sábado, 16 de enero de 2016

(146) - ¡Bingo, prespicaz ratoncillo de archivos!: al fin has descubierto  que ya conocías a Juan Gómez de Villandrando, ese joven y valioso maestre de campo que iba bajo el mando del tortuoso Rasquín. Ha sido una chiripa (excomulgaré al cursi que diga “senderipity”).
     - Pobre Villandrando. Ya se recoge su triste final en tu biografía, y supongo que casi nadie sabe que se trata de la misma persona. Pero lo explicaremos con calma más adelante, y seguiremos ahora acompañándole en este tragicómico viaje. Le avisaron a Rasquín de que Boyl se había marchado con su nave, y de que los valencianos que iban en la de Villandrando le presionaban para que hiciera lo mismo, a lo que les contestó el idealista mozo que “moriría siguiendo al gobernador porque su profesión así lo exige”. La situación se agravaba porque los pilotos verdaderamente expertos iban con Boyl, y los que quedaban en las dos naos gobernadas por Rasquín equivocaron la ruta. Los embarcados no aguantaban con la raquítica ración de comida y bebida, sabiendo que el mezquino jefe lo acaparaba casi todo, y empezaron a enfermar. En  la nao de Villandrando, “todos acudían a él, como mancebo de buena condición, y no sabía qué les responder y con buenas palabras los callaba, y las mujeres que llevaban niños lloraban delante de él. Consideremos lo que el maestre sentiría siendo caballero tan muchacho y que se había criado muy regalado y nunca se había visto en el mar. Se iba al escotillón y daba a cada uno dos o tres tragos de agua”. Acto seguido, Santoya nos expresa la desesperación y la religiosidad de aquella gente: “En la nao del maestre se decidió escoger a suertes, entre gente de calidad, un romero que, llegados a tierra, estuviese tres días en una iglesia y dijese a su costa tres misas a honor de la Santísima Trinidad, y todos los demás fuesen a las oír de rodillas con sus candelas en las manos”. En la otra nao, “ciertos caballeros habíanse amotinado contra el gobernador,  y con arcabuces y mechas encendidas fueron a su cámara diciendo muera el tirano”. Unos frailes calmaron la situación. El gobernador tuvo que ceder y darles las llaves del escotillón a los amotinados para que ellos hicieran los repartos de comida y agua, y dice Santoya que lo que almacenaba Rasquín era una exageración comparado con lo que llevaba Villandrando en su barco. “Y quiso Dios que, al día siguiente vimos tierra de Barbados”.
A mucha gente le tentó la idea de quedarse en aquellas atractivas islas y poblar allí bajo el mando de Villandrando. Ya veremos que la decisión final fue otra. Ciao, dolce  e sapientissimo preceptore.
     - Deberías hacer una biografía de ese ilustre mancebo, lleno de nobleza, y quizá de soñadora ingenuidad, como se ve en esta parte de su vida, y se repetirá en la segunda y final. Efectivamente: era blanco y en botella, pero todavía dudabas de que fuera el mismo. Dorme bene.



     Qué chapuza de expedición. Iba mal aprovisionada, por la tacañería de Rasquín. La torpeza de los pilotos perdió el rumbo y acabaron a miles de kilómetros del Río de la Plata, su destino, tocando tierra ¡en una isla caribeña!, Barbados (que 100 años después quedaría bajo dominio inglés). En la foto 1, su situación. En la 2, su belleza tentadora, que les hizo pensar a los desesperados españoles en quedarse allí para siempre. Se impuso la sensatez, y siguieron viaje con su fracaso  a cuestas hasta la civilizada Santo Domingo, que, comparado con lo navegado, estaba ‘a tiro de piedra’.



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