martes, 12 de enero de 2016

(142) - Mi bendición monacal para ti, santo varón. Terminado el rezo de maitines, quiero que saques al escenario al valenciano Jaime Rasquín. A pesar de la antipatía que puede producir ese veterano del Río de la Plata, resulta interesante conocer sus andanzas porque tampoco estuvieron carentes de fuerza y sufrimiento.
     - Como mande su reverencia,  padre prior.  Rasquín era el aliado de Irala que le puso amenazante a Cabeza de Vaca “a los pechos” una flecha envenenada. En 1556 vino a España,  y maniobró para que le nombraran gobernador de aquella dramática zona. Visto su comportamiento posterior, es extraño que  el rey picara (parcialmente) el anzuelo: le dio el mando de un territorio más limitado, el que hoy corresponde a Uruguay. Se diría que el “trepa” Jaime se presentó en la corte aprovechando la ocasión de que Irala acababa de morir. Y, ya puestos, comentaremos un “chisme” sobre este porque nos da idea del desmadre moral (entre otros) en que chapoteaba la ciudad de Asunción. En su testamento,  dejó escrito: “Declaro que tengo ciertos hijos, que son: Diego Martínez de Irala y Antonio de Irala y doña Ginebra Martínez de Irala, mis hijos y de Marina, mi criada, hija de Pedro de Mendoza, indio principal de esta tierra; y doña Marina de Irala, hija de Juana, mi criada; y doña Isabel de Irala, hija de Águeda, mi criada; y doña Úrsula de Irala, hija de Leonor, mi criada; y Martín Pérez de Irala, hijo de Escolástica, mi criada; e Ana de Irala, hija de Marina, mi criada; y María, hija de Beatriz, criada de Diego de Villapando, y los declaro por mis hijos, y los he casado a bendición según lo manda la Santa Madre Iglesia (todas las madres eran indígenas bautizadas)”. Sigamos con Jaime Rasquín. En cuanto obtuvo la licencia del rey, organizó una expedición y puso rumbo hacia la desembocadura del río de la Plata, pero el viaje se convirtió en un cúmulo de equivocaciones y arbitrariedades que sacaron de quicio a todo el mundo, sin que el testarudo y prepotente valenciano (igualito que el despótico Humphey Bogart de “El motín del Caine”) hiciera el menor caso de las sensatas protestas. En la desventurada expedición iba Alonso Gómez de Santoya, quien, terminado el desastre, vomitó en una intensa crónica toda la amargura que llevaba dentro. Mañana más.
- Perfecto, ilustre pendolista. Abrevia lo que puedas la sabrosa narración de Santoya. Te llamo a las tres para cantar laudes. Ciao.


     Ahí tenemos al desquiciado Janfri Rasquín, dando vueltas a las bolitas para contener su angustia, al mando de una expedición naval e incapaz de escuchar una opinión ajena. No lo olvides, jovencito: si ves venir de frente la necesaria maquinaria del poder militar, desvíate de inmediato por otro camino.



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