(159) - Saludos de parte de Cioran, pequeñín; no creía en nada pero le gustaba
la música y el espectáculo de la vida. Nihilista casi puro.
- Y, nazi arrepentido (su
última ilusión), se jubiló de todo, menos del pensamiento, en plena juventud. Como
tú y yo ahora, reverendo, que
contemplamos filosóficamente la irresponsable inestabilidad del país. Qué
complicada es la vida política, llena de conflictos y quejas como las del
atormentado virrey Francisco de Toledo. En la parte final de su carta sigue
machacando en el mismo clavo: las tremendas dificultades de la misión que le
confió el rey, que no queda muy clara en los detalles, pero sí en lo esencial.
Se trataba de poner orden en Perú, aplicar nuevas normas y bajarles los humos a
los díscolos, para lo que, primeramente, tuvo que ocuparse en España de formar
una comisión de estudio. Se queja de que, después, el rey le dejó tirado, sin
mandarle a Perú los resultados e incluso marginándolo de la correspondencia
oficial. “No solamente no se me han
enviado las resoluciones de la dicha junta, sino que no he recibido ninguna letra de V. M., ni respuesta de mis
despachos tan detallados, por más que son muchas las naos que han venido con
pliegos de V.M., teniendo yo que conocer vuestras disposiciones por medio de
quienes deberían venir a saberlas del virrey y cabeza”. Insiste de nuevo en la
dureza de su situación por las dificultades y peligros que encuentra para poner
orden. Tiene todo en contra, nativos, españoles e incluso al clero, pero “me ha
hecho Dios merced de alargarme el pecho para pasar por todo esto sin doblar el
brazo. Ni me hace obstáculo lo que el virrey don Antonio de Mendoza ponía por
delante (para darse mérito): que el estar en esta tierra es soledad de su
sangre y casa, sin su regalo y comodidad para el alma y el cuerpo; aunque yo
tenía más que otros de esto en esos reinos, y más tiernamente y con más razón
quería a mis hermanos y sobrinos. Pero, viéndose el fracaso, no pueden dejar de
tener peso todas estas cosas”. Prosiga vuestra merced.
- Muy a mi sabor, mansebo.
Apela al “cristiano ánimo de V. M., tan fuera de hacer violencia a nadie, y
menos a los que con tanto celo y amor le han servido”. Quizá sea peloteo, pero
Francisco conocía muy bien a Felipe II. Le insiste en la concesión de licencia
de vuelta a España, y llora un poco más. “Y considere V. M. que he sabido de la
pérdida de mi hermano, de quien
dependían todos los de la casa de mis padres, y por consiguiente la necesidad
de mi persona por el amor que les tenía como buen deudo, por lo que me piden
con mucha insistencia mi vuelta”. Nunca se viera tan noble caballero más harto
de su dura y desagradecida misión. Pero aún tuvo que aguantar ocho años más
(valía demasiado). Loor y gloria para él.
- Y para todo el glorioso
tríunvirato de solteros de las Indias: Quiroga-Quesada-Toledo.
Tú y yo (especialmente yo)
hemos visto de todo, vetusta reliquia; tenemos la cabeza progresista y el
corazón conservador. Vamos a hacer una reflexión sentimental, pero cordial y
“sin acritú” (quién te ha visto y quién te ve, Felipe-Isidoro) sobre nuestra
enfrentada España. En el mapa se lee medio escondido el rótulo de Curitiba,
donde la selección de fútbol española, compuesta de jugadores andaluces,
catalanes, vascos, manchegos, castellanos… y hasta un brasileiro al que le
estarían llamando traidor, se preparaba no hace mucho para la incruenta batalla
deportiva. Seguro que no tenían ni idea de que, hace casi 5 siglos, otro
revoltijo mayor, pero unido sin fisuras (¡ay, Cataluña!), pasó por ese lugar
bajo el mando de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, descubrió las cataratas de Iguazú y
llegó hasta Asunción, la capital paraguaya.
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