viernes, 1 de enero de 2016

(131) - ¡Alto, compañeiru!: fagamos una paradiña.  Núñez Cabeza de Vaca está contento con nuestra versión, pero te pide que muestres la suya, expuesta en su precioso libro “Naufragios y Comentarios”.
    - É certu, Sanchiñu. Lo frustrante es el corsé de la brevedad: él lo expuso en 120 páginas. Pero allá van unas gotitas de su esencia. Ya sabemos que Martínez de Irala le arrebató el poder en Asunción y lo metió en la cárcel, donde estuvo casi año y medio refinadamente maltratado. Narra los hechos, según la costumbre de la época, en tercera persona, como si fuera el cronista de lo que le sucedió al gobernador (él mismo). Pone un ejemplo de esa sibilina estrategia de castigo. Dice que la facción de Irala escogió como guardián “al hombre que más mal le quisiese, Hernando de Sosa, al cual el gobernador había castigado porque había dado un bofetón y palos a un indio principal”. En su narración se ve con claridad que Asunción vivió durante ese tiempo en constante alboroto, al borde de la guerra civil, por la división entre amigos y enemigos suyos: Irala, con la sartén por el mango, aunque metido en las peligrosas aguas de una rebelión contra la autoridad real, y los partidarios de Cabeza de Vaca, viendo la amenazante sombra de la muerte.
     - Y tú, pecador, has acusado en falso a unos frailes por fiarte de versiones de segunda mano. Sed ego te absolvo a peccatis tuis.
     - Razón tienes, reverendo.  Dije que no le tragaban a Álvar unos frailes a los que había reprochado sus pendoneos. Lo que en realidad ocurrió (sin duda raro) fue que, como gobernador, les había impedido  marcharse a Brasil con unas indias a las que daban catequesis: “y como esto supieron los indios principales, le dijeron que les llevaban por fuerza sus hijas y que los frailes las tenían muy sujetas y aprisionadas; cuando el gobernador supo esto, envió tras ellos y los hizo volver; las mozas que llevaban eran treinta y cinco”. Durante su prisión, la india que le servía la comida a Álvar, le pasaba cada tres días una carta con noticias del exterior. Sospechaban de ella y la cachearon. Cuenta con verdadero tacto, pero claramente, lo que la india le dijo: “La desnudaban, catándola todo lo posible, que, por ser cosa vergonzosa, no lo señalo”. Nunca le encontraban la carta buscada; el truco estaba en que se la sujetaba hábilmente entre los dedos de los pies. Intentaron otro método que, al expicarlo, Álvar nos revela indirectamente que la mentalidad de los indígenas evitaba un uso habitual de violaciones sexuales. Lo dice con tanta delicadeza que hay que leer con atención: “Buscaron cuatro mancebos de entre ellos (los españoles) para que se envolviesen con la india, (lo cual era fácil) porque de costumbre no son escasas de sus personas, y tienen por gran afrenta negallo a nadie que se lo pida, y dicen que para qué se lo dieron sino para aquello”. Once meses de amoríos disfrutando de la mujeruca, pero ella no reveló su secreto. Como dicen en México: “Este cuerpesito no es para los gusanos, sino para los humanos”. Mañana más texto. Sayonara, daddy.
     - Y Álvar nos mencionará repetidamente a Juan de Salazar de Espinosa. Bye, baby.




    - Esa belleza de cataratas, las de Iguazú, las descubrió Álvar Núñez Cabeza de Vaca  al atreverse a ir en línea recta desde la costa brasileña hasta Asunción (¿por qué, dita sea, no leen vuesas mersedes su presioso libro “Naufragios y Comentarios“?). Los portugueses solo les permitían a lo españoles pasos esporádicos por sus dominios: a eso se debe que “mi primo” Juan de Martienzo (el más listo de la familia) estableciera su GRAN RUTA MATIENZO (de Perú a Buenos Aires) por el trayecto más corto posible sobre zona de jurisdicción estrictamente española.


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