(151) - Buenas noches, dulce pájaro de senectud. Te estás olvidando de tu
edad. Recuerda que cualquier día puedes dar el viejazo.
- Sabes que lo tengo muy
presente: un largo e intenso viaje al que solo le falta una estación. No
importa: durar también es un buen objetivo. Y para este guiso, leer es un
sabroso condimento. Acompaña, ilustra, divierte y, lo que no es poco para un
jubileta, ejercita las neuronas. Además, te hace vivir ese romántico estribillo
de un himno futbolero inglés: “Nunca
caminarás solo”. Pero veo, my bosom friend, que me estoy saliendo del guión.
Disculpa.
- No importa: vienes trabajando
hasta los días de guardar. Has empezado a leer “Conversaciones en la Catedral”,
de Vargas Llosa, y te frenas para no tirar por la ventana esa obra de arte. ¿Y
eso?
- Vargas lo considera su mejor
libro, y sin duda es ya un clásico:
leeré enterita la brillante narración, pero me repatea el estilo. Creo que
sigue las pautas de Joyce, y le exige al lector un trabajo de atención
agotador. Me cabrea tanto como lo que
suelen exhibir en el Guggenheim, el
emblema de Bilbao, adonde se acude en masa para no comprender nada, algo igual
de absurdo que comprar un libro en chino. El de Vargas Llosa llega a
entenderse, pero tortura al lector rompiendo la sintaxis: ¿ke tal si asemos
tanvien pienso aora si Barguitas aqeyo mesmo kon la hortografia? ¡Genial!
- Ya desahogado, y terminado el
recreo, volvamos al tajo, noble espíritu apasionado de la claridad. Sácate de
la manga un virrey.
- Hecho, querido Sancho; y
además de Perú, la tierra del ilustre Vargas. Entrará en el escenario el mejor
de todos: don Francisco de Toledo. Otra biografía llena de luces y de sombras,
con la que Felipe II fue injusto: no supo valorarle en su conjunto, sino que, al parecer, le echó en cara sus
involuntarios errores. Habría que analizar por qué varios de los más admirables
y ecuánimes personajes de Indias (frailes aparte) fueron solteros, como, entre
otros, Vasco de Quiroga, Jiménez de Quesada y este Francisco de Toledo: un trío
de ases. Sigue, reverendísimo abad de Jamaica.
- Gracias, pequeñuelo. Una
alusión a sus orígenes, y en días posteriores continuaremos su rico expediente.
Francisco era en realidad un Álvarez de Toledo,
y pariente próximo de los duques de Alba. Nació el año 1515 en Oropesa
(Toledo), hijo del conde del lugar. Como virrey de Perú, logró un notable nicho
en el glorioso y tremebundo panteón de Indias. Pero anteriormente, desde los 15
hasta los 39 años vivió una constante aventura al más alto nivel, codo a codo
con los reyes, especialmente al lado de Carlos V, en plena salsa diplomática y
militar. Pero no lo contó, dita sea, grave error en el que yo también caí. Nos
faltó visión de futuro, divino literato, y os dejamos in albis. Tómate una
tila.
- Vuelve, querido ectoplasma,
al Reino de la Risa. A domani.
- Hoy te has puesto piel de
lobo, ovejita mía, y le has cabreado a Mario. Con qué cara te mira. Tendrás que
reconocerle que es un grandísimo escritor.
- Y justo merecedor del premio
Nóbel, docto abad. Todo lo que escribe sin esa retorcida afectación, seduce al
lector. Y sospecho que solo en “Conversaciones…” ha recurrido a un estilo tan
desesperante. El filósofo y crítico literario Roland Barthes no se refería
precisamente a Vargas Llosa al utilizar el símil de un parabrisas, pero sus
palabras me vienen al pelo: “Si, al leer, ves el estilo o la técnica literaria,
estás viendo el cristal y no el paisaje”.
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