(132) - Pax Domini tibi, carissimus filius,
magnus amanuensis mainensis.
-
Salve, illustissimus tesorerus, canonicus et abba jamaicensis. Vamos allá con
Cabeza de Vaca. Tenía la paciencia del buen escritor, y, al mismo tiempo, el
espíritu inquieto de un hombre de acción nato. Se puso al frente de penosas marchas de exploración, oyendo siempre
el silbido de las flechas envenenadas. Mandó a un grupo hacia Buenos Aires para
reconstruir la abandonada ciudad, pero todo salió al revés. Entre bastidores,
aparece en su relato, como figura muy importante, Juan de Salazar y de
Espinosa. Veamos sus alusiones. Se le presentaron cinco caciques principales,
todos cristianos, denunciando abusos de
Irala y compañía. Escribe sus nombres, y resulta que uno de los indios se
llamaba Juan de Salazar Cupirati, sin duda por el orgullo de tener en su
bautismo como padrino al gran capitán. Partió el culoinquieto Álvar con 400
hombres para otra expedición “después de haber dejado por su lugarteniente de
capitán general a Juan de Salazar de Espinosa, para que gobernase en paz y en
justicia aquella tierra”. Cuando le apresaron a Cabeza de Vaca los de Irala,
uno de los más villanos fue el malababa de Jaime Rasquín: “y este puso una
ballesta con un arpón con yerba (veneno) a los pechos al gobernador”. Que
Jaimito era un miserable se confirmó en una travesía desastrosa que, años
después, iba capitaneada por él, flamante nuevo gobernador. Álvar da algún dato
más del “fundador de Asunción, Juan de Salazar, que fue de Espinosa de los
Monteros (lo que desautoriza la interesada vesión de que nació en Medina de
Pomar)”. Estaba tan alborotada la ciudad, con asesinatos de por medio y riesgo
del desastre total, que Irala decidió
embarcarle a Cabeza de Vaca y enviarle
preso a España, con un pliego de acusaciones. Cuando le fueron a sacar de la
pocilga, dijo solemnemente: “Señores, sed testigos de que dejo por mi
lugarteniente al capitán Juan de Salazar de Espinosa hasta que Su Majestad
provea lo que más servido sea”, lo que le costó
que le dieran un golpe en la cabeza. Sigue, daddy.
- Okay, jovencito. Me dejas lo que menos me gusta:
y es que Álvar hace un comentario que me parece injusto, aunque no eran
momentos para gran objetividad. Dice. “Y es cierto que, si el capitán
Salazar quisiera, el gobernador no fuera preso, ni sacado de la tierra y traído
a Castilla; mas, como quedaba por
teniente, disimulólo todo”. La situación más bien parece indicar que Juan de
Salazar y Espinosa no estaba en absoluto de acuerdo con aquella rebelión, y que
era tan fácil ser degollado que se imponía la diplomacia. Como lo demuestra el
hecho de que, finalmente, también lo empaquetaron a él con grilletes
hacia España en el mismo barco que a Cabeza
de Vaca. Es medio cómico: el
gobernador y su lugarteniente terminaron
compartiendo el desenlace de aquel peligroso sainete, juntitos de la mano y expulsados
del territorio de las Indias. Ciao, trovatore.
-
Hoy, en la cima; mañana, arruinados: inestabilidad pura de aquella ciudad sin ley. Adío, caro.
Esta
placa es de agradecer, pero ni de lejos
expresa la grandeza de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Está puesta en la ribera
argentina del Iguazú, y dice que “tras cruentas luchas con la naturaleza y lo
ignoto, en su temerario viaje desde selvas brasileñas atlánticas en busca de
una vía al Río de la Plata, descubrió esta maravilla del mundo en el año
1541”. Álvar apenas le da importancia en
su libro: él ya fue el increíble personaje que atravesó a pie, sonriéndole a la
muerte, el norte de México, y se dirigía ahora ¡como flamante gobernador! a
Asunción, la capital de la provincia del
Río de la Plata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario