martes, 28 de junio de 2016

(Día 310) MOCTEZUMA muestra su doblez tratando de sacar ventaja con la llegada de la armada del gobernador. PÁNFILO DE NARVÁEZ manda unos delegados a VERACRUZ para que GONZALO DE SANDOVAL entregue la villa, pero el joven capitán los envía presos a MÉXICO. El insensato plan del gobernador estaba respaldado por el poderoso obispo JUAN RODRÍGUEZ DE FONSECA.

(62) –Imposible saber, mon cher ami, a qué jugaba Moctezuma.
     -Su maleable comportamiento, mon reverend, resulta desconcertante, porque se da de bofetadas con su ‘hoja de servicios’: llevaba 18 años de emperador, y alcanzó el máximo poder tras larga experiencia como jefe supremo del ejército azteca que sometía a los pueblos de un amplísimo entorno; logró, además, con energía implacable, tener bajo su control a todos sus posibles rivales. Solo una vejez prematura podría explicar sus titubeos: rondaba entonces los 56 años. ¿Okay, daddy?
     -Rasón tenedes, amigo escribano. Reaccionó con doblez: “Y cuando Moctezuma supo la noticia, tuvo gran contento porque, como Narváez llegó tan poderoso, creyó que nos prendería, y le mandó mucho oro. E Cortés, que no sabía nada, estando con él vio que andaba muy contento, y le preguntó la razón, e, para que no le tuviera por sospechoso, le hizo saber de los 18 navíos que habían llegado, diciendo que se holgaba porque ya no tendrían que hacer otros para ir a Castilla”. De tramposo a tramposo, Cortés se mostró entusiasmado, diciéndole: “¡Gracias a Dios!, que siempre provee”. Y si Cortés fingió, la ilusa tropa se puso eufórica creyendo que les llegaba una maravillosa ayuda: “Pero Cortés estuvo muy pensativo porque bien entendió que aquella armada la enviaba Diego Velázquez contra todos nosotros, y, como sabio que era, nos comunicó todo lo que pensaba, y con grandes dádivas de oro que nos daba y ofrecimientos de que nos haría ricos a todos, nos atraía para que le fuéramos fieles a él”. Al final va a resultar que la sed insaciable de oro que tenía Cortés quizá no fuera pura codicia, sino visión clara  y anticipada de que le haría falta para sacar adelante la empresa. Y pronto el recién llegado Pánfilo de Narváez mostró sus intenciones. Los tres impresentables desertores de Cortés le informaron al detalle de la precaria situación de la Villa Rica, donde estaba al mando el competente Diego de Sandoval con pocos soldados y muchos heridos y ancianos, por lo que mandó a aquel ‘hospital’ por la vía rápida “al clérigo Guevara, que tenía mucha expresiva, a un hombre que se decía Amaya, de mucha importancia, pariente del gobernador Velázquez, y al escribano Vergara con tres testigos (viva el protocolo) para que notificasen a Diego de Sandoval que se entregase a Narváez, para lo que traían provisiones”. El casi mancebo capitán ya estaba al tanto de la llegada de la armada, “y como era muy varón en sus cosas, siempre estaba muy apercibido, y sus soldados bien armados”.
      (No me interrumpas, secre, que voy lanzado). Ya lo creo que espabiló Sandoval; sabía que vendrían y lo organizó todo: “Para estar más desembarazados de los soldados viejos e dolientes, los envió a un pueblo de indios amigos; les habló a sus soldados para que no entregasen la Villa Rica, y todos se mostraron conformes. Y (por si acaso, y, además, hace impresión) mandó hacer una horca en un cerro”. Cuando llegó la lustrosa embajada, “el clérigo saludó: ‘En buena hora estéis’, y el Sandoval le dijo que en tal hora viniese”. El experto en sermones, con su  buena ‘expresiva’, se embaló con razonamientos medio escolásticos dejando claro “que Cortés y todos ellos habían sido unos traidores, y que les venía a notificar que fuesen presto a dar obediencia al señor Pánfilo de Narváez. E como el Sandoval oyó aquellos descomedimientos, se estaba carcomiendo de pesar de lo que oía, y le dijo: ‘Señor padre, muy mal habláis en llamarnos traidores, y porque sois clérigo no os castigo conforme a vuestra mala crianza. Andad con Dios a México, que allá está Cortés y él os responderá”. El cura no cedía, apoyado por el escribano, y volvió a llamarlos traidores. El final de este sainete fue fulminante, pero cómico: “Al oír esa palabra, Sandoval le dijo que mentía como ruin clérigo, y luego mandó a sus soldados que los llevasen presos a México. Y no terminó de decirlo cuando en hamaquillas de redes, como ánimas pecadoras, los llevaron a cuestas los indios amigos, y en cuatro días, con otros indios de posta de noche y de día, llegaron cerca de México”.

     (Foto: Véase el sepulcro de mi “padrino”, el obispo Juan Rodríguez de Fonseca, situado en la iglesia de Santa María la Mayor de Coca, provincia de Segovia. Astuto, trabajador incansable, autoritario, maquiavélico, y muy enemigo de sus enemigos. Con su enorme poder estuvo a punto de echar a pique toda la obra de Cortés para favorecer al gobernador de Cuba, Diego Velázquez, aunque le faltó tiempo para hacerlo: murió en 1524. Sepan vuesas mersedes que no todo era corrupción en aquella época. Hubo un hombre modélico en lo religioso y en lo político, el más grande y más honrado personaje de estado que han dado estas sufridas tierras: el Cardenal Cisneros).


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