sábado, 30 de enero de 2016

(160) - Boa noite, compañeiru: dejemos ya a don Francisco de Toledo jugando plácidamente a la petanca en el Reino de la Risa; pero tenemos que reparar otra injusticia contra su memoria.
     - Bem-vindu, queridu Sanchiñu. Con la Inquisición hemos topado. Muchos comentarios relacionados con su biografía machacan sobre el mismo tema: se le hace responsable directo de que el “Santo” Oficio se instalara en Lima, pero semejante asunto solo se podía poner en marcha por un acuerdo entre el rey y el papa. En Lima se inauguró esa eclesiástica “factoría” en 1571, siendo virrey Francisco, y fue la primera de Indias, pero no se olvide que el mismo año empezó a funcionar la de México. Por otra parte, bastante brutal era su actuación como para que, además,  se la haya convertido en símbolo de la crueldad española contra los indígenas. Quien lo sostenga, pincha en hueso: la Inquisición solamente podía juzgar a gente bautizada y el gobierno español no forzaba la conversión; otra cosa es que arremetiera contra los que se resistían violentamente a la ocupación territorial. Veamos una lista de castigados durante los primeros años por el delito de afirmaciones sospechosas de herejía: 70 españoles, 10 criollos, 1 mujer criolla, 2 mestizos, 1 mulato y 16 extranjeros (entre los que habría varios piratas capturados y acusados de luteranos). Eran bastantes los clérigos que se veían en apuros, algunos quizá claramente erasmistas, pero otros con ideas político-religiosas disparatadas, como nos vas a mostrar tú, ilustre doctor, que ya andabas por Sevilla con cierto tic excomulgador.
     - No me lo mientes, secre: teníamos la cabeza averiada. Siendo virrey Francisco de Toledo hubo dos autos de fe. En el primero, el año 1573, achicharraron a un luterano francés. El segundo se llevó a cabo el año 1578, tras un proceso que tuvo ribetes cómicos a pesar de su tragedia. Hubo varios implicados, entre ellos tu admirado Pedro Sarmiento de Gamboa (¡hijo de una bilbaína!, lehendakari jauna), por sus juveniles aficiones astrológicas y a los amuletos, pero el virrey le apreciaba demasiado para desperdiciar su valía por semejante bobada en las cárceles de la Inquisición, y consiguió embarcarlo en una famosa aventura por el Pacífico, la de Mendaña (de la que también hablaremos). El triste protagonista principal de ese macabro auto de fe era un frailuco dominico, fray Francisco de la Cruz, de impecable y brillante expediente, prior en Lima y rector de la universidad, incluso respetado por su fama de santidad, pero sus obsesiones bíblicas le secaron el cerebro como a don Quijote y terminó perdido en un mar de elucubraciones demenciales, en las que no faltaron componentes sexuales. Ya contaste algo, pero es una pena que se pierda lo que tienes transcrito. Habla, maestro.
     - Okay, daddy. Mañana empezaremos a resumir el proceso. Buen retorno a Quántix, tierno ectoplasma.


     Las plazas antiguas, el sitio público por excelencia, suelen estar empapadas de recuerdos históricos grandiosos y bochornosos. Ahí van unos cuantos limeños “diferentes”, ridiculizados con sus capirotes, hacia los estrados en los que les sentenciarán los “escogidos del Señor”. ¿Víctimas de la lnquisición? No te engañes, pequeñín: son víctimas de la sociedad de su tiempo. La escena ocurre en la Plaza de Armas de Lima, que apenas ha cambiado en lo sustancial. Qué buen artista construyó la fuente; tan bonita que sigue luciendo airosa en el mismo lugar.



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