(131) - ¡Alto, compañeiru!: fagamos una
paradiña. Núñez Cabeza de Vaca está
contento con nuestra versión, pero te pide que muestres la suya, expuesta en su
precioso libro “Naufragios y Comentarios”.
- É
certu, Sanchiñu. Lo frustrante es el corsé de la brevedad: él lo expuso en 120
páginas. Pero allá van unas gotitas de su esencia. Ya sabemos que Martínez de
Irala le arrebató el poder en Asunción y lo metió en la cárcel, donde estuvo
casi año y medio refinadamente maltratado. Narra los hechos, según la costumbre
de la época, en tercera persona, como si fuera el cronista de lo que le sucedió
al gobernador (él mismo). Pone un ejemplo de esa sibilina estrategia de
castigo. Dice que la facción de Irala escogió como guardián “al hombre que más
mal le quisiese, Hernando de Sosa, al cual el gobernador había castigado porque
había dado un bofetón y palos a un indio principal”. En su narración se ve con
claridad que Asunción vivió durante ese tiempo en constante alboroto, al borde
de la guerra civil, por la división entre amigos y enemigos suyos: Irala, con
la sartén por el mango, aunque metido en las peligrosas aguas de una rebelión
contra la autoridad real, y los partidarios de Cabeza de Vaca, viendo la
amenazante sombra de la muerte.
- Y tú, pecador, has acusado en falso a
unos frailes por fiarte de versiones de segunda mano. Sed ego te absolvo a
peccatis tuis.
-
Razón tienes, reverendo. Dije que no le
tragaban a Álvar unos frailes a los que había reprochado sus pendoneos. Lo que en
realidad ocurrió (sin duda raro) fue que, como gobernador, les había
impedido marcharse a Brasil con unas
indias a las que daban catequesis: “y como esto supieron los indios
principales, le dijeron que les llevaban por fuerza sus hijas y que los frailes
las tenían muy sujetas y aprisionadas; cuando el gobernador supo esto, envió
tras ellos y los hizo volver; las mozas que llevaban eran treinta y cinco”.
Durante su prisión, la india que le servía la comida a Álvar, le pasaba cada
tres días una carta con noticias del exterior. Sospechaban de ella y la
cachearon. Cuenta con verdadero tacto, pero claramente, lo que la india le
dijo: “La desnudaban, catándola todo lo posible, que, por ser cosa vergonzosa,
no lo señalo”. Nunca le encontraban la carta buscada; el truco estaba en que se
la sujetaba hábilmente entre los dedos de los pies. Intentaron otro método que,
al expicarlo, Álvar nos revela indirectamente que la mentalidad de los
indígenas evitaba un uso habitual de violaciones sexuales. Lo dice con tanta
delicadeza que hay que leer con atención: “Buscaron cuatro mancebos de entre
ellos (los españoles) para que se envolviesen con la india, (lo cual era fácil)
porque de costumbre no son escasas de sus personas, y tienen por gran afrenta
negallo a nadie que se lo pida, y dicen que para qué se lo dieron sino para
aquello”. Once meses de amoríos disfrutando de la mujeruca, pero ella no reveló
su secreto. Como dicen en México: “Este cuerpesito no es para los gusanos, sino
para los humanos”. Mañana más texto. Sayonara, daddy.
-
Y Álvar nos mencionará repetidamente a Juan de Salazar de Espinosa. Bye, baby.
-
Esa belleza de cataratas, las de Iguazú, las descubrió Álvar Núñez Cabeza de
Vaca al atreverse a ir en línea recta
desde la costa brasileña hasta Asunción (¿por qué, dita sea, no leen vuesas
mersedes su presioso libro “Naufragios y Comentarios“?). Los portugueses solo
les permitían a lo españoles pasos esporádicos por sus dominios: a eso se debe
que “mi primo” Juan de Martienzo (el más listo de la familia) estableciera su
GRAN RUTA MATIENZO (de Perú a Buenos Aires) por el trayecto más corto posible
sobre zona de jurisdicción estrictamente española.
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