo (en el ejercicio de sus funciones) el útil que deseó (por sus mermadas facultades), entiende que con estrecha cuenta le pedirá Dios el haber ocupado este lugar sin el provecho que pide la utilidad del reino, así como cuán claramente le llaman Dios y la razón de los años para que vuelva a darle cuenta particular de sí en su rincón”.
     - Impresiona, querido ectoplasma, esa amargura y la religiosa conciencia de que su fin no está lejano. Pero levanta cabeza para defender su honor y le dice al rey: “Y asimismo porque, no embargante los obstáculos que se le han puesto para servir en este cargo y la poca fidelidad que se ha tenido acá a V. M., que bastara para quebrarle las alas del celo de sus deseos, nada impedirá que, antes de que vuelva respuesta de esta buena licencia de V.M., haya visitado (recorrido) este reino, mediante Dios, y hecho todo aquello que  le fuera posible, mostrando más ánimo, libertad y favor de V. Majestad, para servirle, del que se le ha dado”. À demain, mon cher.
     - Estamos en lo de siempre, tierno biógrafo mío: la ingratitud humana, especialmente de los poderosos, que tan acertadamente expresó el romance del Cid: “¡Dios qué buen vasallo, si oviese buen señor!”.  No te hagas el tonto, que tenemos que ir a Oropesa. Adieu.


     - Move the ass, old man: no te adocenes; tenemos que viajar. Oferta especial: nos vamos a Talavera de la Reina, de donde era tu tatarabuela María del Carmen, llegamos a Oropesa y nos alojamos en ese castillo parador que ves en la foto, antigua propiedad de los Álvarez de Toledo (se me estremece el olfato con el recuerdo de los aromas de la sopa de ajo castellana, el cordero asado y los vinos de la región); paradita en Jarandilla de Vera donde Francisco de Toledo asistió a Carlos V mientras se acababan las obras de Yuste, y luego nos presentamos en este histórico y paradisíaco monasterio. Y, oh Dios mío, remataremos la jugada pasando un día ¡en Trujllo! como dos jubilosos jubilados. ¿Qué tal, cuate?

     - Trato hecho: eres un magnífico organizador de viajes tentadores.


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