lunes, 11 de enero de 2016

(141) - Hello, glorious Prince of Maine. Último capítulo del Río de la Plata.
     - God save you, King of New Quantix. Irala se alió con los más bestias, y, con Cabeza de Vaca, los moderados. Ya antes de llegar Álvar como gobernador, aquello era un lugar poco recomendable. Pedro de Mendoza envió una expedición hacia el norte al mando de Juan de Ayolas, que se adelantó y dejó en la retaguardia de jefe a Irala, con orden de que le esperara, pero, con  motivo o sin él, no lo hizo: su jefe murió y él quedó con el mando, incluso con rango de gobernador porque Pedro de Mendoza, moribundo de sífilis, había partido para España. Se rodeó de verdaderas máquinas de matar, y organizó otras salidas que no obtuvieron más botín que miles de indios esclavizados, algo estrictamente prohibido por las leyes vigentes. Llegó entonces con sus humanitarias ideas el nuevo gobernador: Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Se le amotinaron y lo destituyeron. Dirigía la maniobra Irala y le secundaban hombres de gran valor militar, aunque brutales (como el trujillano Nufrio de Chaves, al que, como contrapartida, le reventaron la cabeza los indios) y algún que otro miserable, como Jaime Rasquín (del que hablaremos sobre su fracasado intento del volver como gobernador a la zona). Si esta gentecilla eran  los amigos de Irala, y personas como Carvajal (el de la carta que vimos ayer) los de Álvar, parece claro de qué parte estaba la razón. Pero también a Irala, en una ausencia, le quitaron el poder sus contrarios. Pusieron al mando a  Diego de Abreu, quien, de forma impopular, ejecutó al hombre de confianza de Irala, Fernando de Mendoza, y a su vez “el implacable”, cuando volvió, se cargó a Abreu. Juan de Salazar retornó de España en 1556, y tuvo la sensatez de navegar hábilmente para no zozobrar en aquellas tormentosas aguas.  Le llevaba a Irala su definitivo nombramiento como gobernador, el sueño de toda su vida, del que apenas disfrutó  porque murió enseguida, al parecer de enfermedad. Le sustituyó su suegro, Gonzalo de Mendoza. El implacable Domingo Martínez de Irala, nacido en Vergara, pasó por el Río de la Plata como un temible ciclón. Tendría 44 años cuando murió. Juan de Salazar de Espinosa pudo vivir con tranquilidad otros cuatro años en la ciudad de Asunción, su “criatura”, muriendo en 1560. Y el humano y genial Álvar Núñez Cabeza de Vaca en Sevilla, el año 1559, probablemente con una sonrisa escéptica. Sic transit, carus.
     - Okay, my dear. Salimos ya del Río de la Plata: bye bye, Paraguay.


     Este monumento representa en Buenos Aires a Domingo Martínez de Irala como un “amigo entrañable” de los indios, de tú a tú, en un fraternal abrazo; casi parece que  va a ir a tomarse unas copas con el cacique. Es comprensible que en su pueblo, Vergara, haya gustado la talla y la tengan reproducida. Irala fue un hombre muy importante, que hizo historia, y se merece un relieve; pero no una patraña de ese calibre.


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