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–No nos olvidemos de nuestra querida doña Marina, soñador.
-Tú y yo sabemos, poético abad, que
permanece en la sombra, pero influyendo con su presencia al lado de Cortés;
ahora más que nunca, porque se ha convertido en su amante desde que
Puertocarrero partió para España. El mancebo Bernal no aguantará mucho sin hablar de ella. Pero dejémosle que siga con
la batalla contra los tlaxcaltecas: “Y tengo para mí que les matamos
entonces 4 capitanes; luego se retiraron
y se llevaron la yegua, a la que hicieron pedazos para mostrarlos en todos sus pueblos (como prueba de que los caballos eran vulnerables)”.
Siguió durísima la pelea, pero más tarde supieron que se sintieron derrotados
“porque les matamos muchos indios, y entre ellos 8 capitanes muy principales; y
desque nos vimos con victoria, dimos muchas gracias a Dios Nuestro Señor; y con
el unto del indio que ya he dicho, se curaron nuestros heridos, que fueron 15,
y murió uno de ellos, y también se curaron 4 caballos. Y al otro día, dijo
Cortés que era mejor ir nosotros a acometerlos, para que no sintieran nuestra
flaqueza”. Salieron 7 jinetes, unos 200 soldados y sus amigos totonacos, dejando una reserva en el ‘real’
(acuartelamiento).
-Alto, socio, porque tenemos que fijarnos
en un detalle importante: la forma de actuar de los indios amigos. Vamos a ver
un pequeño aperitivo de la ‘vista gorda’ que harán los españoles sobre su
comportamiento, dependiendo de las circunstancias: en las batallas decisivas,
les recompensaban su valor y sacrificio ‘disimulando’ (como decían ellos) verdaderas
salvajadas. Sigue Bernal: “Por los
pueblos prendimos veinte indios e indias sin hacerles ningún mal; y
nuestros amigos, como son crueles, quemaron muchas casas. Y llegados al real,
Cortés mandó que se soltasen los prisioneros, se les dio de comer y doña Marina
y Aguilar les halagaron y les dijeron que no fuesen locos, que viniesen de
paz”. Cortés los envió después, con los otros dos principales que tenían
apresados, adonde el cacique Xicotenca (hijo)
con el mensaje de que solo querían pasar por Tlaxcala para llegar adonde
Moctezuma. La respuesta no fue muy educada: “Que fuésemos, y que harían las
paces hartándose con nuestras carnes y honrando a sus dioses con nuestros
corazones y sangre”. Supieron también que el ejército tlaxkalteca estaba unido
y era terrorífico: 50.000 hombres.
-Nunca lo tuvieron más difícil. ¿Cómo lo
vieron, daddy?
-Bernal no puede esconder el terror que
sentían: “Y desque aquello supimos, como somos hombres y temíamos la muerte,
nos confesamos con el padre de la Merced y con el clérigo Juan Díaz, que toda
la noche estuvieron en oír de penitencia y encomendándonos a Dios que no
fuésemos vencidos”. Fue tan importante el día de la batalla, que Bernal da la
fecha, 5 de setiembre de 1519, y explica el perfecto orden con que diseñaron el
ataque, “y supimos cierto que vendrían con intención de no dejar ninguno de
nosotros con vida sin que fuera sacrificado a sus ídolos”. La lucha fue feroz,
“y una cosa nos daba la vida, y era que como estaban muy amontonados, los tiros
les hacían mucho mal, y demás desto el Xicotenca no era obedecido por dos
capitanes que le eran contrarios, y como ya peleaban de mala gana y veían que
les hacíamos mucho daño, comenzaron a aflojar. Y desque nos vimos libres de
aquella multitud, dimos muchas gracias a Dios. Nos mataron a un soldado e
hirieron a más de setenta y a todos los caballos. A mí me dieron dos heridas,
una pedrada en la cabeza y un flechazo en el muslo, mas no eran para dejar de
pelear, y asimismo lo hacían todos los que estaban heridos”.
(En la foto, la habitual misa antes de la
batalla: eran brutales, pero creyentes, y solo podían mantener a raya el pánico
con el consuelo de la fe. Aunque estuvieran en la retaguardia, también muchos
clérigos acababan masacrados).
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