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–Cortés, escudero mío, disfrutaba con los fingimientos.
-Ciertamente, mi señor: habría triunfado
en la escena. Una y otra vez miente para conseguir algo. Le encantó saber que
Sandoval mandaba presos a México a los representantes de Narváez. Pero hizo ‘su
numerito’. Antes de que llegaran, “les mandó cabalgaduras (iban ridículamente sujetos en hamacas), ordenando que se les
dejase libres, y escribiéndoles que le pesó que Gonzalo de Sandoval, en lugar
de hacerles mucha honra, les hubiese hecho tal desacato. Y cuando llegaron a
México, les salió a recibir y los metió en la ciudad muy honradamente. Y desque
el clérigo y los demás vieron que México era tan grandísima ciudad, y la
riqueza de oro que teníamos, e otras muchas ciudades en el agua de la laguna,
estaban admirados. Y Cortés les habló de tal manera, con prometimientos y
halagos, y aun les untó las manos (hablemos
claro) con barritas de oro y joyas, y además los tornó a enviar a su
Narváez con provisiones que les dio para el camino, que los que venían muy
bravosos leones, volvieron muy mansos y se le ofrecieron por servidores”. Qué
bien encaja aquí aquella frase.
-La que le gustaba citar a Bernal,
pequeñuelo: “Que dádivas quebrantan peñas”; rotunda y cruda como la vida misma.
Las joyas y el relumbrón de México, más las carantoñas de Cortés hicieron
milagros. Y tan convertidos quedaron a la santa, verdadera y única fe que “en
cuanto llegaron a Cempoala e dieron relación a su capitán, comenzaron a decir a
todo el real (campamento) de Narváez
que se pasasen a nosotros”. Empezó entonces una maraña de lances entre Cortés y
Narváez, como incansables espadachines, hasta que ganara el más fuerte o el más
hábil. El primer paso lo dio Hernán mandándole un escrito marca de la casa: “Le
pedía por merced, con muchas caricias y ofrecimientos, que no alborotase la
tierra, para que los indios no viesen diferencias entre nosotros; y esto del
ofrecimiento lo decía porque éramos muy pocos soldados en comparación con los
de Narváez. Y le dijo que se holgó mucho con su llegada, y le pidió que no
diera causa a que Moctezuma, que estaba preso, se soltara, ni a que la ciudad
se levante. Y se le ofreció con su persona y hacienda. Y también escribió al
oidor Ayllón, mandándole ciertas joyas para sus amigos. Pero cuando recibió la
carta Narváez, andábala mostrando a sus capitanes, haciendo burla de ella y de
nosotros”. Primer empate. Pero la situación era muy complicada, y tumbar a Narváez
requería mucho esfuerzo, habilidad y paciencia. El primer objetivo de Cortés
fue ganarse a los soldados de su enemigo, “que no venía bien apreciado por sus capitanes”. Comenzó como
‘colaboracionista’ suyo el untado clérigo Guevara, que se dedicó a largar a
favor de Cortés entre la tropa, y da la impresión de que Narváez no reaccionó
con la suficiente energía, pues hasta a él mismo le habló el reverendo de las
maravillas que había hecho Hernán al servicio de Su Majestad, queriéndole
convencer de que se aliara pacíficamente con él. Su reacción fue demasiado
suave: “Y como esto oyó el Narváez, se enojó mucho con el padre Guevara y le
dijo que no le quería ver más ni escuchar”. Y tras un clérigo, otro: llegó el
capellán de Cortés, fray Bartolomé de Olmedo, con el mensaje para Narváez de
que “hará todo lo que le mande, e que quiere que tengan paz y amor; y, como era
cabezudo y venía muy pujante, no le quiso oír, diciendo delante del padre que
Cortés y todos nosotros éramos unos traidores”. Y tras los frailes, el oidor:
Lucas Vázquez de Ayllón (el colega de mi sobrino Juan) le dio la tabarra a
Narváez recordándole que su expedición
no era legal, “y lo decía más claramente después de ver las cartas de Cortés y
los tejuelos (barritas) de oro”.
Narváez, ya fuera de quicio, cometió un error que, a la larga, le traería
graves consecuencias: “Por consejo de algunos capitanes suyos, y sobre todo por
el gran apoyo que tenía Narváez en el obispo Juan Rodríguez de Fonseca (voy a tener pesadillas), tuvo tal
atrevimiento que prendió al oidor del rey (era
una gravísima osadía), lo embarcó en un navío y lo envió a Cuba”.
(Foto: Un brevísimo resumen de lo que mi
querido hijo putativo escribió
extensamente sobre Juan Vázquez de Ayllón en mi maravillosa biografía (que el Señor
le colme de mercedes). Mi sobrino Juan financió una expedición esclavista que
recorrió la costa mexicana hacia Florida descubriendo nuevas tierras. Pidió
licencia al rey para poblarlas, pero, ganándole la partida, fue el aprovechado
Ayllón quien consiguió el permiso. En el mapa se ve el recorrido de la
aventura, en la que iban bajo su mando 600 españoles; murió en el empeño, y
solamente 150 volvieron vivos. Esto ocurrió en 1526, seis años después del
conflicto con Narváez, y el único logro del oidor metido a aventurero fue crear
la primera población europea de Norteamérica,
San Miguel de Guadalupe).
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