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Al grano, jovencito: segunda parte de la carta. E todas vuesas mercedes
de pie e a gorra quitada, que nos fabla el mesmo Juan de Salazar.
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Y “de Espinosa”, daddy. Escuchemos: “Por ser el primer poblador y fundador
desta ciudad y tierra, y por muchos trabajos, gastos y servicios que en ellas
he hecho, se me han encomendado muchos indios. Yo estoy viejo y muy cansado y
pobre. Humildemente suplico a V. Maj. se me haga merced dellos perpetuos,
porque, muriendo yo, mi mujer y sus hijas, y los hijos que V. Alteza me hizo
merced de legitimar, quedarían todos perdidos. El Gobernador (Irala) va al
Paraná a acabar de poblar Guayza, porque conviene mucho para el bien destos
indios que los tupis no los acaben de destruir, y para matar los pensamientos
de los portugueses, y a ver aquellas minas lo que podrán ser, aunque no hay personas
que lo sepan beneficiar. También desea mucho poblar San Francisco; la
posibilidad es poca. Yo he escrito a V. A. el cómo se podría hacer a poca costa.
De San Vicente fueron en un navío fletado a San Francisco Hernando de Trejo
y doña Mencía Calderón y sus hijas, y algunas mujeres casadas, y otros
soldados, que por todos serían hasta treinta hombres, con propósito de esperar
allí a la armada, de que se tenía nueva que venía, para ir en ella, o poblar
habiendo buen aparejo. Estuvieron allí diez meses, y visto que la armada no
venía, ni ellos tenían hierro, ni con qué lo sustentar, ni tampoco municiones
de pólvora y plomo, ni otros menesteres, lo descamparon, de lo que al
Gobernador y a todos ha pesado mucho, porque él pensaba socorrerlos con lo que
pudiera. Después de llegado yo allí, ahora ha venido nueva de que todos han
llegado a Guayza, con hartos trabajos, y también dicen que casó doña Mencía
Calderón la hija que le quedaba con Cristóbal de Saavedra. Sabrá V. A. que los vecinos
desta ciudad no pagan los diezmos de
yeguas ni caballos, ni otro ganado, ni del grano, como deben. La ocasión que
han tomado es que en la instrucción del gobernador Felipe de Cáceres mandan que
paguen diezmo conforme a las islas de Santo Domingo, Cuba y Jamaica, y (no les
preocupa) no quererles absolver los capellanes que por vuestra Alteza están en
las iglesias, y porque no hay prelado que los pueda excomulgar. Débeles mandar
expresamente que paguen de diez uno de todas las cosas que deben pagarlo, no
obstante el capítulo que haya para Cuba y Jamaica, pues la intención de V. A.
es que así lo paguen; y desta manera lo pagarán y descargarán las conciencias,
y nosotros podremos proveer las iglesias mejor y pagar a los capellanes. Y si no
se haciendo así, siempre irá de mal en peor. Desta ciudad de La Asunción, a 20
de marzo, 1556 años. Criado de V. Alt. que sus reales pies y manos besa. Juan
de Salazar (firma autógrafa)”. Veremos mañana unas ordenanzas sobre los indios.
Ciao, dottore.
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Y también que no había más de 500 cabezas de familia en la enterita e inmensa
provincia del Río de la Plata. Dorme bene, caro figlio.
Es
evidente que Juan de Salazar de Espinosa le dictó la carta a un escribano
porque la letra es mucho más segura que la de su firma, que aparece debajo; se
diría que, a pesar de sus escasos cincuenta años, era verdad que se sentía
viejo y enfermo, como le dice al monarca. El desgaste que sufrían aquellos
“conquistadores” era brutal. En nada pensaría más entonces aquel trabajado
personaje que en la dulzura de la tierruca de sus añoranzas. Pongamos en su
honor una foto de la pequeña, pero ilustre Espinosa de los Monteros.
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