(153) - Empecemos la tertulia con unas copita y algún puro, compañeiro.
- Pero no me arrastres al desenfreno, porque me falta tu aguante cósmico y
se me va a desdibujar Francisco de Toledo, pecado imperdonable tratándose de
personaje tan serio. Sigámosle la pista. En otra carambola de los famosos de
Indias, atravesó la “Mar Océana”, casualmente en una expedición dirigida por
nuestro tristemente conocido Diego Flores de Valdés, el impresentable que
ninguneó al gran Pedro Sarmiento y tuvo tanta culpa en el desastre de la Armada
Invencible. En cuanto Francisco puso pie en Cartagena de Indias, a miles de
kilómetros de Lima, empezó allí mismo a ejercer de virrey porque la amplitud de
su jurisdicción era enorme, y a todos se les hizo evidente que semejante
meteoro no iba a parar su frenética actividad hasta que abandonara el cargo,
avaro de su tiempo, aprovechando toda circunstancia para supervisar y
organizar, batiendo todos los récords de funcionario peripatético, y alcanzando
con su presencia, o la de sus delegados, hasta el último rincón del territorio.
Partió de Cartagena dejándola mejorada en todos los aspectos. Siguió la
obligada ruta hasta Panamá, y repitió la jugada. Le quitó protagonismo a la
ciudad de Nombre de Dios y se lo dio a la de Portobelo, llamada así por Colón (y
probablemente recordada en la famosa calle londinense). No se embarcó en la
costa del Pacífico sin haber dejado antes toda Panamá libre de desorden, abusos
y conflictos, logrando también consolidar las estructuras. ¿Qué opinas?
- Que de tu boca sale la
verdad, honrado cronista. En cuanto llegó a Lima, tuvo el buen sentido de
escoger los mejores colaboradores y delegar en ellos importantes misiones, pero
reservándose las más duras, porque se ocupó él mismo de una tarea tan
gigantesca como necesaria: recorrer el inmenso virreinato para ver con sus
propios ojos la realidad, “desfacer entuertos” y promover el desarrollo. Total:
un paseíto de 8.000 kilómetros durante cinco años, vive Dios, bien
aprovechados. No importaba que el rey apenas se enterara de tanta entrega: era
un hombre de honor. Hablemos de sus colaboradores.
- Déjame a mí a Pedro Sarmiento
de Gamboa (¡bilbaíno por parte de madre!, no lo olvide, señor Lehendakari). Ya
hablamos de él, pero saldrán más cosas. De momento basta con decir que el
virrey enseguida vio su valía y le encargó que hiciera una historia de los
incas, quizá con la principal intención de subrayar lo que de despótico tuvo
aquel imperio.
- Gracias, pequeñín, por darme
el turno para recordar de pasada a otro colaborador que me llega al alma: Juan
de Matienzo. Francisco de Toledo era un cazatalentos y lo descubrió al
instante. Muerto ya “mi primo”, y establecida
Buenos Aires, el hiperactivo virrey mandó fundar la ciudad de Salta (hoy
en Argentina) para poner en marcha la GRAN RUTA MATIENZO, ese trazado que
abrevió tan espectacularmente la duración de los viajes a España desde Perú. Un
brindis por ellos.
- Y tres coronas de laurel para
semejantes fenómenos. Seguiremos.
¡Porca miseria, coleguita! Por
más que has buscado, no has visto ningún monumento verdaderamente digno del
buen virrey don Francisco de Toledo. ¿Será posible que para los limeños sea un
ectoplasma olvidado como yo? Consolémonos con el que le han puesto en Salta, la
población que mandó fundar como etapa de descanso en la GRAN RUTA MATIENZO que
se inventó “mi primo” Juan, en dirección
a Buenos Aires, para reducir al mínimo el viaje a España. Menos es nada,
pero el virrey parece desquiciado en ese perdido lugar cercano a Bolivia, y
rodeado de domingueros que lo confundirán con el Sagrado Corazón.
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