viernes, 15 de enero de 2016

(145) - Qué difícil es la convivencia, ¿eh, carrozón? Y más sin poder huir.
     - Razón tienes, amigo Sancho. Donde hay un grupo, hay un jefe, y a veces es un imbécil de libro. Rasquín pasaba de las protestas,  “y, con todo, no valió ni por codicilo, sino que airóse mucho contra los oficiales porque no les mandaron colgar (a los quejosos). Quiso nuestro Señor que la nao almiranta comenzó a hacer agua a toda furia, y el gobernador tuvo necesidad de entrar en Cabo Verde porque el almirante don Juan Boyl era muy temeroso en la mar y había sido su fiador en la capitulación, y si el gobernador era mal acondicionado (de carácter), don Juan le ganaba. Y en el puerto se quedaron muchos de los soldados porque habían visto el mal principio y que actuaba zafiamente, porque no era otro su trofeo sino tener dinero y andar desaliñado, y su fruta de postre a la mesa era tratar de putas y decir a los otros que no servían para nada porque no llevaba cada uno una; y él tenía tres, una gallega, otra sevillana, y la otra una india que trajo del Río de la Plata”. Luego Rasquín tuvo cuatro días presos a los oficiales que habían mediado a favor de los pasajeros, y apareció por allí la otra bestia con mando: “Entrando el almirante don Juan de Boyl, que iba de malas, comenzó a dar voces diciéndole al gobernador que de una entena quisiera verlos colgados, porque  los traidores amotinadores así se han de castigar. Como vieron esto los que estaban en la nao, murmuraban diciendo que el diablo les había metido aquellos valencianos. Luego el gobernador hizo alférez mayor a un sobrino de don Juan Boyl que se llamaba Honorato, escriba peor que fariseo, de los peor acondicionados que mis ojos vieron”. En tierra, el valenciano Honorato, haciendo de cabecilla de varios paisanos suyos, tuvo una pelea con un grupo de castellanos, algunos de los cuales no volvieron a embarcarse, “vista la muy gran soberbia del gobernador, que no parecía sino que desde España hasta allí se había convertido en Lucifer. Salidos de Cabo Verde, comenzó a hacer leyes, y puso un cartel en el mástil mayor con esta norma para los soldados: ‘A cada uno  se le dará una libra de bizcocho y media azumbre de agua, y si alguien murmurare dello, si fuere caballero le cortarán la cabeza, y, si fuere de otra calidad, le ahorcarán, y si alguien lo oyere y  no denunciare, le darán un trato de cuerda (una pasada por debajo de la quilla)”. Rasquín tenía agua suficiente, pero las otras naos no, y le pasaron aviso de que, si no se la suministraba, pondrían rumbo a Santo Domingo. De hecho, Boyl “fue apartándose poco a poco, simulando que le llevaba el viento, y a la prima noche estaba ya apartado espacio de media legua, y, en dos credos, se nos hizo invisible”. O sea, de mal en peor. Bye, bye.
      -Es bien sabido que el rey puso su confianza en muchos desgarramantas. Ciao, caro.


     Vemos en el retrato a Felipe II, el rey más poderoso de la historia de España, incluso soberano de  Portugal y sus dominios, vestido como un clérigo, con el rosario en la mano: no lleva más adorno que el Toisón de Oro. Pero su administración fallaba en los detalles: así pudo llegar el odioso Rasquín a un puesto que le venía grande. De la misma manera en que  un miserable llamado Diego Flores Valdés (como veremos más adelante) le hizo la vida imposible al gran Pedro Sarmiento de Gamboa, llegó a un puesto clave  en la Armada Invencible, y fue después considerado como el mayor responsable de aquel desastre naval, por su incompetencia y su cobardía. De nada sirvió lo que Pedro le había advertido al rey sobre la mala condición del interfecto.



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