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–Cortés era un líder excepcional, querido escribano público, y su gente ‘disimulaba’
ciertas cosas, pero el abuso es corrosivo.
-Asistamos con Bernal, querido maestro, al
sucio reparto: “Primero se sacó el real quinto, y luego Cortés dijo que le
sacasen a él otro quinto, pues se lo prometimos (una espina clavada en la manipulada tropa: nadie en Indias se atrevió
a tanto); luego dijo que se sacase del montón oro porque había hecho un
gasto para la armada en Cuba, y, demás desto, para Diego Velázquez por los
navíos que habíamos dado al través; y para los procuradores que fueron a
Castilla, e también para los 70 vecinos de la villa Rica; para el caballo que
se le murió y para la yegua de Juan Sedeño; e luego, para el fraile y el
clérigo y los capitanes y los que traían caballos y escopeteros e ballesteros,
dobladas partes, e otras socaliñas (artimañas).
De manera que quedaba muy poco por repartir, y, por ser tan poco, muchos
soldados no lo quisieron recibir; y con todo se quedaba Cortés, pues en aquel
tiempo no podíamos hacer otra cosa sino callar”. ¿Qué te parece, daddy? Era un tipo
peligroso.
-Pero ya sabes, jovenzuelo, que el
egoísmo, de rebote, puede ser beneficioso para los demás: la vaca tiene que
rumiar para dar leche. Cortés jugaba con el abuso hasta el borde de la
rebelión, y casi nunca se despeñaba, aunque iba sembrando peligrosos vientos. Y
remendaba algunos cabreos: “Secretamente daba a unos y a otros como si fuera
merced suya, para contentarlos, y, con las buenas palabras que les decía, lo
aguantaban. Había un tal Cárdenas, que era piloto, y el pobre tenía en su tierra
mujer e hijos, y como, al repartir el oro, vio que no le daban sino 100 pesos (400 gramos), cayó malo de tristeza; y
decía: ‘¿y no he de estar malo viendo que Cortés como rey se lleva el quinto
haciéndonos firmar con los embustes que tuvo, y que sacó seis mil pesos para su
padre, Martín Cortés, estando yo y otros pobres de noche y de día batallando?’.
Cortés supo estas palabras, y, como le decían que había muchos soldados
descontentos por el reparto y por lo que había hurtado del montón, nos hizo un
parlamento con palabras muy melifluas diciendo que no quería el quinto y que el
oro que había llegado era un poco de aire, que mirásemos las grandes ciudades
que hay y que todos seríamos señores dellas y muy ricos. Y dijo otras cosas muy
bien dichas, que las sabía bien proponer”. Qué liante. Pero había, además,
otras raposas escondiendo oro. Sentencia Bernal: “Como los hombres comúnmente
deseamos el oro, y mientras más se tiene más se quiere, aconteció que faltaban
muchas piezas de los montones de oro. Juan Velázquez de León, que era muy
privado de Cortés, se mandaba labrar grandes cadenas de oro y vajillas para su
servicio, y, como Gonzalo Mexía, el tesorero, le decía que se las diese para
quintar para Su Majestad por ser oro del de Moctezuma, le contestó que no le
daría ninguna cosa, porque Cortés se lo había dado antes de que se fundiese en
barras. Y de palabras en palabras, se desmandaron, echaron mano a las espadas y
salieron heridos, por lo que Cortés los puso presos, soltando enseguida al
tesorero. Y esto lo hacía para que viésemos que hacía justicia con Juan
Velázquez aun siendo los dos uña y carne”. Moctezuma se enteró por el paje
Orteguilla de que estaba preso y le preguntó a Cortés por qué había encerrado a
su amigo, y el mentiroso patológico elaboró un truco para conseguir algo más de
botín: “Le dijo medio riendo que lo tenía preso para que no matase a algún
cacique, porque estaba medio loco y quería ir por los pueblos para conseguir
más oro. Y Moctezuma le respondió que le pedía por merced que le soltase, y que
él enviaría a buscar más oro y le daría de lo suyo. Y Cortés hacía como que le
disgustaba soltarlo, y al fin dijo que lo haría por complacerle a Moctezuma. He
traído esto a la memoria para que vean que Cortés, so color de hacer justicia
para que todos le temiésemos, usaba de grandes mañas”.
(Foto: El gran Chaplin en “La quimera del
oro”. El amor puede ser tan ilusorio como el dorado metal, pero, al mismo
tiempo, de gran nobleza. Lo que verdaderamente ansiaba el desarrapado Charlot
era el corazón de una amada imposible, que le dio una cita cruelmente fingida.
De tanto esperarla, se duerme, y nos deleita con su sueño: el tierno y gracioso
baile de los panecillos dedicado a la ingrata. Ella se lo perdió).
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