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–Veamos, my dear, cómo surgían los mitos de gigantes.
-Es que la naturaleza es engañosa, my
honest priest. Dice Bernal que les preguntaron a los tlaxcaltecas de dónde
procedían, “pues tan diferentes y enemigos eran de los mexicanos. Y contaron
que les dijeron sus antepasados que antiguamente había entre ellos hombres muy
altos y de grandes huesos, y porque eran muy malos los mataron peleando con
ellos. Y para que lo viésemos, nos trajeron un hueso de ellos, que va de la
rodilla a la cadera, del altor de un hombre. Yo me medí con él, y tenía tan
gran altor como yo, que soy de razonable cuerpo; todos nos espantamos y tuvimos
por cierto haber habido gigantes en esta tierra. Y aquel gran hueso lo mandamos
a Castilla para que lo viese Su
Majestad”. Esta historieta del fósil nos sirve, al menos, para saber que Bernal
no era un canijo.
-Razonaron con lógica, secre, pero tenían
de todo menos paleontólogos para poder saber que se trataba de fósiles de
animales ya desaparecidos. También habían asimilado, como Moctezuma, la
creencia de que “vendrían unos hombres desde donde nace el sol a les sojuzgar y
señorear, y dijeron que si somos nosotros, que se holgarán dello, pues tan
esforzados y buenos somos”. Pero, como todos aquellos pueblos, los de Tlaxcala
tenían su parte siniestra: “Había unas casas de madera hechas de redes y llenas
de indios e indias encarcelados y a cebo engordándolos para sacrificar y
comer, las cuales cárceles las deshicimos
para que se fueran los presos. Y los tristes indios no osaban ir a sitio
ninguno sino estarse allí con nosotros (terrible:
único refugio), y así escaparon las vidas. Y dende en adelante, en todos
los pueblos en que entrábamos, lo primero que mandaba nuestro capitán era
quebrarles las cárceles y echarles fuera los prisioneros. Y Cortés mostró tener
mucho enojo de los caciques de Tlaxcala y se lo riñó bien enojado, y
prometieron que no matarían ni comerían de aquella manera más indios”. Bernal
termina la historia con el desencanto de la realidad. “Digo yo, ¿qué
aprovechaba todos aquellos prometimientos si, en volviendo la cabeza, hacían
las mismas crueldades?”. Y llegó, por fin, el gran momento.
-No sin discordias, querido Sancho.
“Viendo Cortés que hacía 17 días que estábamos holgando en Tlaxcala, acordó con
los que le teníamos buena voluntad partir en breve hacia México, pero hubo en
el real muchas pláticas de disconformidad por los grandes poderes que tenía
Moctezuma. Cuéntanos la réplica de Cortés.
-Para Cortés y sus entusiastas era
impensable renunciar ya a México, y dijo
que “sobraban otros consejos; y viendo su determinación, y sintiendo sus
contrarios que muchos de los soldados le ayudábamos a Cortés y decíamos
‘¡adelante, en buena hora!’, no hubo más contradicción. Los que andaban en
pláticas contrarias eran los que tenían haciendas en Cuba; que yo e otros pobres
soldados teníamos siempre ofrecidas nuestras ánimas para Dios que las creó, y
los cuerpos a heridas y trabajos en servicio de Nuestro Señor Dios y de Su
Majestad. Viendo los caciques de Tlaxcala que queríamos ir a México, pesábales
en el alma”. Se hartaron de decirles que era un desatino, y que, si iban, que
nunca se fiaran, y que “so color de paces, los mexicanos les harían mayores
traiciones”. Curiosamente, todavía estaban allí los embajadores de Moctezuma,
“y decían que el mejor camino para ir a
México era por la ciudad de Cholula, y nos pareció bien, por lo que los
caciques se entristecieron y nos dijeron que no fuéramos por allí porque en
Cholula siempre tiene Moctezuma sus tratos dobles encubiertos; pero, por más
que nos dijeron, acordamos ir por Cholula”. Pésima decisión.
(Foto: zona arqueológica de la gran
pirámide de Cholula, con el santuario de Nª Sª de los Remedios encima).
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