sábado, 2 de enero de 2016

(132) - Pax Domini tibi, carissimus filius, magnus amanuensis mainensis.
     - Salve, illustissimus tesorerus, canonicus et abba jamaicensis. Vamos allá con Cabeza de Vaca. Tenía la paciencia del buen escritor, y, al mismo tiempo, el espíritu inquieto de un hombre de acción nato. Se puso al frente  de penosas marchas de exploración, oyendo siempre el silbido de las flechas envenenadas. Mandó a un grupo hacia Buenos Aires para reconstruir la abandonada ciudad, pero todo salió al revés. Entre bastidores, aparece en su relato, como figura muy importante, Juan de Salazar y de Espinosa. Veamos sus alusiones. Se le presentaron cinco caciques principales, todos cristianos,  denunciando abusos de Irala y compañía. Escribe sus nombres, y resulta que uno de los indios se llamaba Juan de Salazar Cupirati, sin duda por el orgullo de tener en su bautismo como padrino al gran capitán. Partió el culoinquieto Álvar con 400 hombres para otra expedición “después de haber dejado por su lugarteniente de capitán general a Juan de Salazar de Espinosa, para que gobernase en paz y en justicia aquella tierra”. Cuando le apresaron a Cabeza de Vaca los de Irala, uno de los más villanos fue el malababa de Jaime Rasquín: “y este puso una ballesta con un arpón con yerba (veneno) a los pechos al gobernador”. Que Jaimito era un miserable se confirmó en una travesía desastrosa que, años después, iba capitaneada por él, flamante nuevo gobernador. Álvar da algún dato más del “fundador de Asunción, Juan de Salazar, que fue de Espinosa de los Monteros (lo que desautoriza la interesada vesión de que nació en Medina de Pomar)”. Estaba tan alborotada la ciudad, con asesinatos de por medio y riesgo del desastre total,  que Irala decidió embarcarle a Cabeza de Vaca  y enviarle preso a España, con un pliego de acusaciones. Cuando le fueron a sacar de la pocilga, dijo solemnemente: “Señores, sed testigos de que dejo por mi lugarteniente al capitán Juan de Salazar de Espinosa hasta que Su Majestad provea lo que más servido sea”, lo que le costó  que le dieran un golpe en la cabeza. Sigue, daddy.
     - Okay, jovencito. Me dejas lo que menos me gusta: y es que Álvar hace un comentario que me parece injusto, aunque  no eran  momentos para gran objetividad. Dice. “Y es cierto que, si el capitán Salazar quisiera, el gobernador no fuera preso, ni sacado de la tierra y traído a Castilla; mas, como  quedaba por teniente, disimulólo todo”. La situación más bien parece indicar que Juan de Salazar y Espinosa no estaba en absoluto de acuerdo con aquella rebelión, y que era tan fácil ser degollado que se imponía la diplomacia. Como lo demuestra el hecho de que, finalmente,   también lo empaquetaron a él con grilletes hacia  España en el mismo barco que a Cabeza de Vaca. Es medio cómico: el 
gobernador y su lugarteniente terminaron compartiendo el desenlace de aquel peligroso sainete, juntitos de la mano y expulsados del territorio de las Indias. Ciao, trovatore.                                 
     - Hoy, en la cima; mañana, arruinados: inestabilidad  pura de aquella ciudad sin ley. Adío, caro.



     Esta placa es de agradecer, pero  ni de lejos expresa  la grandeza de Álvar Núñez  Cabeza de Vaca. Está puesta en la ribera argentina del Iguazú, y dice que “tras cruentas luchas con la naturaleza y lo ignoto, en su temerario viaje desde selvas brasileñas atlánticas en busca de una vía al Río de la Plata, descubrió esta maravilla del mundo en el año 1541”.  Álvar apenas le da importancia en su libro: él ya fue el increíble personaje que atravesó a pie, sonriéndole a la muerte, el norte de México, y se dirigía ahora ¡como flamante gobernador! a Asunción, la capital  de la provincia del Río de la Plata.


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