miércoles, 13 de enero de 2016

(143) - Bonne nuit, mon petit trovateur. Qué harto quedó Gómez de Santoya del impresentable Jaime Rasquín. Vaya odisea marítima.
     - Salut, mon doux précepteur. Para empezar su pequeña crónica, Santoya hizo una sabrosa referencia a los antecedentes en Asunción, “que fue poblada por el capitán Juan de Salazar, que fue de Espinosa de los Monteros, que había ido con el gobernador don Pedro de Mendoza; y de los que quedaron allá, fue este Juan de Salazar uno. Y después el gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca la hizo hasta de 600 casas. Y como la envidia puede mucho, no le valió su buen vivir para librarse della, porque, siendo muy buen gobernador, según cuentan los que allá lo conocieron, los oficiales de su majestad, con parecer de malsines (miserables), le prendieron y enviaron a España, donde murió en Valladolid (fue en Sevilla) harto pobre caballero; ese fue el pago de tantos  infortunios y naufragios (son dos palabras tomadas del libro que escribió el propio Álvar)  como había pasado en servicio de su majestad”. El texto de Santoya es del año 1559 y pone de manifiesto que Cabeza de Vaca, que acababa de morir, se había convertido en una leyenda muy respetada. Explica que en 1556 vino del Paraguay una nave a España con 20 conquistadores, “entre ellos un Jaime Rasquín, hijo de mercader (era una profesión mal vista)”,  para conseguir del rey alguna gobernación. El valenciano consiguió la de la actual zona de Uruguay, debiendo correr con casi todos los gastos del viaje (sin que tuviera apenas con qué), hacer cuatro poblaciones y dos fortalezas, más llevar 600 hombres y todas las mujeres que quisieran reunirse con sus maridos indianos. Y para allá que se fue don Jaime, ciego de ambición y sin reparar en los avisos del desastre. Santoya nos revela que en aquella expedición iba gente muy notable y con mucho más prestigio que Rasquín, pero empobrecida: “Había hartos que, para su calidad y méritos, no era mucho esa gobernación, pero la Fortuna tiene cojos a muchos con la aborrecida pobreza”. Acto seguido, nos presenta la contrapartida del valenciano, el maestre de campo don Juan Gómez de Villandrando (el bueno de esta película). El cronista lo admira sin reservas: “vecino de Valladolid y sobrino del conde de Ribagorda, mozo de hasta 20 años y hombre que de  más de 40 parecía en cristiandad y ánimo”. Pero cita a otro villano: “el teniente de guerra, caballero valenciano, que se dijo don Francisco Calle, hombre de más de 60 años, que fuera mejor no haberle conocido, porque fue como almirante de la armada y cada día estropeaba soldados pensando vengarse de los agravios recibidos en sus bandos en Valencia”. Preludio de conflictos: iban bastantes valencianos haciendo patria privilegiados por Rasquín. Está claro, querido Sancho, que las inquinas regionales vienen de lejos.
     - Pues ya va siendo hora, sufrido ciudadano, de que viváis como vecinos bien avenidos. Pax vobis.


     Nos viene “como de molde”, jovencito, una preciosa canción del cantautor valenciano-catalán Juan Bautista Humet, fallecido en 2008 con solo 58 años.  Su creación resulta de candente actualidad: dirige el mundo una pandilla de “rasquines”, pero todo va a cambiar; tenéis que soltar el lastre viejo y seguir hacia delante con el entusiasmo de la letra: “¡HAY QUE VIVIR, AMIGO MÍO!”


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