viernes, 22 de enero de 2016

(152) - Pax tibi, felix Félix. Cosa rara un político honrado y trabajador.
     - Et cum spiritu tuo, sanctus Sanctus. Y más raro aún en aquellos tiempos. Francisco de Toledo fue un virrey modélico en muchos aspectos: hiperactivo organizador, austero, emprendedor,  responsable y con ojo clínico para escoger a sus colaboradores.
     - Es que, entrañable plumífero, un producto como ese solo se obtiene con buena materia prima y una esmerada educación pegada a la realidad. Quizá te sirva de explicación a su soltería que, desde los veinte años, fue Caballero de Alcántara, orden de carácter doble, militar y religioso. In illo tempore, si un rey te salía tarado, se caía en una situación general de estado catastrófico. Pero dio la serendipity (horror, ya se me coló) de que Carlos V resultó un “etiqueta negra”, un soberano de la más alta calidad, y su hijo Felipe II casi a la par, aunque algo santurrón, pero por otra parte (lo que parecía ya imposible), más poderoso. Siendo casi un crío, con 15 años, Francisco de Toledo, entró al servicio personal de ese rey que llegó a nuestro país muy “flamenco”, pero terminó enamorado de España. Y lo atendió (en la suerte y la desgracia, en la salud y la enfermedad) hasta que la muerte los separó: eso sí, guardando las distancias. Alojó al ilustre bocón real, ya casi moribundo, en la casa del conde de Oropesa camino del monasterio de Yuste, su última morada. Luego pasó a ser mayordomo de Felipe II. Tu turno, baby.
     - Thanks, daddy. Francisco tuvo el mejor y más largo máster posible, y su espíritu despierto e hiperactivo lo aprovechó al máximo: summa cum laude. No remedó a Felipe, sino a Carlos, y cuajó como un destacado hombre intelectual y de acción (ya dijimos que tenía cosas en común con  Jiménez de Quesada, el glorioso fundador de Bolgotá). Casi  no se perdió ninguno de los “saraos” europeos que el hijo de Juana la Loca (perdón, Primera de Castilla), hombre amigo de la paz y la concordia, se vio obligado a bailar: brillantemente victorioso contra los temibles y poderosos turcos en Túnez, a la greña con el tramposo Francisco I en Italia y Francia, llegando a apresarlo, abatido por el infortunio en Argel (también allí estuvo presente, pero ninguneado, el incomparable Cortés), y metido en sinsabores varios en su propia tierra, Flandes. Hasta que, acosado por la gota, el cansancio y la asfixia del humo de cien batallas, envejecido y desdentado (con solo 56 años), abdicó en Felipe. Pasado un tiempo, Francisco de Toledo aparece tan apreciado por el nuevo rey que lo mandó como representante suyo a las sesiones del Concilio de Trento. Y rubricó su confianza poniéndole al frente del virreinato más importante de Indias: Perú. Continuará.
     - Bravo, mi pequeño Balzac. El modélico vasallo partió para las Indias el año 1569.                                                                                                                  



     Así imaginó la escena el pintor Rosales en el XIX. Carlos V tuvo un bastardo con Bárbara Blomberg, mujer corajuda que consiguió librarse de que la encerraran en un convento (que el Señor me persone; tú sabes, hijo mío, que a mí me atormenta el remordimiento porque fui culpable de lo mismo). El rey protegió al muchacho a distancia, en manos ajenas, evitando verlo y sin hacer pública su existencia hasta poco antes de morir. Eso es lo que representa el cuadro: el adolescente llevado a Yuste para presentarse mutuamente padre e hijo por primera vez. Uno de los testigos tuvo que ser forzosamente Francisco de Toledo, porque vivió junto al soberano hasta que la muerte, que no respeta grandezas, se lo llevó  del monasterio. ¿Y el niño?: llegó a ser una de las figuras más radiantes de la historia militar de España, Juan de Austria, con cualidades tan excepcionales que fueron la envidia de su hermanastro, Felipe II, el monarca más poderoso del mundo.


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