jueves, 30 de junio de 2016

(Día 312) APRESAR A UN OIDOR era una barbaridad: varios soldados de NARVÁEZ desertan. Su tropa tampoco lo apreciaba, e incluso los indios amigos estaban disgustados. ¡De pronto, la osada determinación!: CORTÉS y sus hombres (276) deciden atacar a los de NARVÁEZ (1.300), con el riesgo añadido de que iban a quedar solamente 80 españoles en la superpoblada y amenazante TENOCHTITLÁN.

(64) –Que ruede el champán, caro figliolo mío, fiel trovador que me has acompañado TRES, SEIS, CINCO días en la sabrosa tertulia (sepan vuesas mersedes que la tertulia con Bernal es continuación de otra anterior).
     -Ha sido maravilloso, tierno ectoplasma; y siempre hemos estado sostenidos por nuevos y generosos amigos. Va por ellos. ¡Salud!
     -Sería un buen momento para bajar la persiana, socio: fue bonito mientras duró. Pero nos va a resultar imposible dejarle a Bernal tirado: es demasiado valioso lo que cuenta, y no menos cómo lo hace; ya es nuestro cuate y estamos en deuda con él. Así que adelante con la dulce tarea de resumir su delicioso libro para que alguien más, aunque solo sea uno más, descubra esa joya ausente de los colegios. Y a su texto volvemos. Le dejamos a Pánfilo de Narváez cometiendo la insensatez de apresar a Vázquez de Ayllón, “aquel tan desacatado delito, que, por tratarse de un oidor, era crimen de lesa majestad y digno de muerte; y como ciertos soldados amigos de Ayllón vieron que había hecho aquel desacato, temiéronse del Narváez porque ya estaba a malas con ellos, y se huyeron a la villa donde estaba el capitán Sandoval, que les hizo mucha honra”.  Tenía, además, comportamientos que sus soldados soportaban de mala manera: “Veían que el Narváez era la pura miseria, y el oro y ropa que Moctezuma les mandó todo se lo guardaba, y aún les decía: ‘Mirad que no falte ninguna manta, que todas están contadas”. Donde ponía el pie, su torpeza arruinaba el trabajo hecho por Cortés: “Sentó su real en Cempoala, y lo primero que hizo fue tomarle al cacique gordo por la fuerza todas las mantas y oro que Cortés le dio a guardar antes de partir para Tlaxcala, y las indias que nos habían dado los caciques, que las dejamos en sus casas de sus padres porque eran hijas de señores y muy delicadas para andar en la guerra. Y le dijeron los indios que cuando estaba el Malinche, no les tomaba ninguna cosa e que era muy justo. Y el veedor Salvatierra, que era el que más bravezas hablaba, dijo a los de Narváez: ‘¿No oís qué miedo tienen estos caciques de este nonada de Cortesillo?’. Pues mejor que no dijera mal de lo bueno, porque cuando dimos sobre el Narváez, uno de los más cobardes fue el Salvatierra, porque estaba mal engalibado (diseñado), y no de lengua”. Como los primeros envites se convirtieron en humo, Cortés y los suyos se dejaron de jueguecitos: “Todos acordamos que brevemente, sin más aguardar otras razones, fuésemos sobre Narváez, quedando en México Alvarado en guarda de Moctezuma”.
     -Esto se pone al rojo vivo; sigue, reve: lo estás contando de cine.
     -Pánfilo de Narváez hizo bueno su nombre en México: le faltaron reflejos y Cortés se lo zampó. Se confió relajadamente porque la diferencia en número de soldados era enorme; sin embargo Cortés jugó precisamente esa baza, la de pillarle medio atontado. Una vez más, apostando temerariamente (¿y van cuántas?). Se quedaron con Alvarado “todos los soldados que no estaban en disposición de ir a aquella batalla, y también los que parecían ser amigos de Diego Velázquez (80 en total)”. Pues bien, los soldados de Narváez eran unos 1.300; los de Cortés, 276, y esta vez sin ayuda de  los indios de Tlaxcala, porque les dio miedo participar en aquella locura. Y comenzó la dramática partida  hacia el terrible enfrentamiento: “E nos abrazamos unos soldados a los otros, y sin llevar servicio, sino a la ligera (eran unos 350 km), fuimos por el camino de Cholula”. En la marcha hacia el campamento de Narváez, Cortés se detuvo en Panganequita, y le mandó algún mensaje apaciguador, dándole a entender que se habían acercado para facilitar la comunicación, pero advirtiéndole “que si sigue alborotando la tierra, iremos contra él a le prender y enviarle preso a nuestro rey y señor”.

     (Foto: El ‘lumbreras’ Diego Velázquez, gobernador de Cuba, creó una situación de altísimo riesgo. El ejército de su enviado, Pánfilo de Narváez, estableció el campamento en Cempoala. Desde la Villa Rica, Gonzalo de Sandoval, llevando unos 60 soldados,  fue a unirse con Cortés en Panganequita, a unos 50 km de Cempoala; en total, 276 héroes que sufrían una doble desesperación: no solo se iban a enfrentar a las fuerzas de Narváez, casi cinco veces más numerosas, sino que, además, no podían olvidar que Pedro de Alvarado  solo disponía en México de 80 soldados para hacer frente a un aluvión de mexicanos si, como parecía, lanzaban su ataque arrollador).


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