viernes, 29 de enero de 2016

(159) - Saludos de parte de Cioran, pequeñín; no creía en nada pero le gustaba la música y el espectáculo de la vida. Nihilista casi puro.
     - Y, nazi arrepentido (su última ilusión), se jubiló de todo, menos del pensamiento, en plena juventud. Como tú y yo ahora,  reverendo, que contemplamos filosóficamente la irresponsable inestabilidad del país. Qué complicada es la vida política, llena de conflictos y quejas como las del atormentado virrey Francisco de Toledo. En la parte final de su carta sigue machacando en el mismo clavo: las tremendas dificultades de la misión que le confió el rey, que no queda muy clara en los detalles, pero sí en lo esencial. Se trataba de poner orden en Perú, aplicar nuevas normas y bajarles los humos a los díscolos, para lo que, primeramente, tuvo que ocuparse en España de formar una comisión de estudio. Se queja de que, después, el rey le dejó tirado, sin mandarle a Perú los resultados e incluso marginándolo de la correspondencia oficial. “No solamente no se me han  enviado las resoluciones de la dicha junta, sino que no he recibido  ninguna letra de V. M., ni respuesta de mis despachos tan detallados, por más que son muchas las naos que han venido con pliegos de V.M., teniendo yo que conocer vuestras disposiciones por medio de quienes deberían venir a saberlas del virrey y cabeza”. Insiste de nuevo en la dureza de su situación por las dificultades y peligros que encuentra para poner orden. Tiene todo en contra, nativos, españoles e incluso al clero, pero “me ha hecho Dios merced de alargarme el pecho para pasar por todo esto sin doblar el brazo. Ni me hace obstáculo lo que el virrey don Antonio de Mendoza ponía por delante (para darse mérito): que el estar en esta tierra es soledad de su sangre y casa, sin su regalo y comodidad para el alma y el cuerpo; aunque yo tenía más que otros de esto en esos reinos, y más tiernamente y con más razón quería a mis hermanos y sobrinos. Pero, viéndose el fracaso, no pueden dejar de tener peso todas estas cosas”. Prosiga vuestra merced.
     - Muy a mi sabor, mansebo. Apela al “cristiano ánimo de V. M., tan fuera de hacer violencia a nadie, y menos a los que con tanto celo y amor le han servido”. Quizá sea peloteo, pero Francisco conocía muy bien a Felipe II. Le insiste en la concesión de licencia de vuelta a España, y llora un poco más. “Y considere V. M. que he sabido de la pérdida de  mi hermano, de quien dependían todos los de la casa de mis padres, y por consiguiente la necesidad de mi persona por el amor que les tenía como buen deudo, por lo que me piden con mucha insistencia mi vuelta”. Nunca se viera tan noble caballero más harto de su dura y desagradecida misión. Pero aún tuvo que aguantar ocho años más (valía demasiado). Loor y gloria para él.
     - Y para todo el glorioso tríunvirato de solteros de las Indias: Quiroga-Quesada-Toledo.



     Tú y yo (especialmente yo) hemos visto de todo, vetusta reliquia; tenemos la cabeza progresista y el corazón conservador. Vamos a hacer una reflexión sentimental, pero cordial y “sin acritú” (quién te ha visto y quién te ve, Felipe-Isidoro) sobre nuestra enfrentada España. En el mapa se lee medio escondido el rótulo de Curitiba, donde la selección de fútbol española, compuesta de jugadores andaluces, catalanes, vascos, manchegos, castellanos… y hasta un brasileiro al que le estarían llamando traidor, se preparaba no hace mucho para la incruenta batalla deportiva. Seguro que no tenían ni idea de que, hace casi 5 siglos, otro revoltijo mayor, pero unido sin fisuras (¡ay, Cataluña!), pasó por ese lugar bajo el mando de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, descubrió las cataratas de Iguazú y llegó hasta Asunción, la capital paraguaya.

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