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–Apresar a Moctezuma, querido tertuliano, equivalía a desactivar una bomba arrasadora cortando al
azar un cable entre un manojo de conexiones. Pero era la menos mala de las
opciones.
-Pues Cortés, querido maestro, tomó al
instante (era su estilo) otra decisión que calentó más, si tal cosa era
posible, la caldera mexicana. Moctezuma, para complacer al controlador
extremeño, había dado orden de que se trajera a México apresados a los
capitanes que atacaron a los españoles en la zona de la Villa Rica, resultando
muertos Juan de Escalante, seis soldados y muchos indios totonacos. Misión
cumplida: se los entregaron a Cortés; “y tomada confesión, dijeron ser verdad
los hechos, e que su señor les había mandado hacerlo; e Cortés le hizo saber a
Moctezuma que le acusaban de aquella cosa, y él se disculpó cuanto pudo”. En
uno de sus típicos razonamientos manipuladores, Hernán le dijo que no le creía
a él, sino a los capitanes aztecas, “mas que le quiere tanto que antes pagaría
él mismo la culpa que vérsela pagar a
Moctezuma. Y sin gastar más razones, Cortés sentenció a aquellos capitanes a muerte e que fuesen quemados delante de los
palacios de Moctezuma; e así se ejecutó luego la sentencia”. Los quemados en la
plaza mayor fueron 16, ante un público silencioso y, sin duda, espantado por la terrorífica actuación de los
españoles. ¿Qué opinas?
-Ya sabes, joven, que Cortés siempre
actuaba calculando los resultados; no buscaba el gustazo de la venganza, sino
fortalecer su posición. Quizá este terrible golpe bajo al orgullo mexicano tuvo
mucho que ver con futuros pesares de los españoles, pero, de momento, no hubo
problemas. ¿Y gracias a quién? Por increíble que parezca, gracias a Moctezuma. ¿Qué
misteriosos planteamientos había en su cabeza? Caben muchas interpretaciones:
pusilanimidad, sensatez, fatalismo, cálculo…, de todo, sin descartar la clara
visión de que a su cultura le iba a llegar la última hora, si no entonces, poco
después, pero irremediablemente. Veamos
el primer síntoma claro de que renunció a la lucha: “Moctezuma decía que
le convenía estar preso, y que los parientes y principales que lo visitaban
querían sacarle de la prisión y dar guerra a los españoles, y que si le
liberaban le obligarían a ello; pero que él no quería revueltas en la ciudad, e
que si él no hiciera su voluntad, quizá nombraran a otro señor, por lo que les
quitaba esos pensamientos diciéndoles que su dios Huichilobos quería que
estuviera preso”.
(Con tu venia, secre, sigo). Bernal hace
un resumen de los últimos sustos (hasta ahora), pero se siente muy orgulloso.
Allá va su parrafada: “Digamos que cuando este castigo se supo, temieron en
toda la Nueva España, y los pueblos de la zona en la que los mexicanos mataron
a nuestros soldados volvieron a servir muy bien a los vecinos de la Villa Rica.
E han de considerar los curiosos que esto leyeren los grandes hechos que
hicimos: dar al través con los navíos; entrar
en tan fuerte ciudad, teniendo tantos avisos de que allí nos habían de
matar; tener tanta osadía de prender en ella al gran Moctezuma dentro de la
gran ciudad y en sus mismos palacios, con tantos guerreros de guarda; osar
quemar a sus capitanes delante de sus palacios. Muchas veces, agora que soy
viejo, me paro a considerar las cosas heroicas que hicimos, y digo que no las
hacíamos nosotros, sino que venían encaminadas por Dios. Porque, ¿qué hombres
ha habido en el mundo que osasen entrar, sin llegar a ser 400, en tan fuerte
ciudad, que es mayor que Venecia, estando apartados de nuestra Castilla más de
1.500 leguas (unos 8.500 km), y prender a un tan gran señor y hacer justicia de
sus capitanes? Porque hay mucho que ponderar en ello, y no así secamente como
yo lo digo”. Y no olvidemos que habla conmocionado por la terrible aventura que
acaban de vivir, sin mencionar las padecidas anteriormente, que fueron de gran
heroicidad (Tabasco, Tlaxcala, Cholula…).
(Foto: Lo que rodeaba al pequeño grupo de
españoles era un ejército de decenas de miles de guerreros aztecas curtidos en
las batallas más brutales. Bernal describe repetidamente las temibles espadas
que usaban, llamadas ‘macáhuitl’; dice que eran “a dos manos (con doble filo), con pedernal (obsidiana) incrustado, y cortaban más
que navajas”. Añádanse los escudos, las lanzas, los arcos de flechas y las
pedradas con las hondas).
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