(149) -Tristes y tétricas noches, querido
hijo mío putativo (con perdón). Vístete de luto, ponte shespiriano y canta como
se merece el triste destino de Juan Gómez de Villandrando; pobre muchacho.
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No me tomes el pelo, revoltoso abad. Pero sí es cierto que el bueno de Juan fue
maltratado por la rueda de la fortuna. Santoya nos lo describió con muy
elogiosas palabras: “mozo de hasta 20 años y hombre que de más de 40 parecía en cristiandad y ánimo”; le
consideraba generoso y valiente, pero con un ribete de ingenuidad. Su padre, Juan
de Villandrando, tenía un puestazo: presidente del Consejo de Indias. ¿Qué fue
de este prometedor mancebo cuando desembarcaron en Santo Domingo? Hay quien
dice que ya estaba casado, pero, por sus pocos años, parece más lógico que
allí encontrara a su Julieta y le robara
el corazón (¿voy bien, Sancho?).
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A la altura del Bardo de Avon, mi querubín. Esa preciosa doncella, de solo unos
quince años, que se casó jubilosa con Villandrando, era nieta de Marcelo
Villalobos, el oidor de la audiencia de Santo Domingo compinche de mi sobrino
Juan Ortiz de Matienzo, y estaba emparentada con mi otro sobrino, Pedro, el
alcalde de la tristemente famosa y perlífera isla de Cubagua. Y el destino
siguió enredando.
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Con implacables y rocambolescos resultados, querido Sancho, como los del aleteo
de una mariposa. Tu sobrino Juan se metió en turbios negocios de exploración;
su compañero Ayllón, le arrebató la licencia, muriendo en el empeño, y el
tercer oidor en discordia, Villalobos, consiguió permiso real para poblar la
isla Margarita, que está al lado de la de Cubagua y frente a Venezuela, pero
falleció antes de llevarlo a cabo. Cogió la antorcha su viuda, Isabel de
Manrique, cediendo a su vez los derechos a su hija, Aldonza Villalobos, quien,
al fallecer su marido, se los pasó a la suya, Julieta, digo Marcela Villalobos,
la casi niña esposa de Juan Gómez de Villandrando, ejerciendo este como
gobernador del territorio: en mala hora. Prosiga el mosén.
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En nuestro maravilloso libro lo cuentas divinamente. Todo iba bien, estando el matrimonio serenamente al
mando de la Margarita. Pero un día aciago, el 20 de julio del año 1561, llegó a
la isla el Quinto Jinete del Apocalipsis: Iñigo Lope de Aguirre. El valiente,
sufrido y cruel trastornado acababa de bajar el Amazonas con una expedición
atenazada por el terror, con el suicida propósito de volver por tierra a Perú y
apoderarse del virreinato, aunque lo que le movía era una total desesperación
que solo servía para destruir. Necesitaba provisiones y puso rumbo hacia la
Margarita. Varios de los supervivientes narraron la peripecia, pero el que mejor lo contó fue
Francisco Vázquez. Me tiemblan las carnes. Mañana más.
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Aguirre sufrió muchas injusticias, pero, como veremos, basta el caso de
Villandrando para perderle toda simpatía. Ciao, caro.
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