(146) - ¡Bingo, prespicaz ratoncillo de
archivos!: al fin has descubierto que ya
conocías a Juan Gómez de Villandrando, ese joven y valioso maestre de campo que
iba bajo el mando del tortuoso Rasquín. Ha sido una chiripa (excomulgaré al
cursi que diga “senderipity”).
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Pobre Villandrando. Ya se recoge su triste final en tu biografía, y supongo que
casi nadie sabe que se trata de la misma persona. Pero lo explicaremos con
calma más adelante, y seguiremos ahora acompañándole en este tragicómico viaje.
Le avisaron a Rasquín de que Boyl se había marchado con su nave, y de que los
valencianos que iban en la de Villandrando le presionaban para que hiciera lo
mismo, a lo que les contestó el idealista mozo que “moriría siguiendo al
gobernador porque su profesión así lo exige”. La situación se agravaba porque
los pilotos verdaderamente expertos iban con Boyl, y los que quedaban en las
dos naos gobernadas por Rasquín equivocaron la ruta. Los embarcados no
aguantaban con la raquítica ración de comida y bebida, sabiendo que el mezquino
jefe lo acaparaba casi todo, y empezaron a enfermar. En la nao de Villandrando, “todos acudían a él,
como mancebo de buena condición, y no sabía qué les responder y con buenas
palabras los callaba, y las mujeres que llevaban niños lloraban delante de él.
Consideremos lo que el maestre sentiría siendo caballero tan muchacho y que se
había criado muy regalado y nunca se había visto en el mar. Se iba al
escotillón y daba a cada uno dos o tres tragos de agua”. Acto seguido, Santoya
nos expresa la desesperación y la religiosidad de aquella gente: “En la nao del
maestre se decidió escoger a suertes, entre gente de calidad, un romero que,
llegados a tierra, estuviese tres días en una iglesia y dijese a su costa tres
misas a honor de la Santísima Trinidad, y todos los demás fuesen a las oír de
rodillas con sus candelas en las manos”. En la otra nao, “ciertos caballeros
habíanse amotinado contra el gobernador,
y con arcabuces y mechas encendidas fueron a su cámara diciendo muera el
tirano”. Unos frailes calmaron la situación. El gobernador tuvo que ceder y
darles las llaves del escotillón a los amotinados para que ellos hicieran los
repartos de comida y agua, y dice Santoya que lo que almacenaba Rasquín era una
exageración comparado con lo que llevaba Villandrando en su barco. “Y quiso
Dios que, al día siguiente vimos tierra de Barbados”.
A mucha gente le tentó la idea de quedarse en
aquellas atractivas islas y poblar allí bajo el mando de Villandrando. Ya
veremos que la decisión final fue otra. Ciao, dolce e sapientissimo preceptore.
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Deberías hacer una biografía de ese ilustre mancebo, lleno de nobleza, y quizá
de soñadora ingenuidad, como se ve en esta parte de su vida, y se repetirá en
la segunda y final. Efectivamente: era blanco y en botella, pero todavía
dudabas de que fuera el mismo. Dorme bene.
Qué
chapuza de expedición. Iba mal aprovisionada, por la tacañería de Rasquín. La
torpeza de los pilotos perdió el rumbo y acabaron a miles de kilómetros del Río
de la Plata, su destino, tocando tierra ¡en una isla caribeña!, Barbados (que
100 años después quedaría bajo dominio inglés). En la foto 1, su situación. En
la 2, su belleza tentadora, que les hizo pensar a los desesperados españoles en
quedarse allí para siempre. Se impuso la sensatez, y siguieron viaje con su
fracaso a cuestas hasta la civilizada
Santo Domingo, que, comparado con lo navegado, estaba ‘a tiro de piedra’.
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