(157) - Salut, mon sublime écrivain. Toca ver la impresionante carta del
gran virrey Francisco de Toledo en la que se harta de decirle al rey que es
necesario que acepte su dimisión. Es larga, pero no estropees con excesivos recortes tu sudada
transcripción.
- Bonne nuit, mon protecteur.
Allá va el sabroso texto. Francisco va soltando sus razones (no se pierda de
vista que habla en tercera persona): “La primera haber querido S. M servirse de
él tarde, de 55 años para arriba, tan cascado y achacoso de haber servido al
emperador, que haya gloria, en todas las guerras de África y Berbería, Francia
y Alemania, teniendo que sufrir después el trabajo de los mares y asperezas de
este nuevo mundo. Lo segundo, porque le suplicó a V. M. instantemente que no le
mandase servir en este reino más que tres o cuatro años, pues que él solo
quería trabajo de reducirlo y asentarlo, y V. M. le dio su real palabra”. Añade
que considera que ya ha hecho todo lo posible, y que “poco servicio más se
podía hacer incluso teniendo el poder y favor de S. M. y sus ministros, y menos
todavía teniéndolo tan en contrario allá
y acá, pues si algo tenía remedio, se habrá ya puesto con el trabajo que va
tomando de visitar todo este reino”.
- Y, para remordimiento mío, fiel cronista, por mis debilidades de clérigo
pecador, se muestra ejemplarmente religioso y desprendido. Dice: “Habiendo
hecho este viaje con libertad de intereses, enderezando y sacrificando al
servicio de Dios (ni siquiera menciona el del rey) el peligro de su persona y
trabajos de ella, y no teniendo otras pretensiones de hijos ni mujer, parece
que no es justo contentarse con lo que
les ha satisfecho a los demás, y no hallando el dicho don Francisco de Toledo (en
el ejercicio de sus funciones) el útil que deseó (por sus mermadas facultades),
entiende que con estrecha cuenta le pedirá Dios el haber ocupado este lugar sin
el provecho que pide la utilidad del reino, así como cuán claramente le llaman
Dios y la razón de los años para que vuelva a darle cuenta particular de sí en
su rincón”.
- Impresiona, querido
ectoplasma, esa amargura y la religiosa conciencia de que su fin no está
lejano. Pero levanta cabeza para defender su honor y le dice al rey: “Y
asimismo porque, no embargante los obstáculos que se le han puesto para servir
en este cargo y la poca fidelidad que se ha tenido acá a V. M., que bastara
para quebrarle las alas del celo de sus deseos, nada impedirá que, antes de que
vuelva respuesta de esta buena licencia de V.M., haya visitado (recorrido) este
reino, mediante Dios, y hecho todo aquello que
le fuera posible, mostrando más ánimo, libertad y favor de V. Majestad,
para servirle, del que se le ha dado”. À demain, mon cher.
- Estamos en lo de siempre,
tierno biógrafo mío: la ingratitud humana, especialmente de los poderosos, que
tan acertadamente expresó el romance del Cid: “¡Dios qué buen vasallo, si
oviese buen señor!”. No te hagas el
tonto, que tenemos que ir a Oropesa. Adieu.
- Move the ass, old man: no te
adocenes; tenemos que viajar. Oferta especial: nos vamos a Talavera de la
Reina, de donde era tu tatarabuela María del Carmen, llegamos a Oropesa y nos
alojamos en ese castillo parador que ves en la foto, antigua propiedad de los
Álvarez de Toledo (se me estremece el olfato con el recuerdo de los aromas de
la sopa de ajo castellana, el cordero asado y los vinos de la región); paradita
en Jarandilla de Vera donde Francisco de Toledo asistió a Carlos V mientras se
acababan las obras de Yuste, y luego nos presentamos en este histórico y
paradisíaco monasterio. Y, oh Dios mío, remataremos la jugada pasando un día
¡en Trujllo! como dos jubilosos jubilados. ¿Qué tal, cuate?
- Trato hecho: eres un
magnífico organizador de viajes tentadores.
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