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–Éramos pocos, compañeiro, y apareció Pánfilo de Narváez.
-En el peor momento, querido maestro, con
una ceguera política absoluta, sin ningún sentido de Estado y poniendo en
peligro, por ambiciones personales, todo lo conseguido. ¿Cómo pudo ocurrir?
-Va a ser un prolongado rompecabezas,
secre. El ambicioso (y, en otras ocasiones, competente) gobernador de Cuba,
Diego Velázquez de Cuéllar, no pudo evitar que Cortés se escurriera de su
mando, con habilidad primorosa pero incurriendo en una rebeldía penada con la
muerte. Y sabía que, con los grandes éxitos obtenidos, el ‘traidor’ quedaría
purificado, glorificado y dueño absoluto de todo México. No deseaba otra cosa sino decapitarlo y
aprovecharse de lo conquistado, probablemente más lo primero que lo segundo. Si
mataba a Cortés, habría hecho justicia. Y, si luego el rey le cortara la cabeza
a él, también: por bobo; nada le importó a Velázquez, ni siquiera que México se
perdiese. Y, ¡oh, Dios mío!, tenía un apoyo incondicional de mi ‘padrino’,
Fonseca, máxima autoridad de Indias porque entonces Carlos V estaba fuera de la
corte. Esto dice Bernal: “El Diego Velázquez, con el gran favor del obispo
Fonseca, hizo una armada de 19 navíos y 1.400 soldados, con artilleros,
ballesteros, escopeteros y 80 de
caballería (‘esta vez Cortés no se me
escapa’), poniendo como capitán a Pánfilo de Narváez, y aunque era bien gordo y pesado, él mismo
andaba de villa en villa alistando gente”. Con sentido realista, los frailes
jerónimos, que ostentaban provisionalmente el poder del rey en aquellas
tierras, “y tenían conocimiento de los muchos y buenos servicios que habíamos
hecho, dijeron que Diego Velázquez no tenía razón de venir sin permiso a tomar
venganza de nosotros, sino que debería demandarlo por vía judicial, y que haría
gran estorbo a nuestra conquista; por lo que acordaron mandar al oidor de la
audiencia Lucas Vázquez de Ayllón para que se lo impidiese”. ¡Oh, Lucas! Qué
interesante lo que contaste sobre él en nuestro libro, pequeño Homero. Yo los
conocía a todos ellos, aunque no los volví a ver, porque pronto me iría hacia
las pacíficas y etéreas praderas de Quántix. Pero mi sobrino Juan Ortiz de Matienzo,
que el pobre tuvo la conciencia deteriorada, era colega suyo, y hasta socio en
una expedición esclavista, si bien Lucas le traicionó después: le robó la
licencia para otro viaje, aunque dejando la vida en la expedición. Pero ese
Lucas tan poco fiable, en este caso va a actuar sensatamente, aunque sin éxito,
mediando entre Cortés y Narváez. Se fue
como un rayo el oidor Ayllón a Cuba, y le leyó a Velázquez todas las
disposiciones protocolarias que le prohibían enviar la armada a México: papel mojado. “Por más
requerimientos que le hizo, no aprovechó cosa ninguna, porque como el Diego
Velázquez era tan favorecido del obispo Fonseca, y había gastado tanto en la
armada, no tuvo los requerimientos en una castañeta, sino que se mostró más
bravoso”. O sea que, el que perseguía al alzado, se alzó también desobedeciendo
al representante del rey. Y digamos que, aunque Ayllón, como yo (ten piedad,
Señor), era un criadillo de Fonseca, tomó una decisión correcta: “Y desde que
esto vio el oidor, vínose también en la armada para poner paces y dar buenos
conciertos entre Cortés y Narváez”. Llegaron a San Juan de Ulúa (ya saben: el puerto de Veracruz), y
aparecieron pronto tres soldados de Cortés que andaban de mineros por la zona y
eran gente poco recomendable; uno de ellos queda retratado con el apodo que
tenía: Cervantes el Chocarrero. “Como eran ruines y soeces, le dijeron a
Narváez mucho más de lo que quería saber”. Le pusieron al corriente de toda la
situación de los españoles, materia sensible incluida. Y Pánfilo comenzó a dar
muestras de su torpeza y su vista de poco alcance: “Narváez mandó recado a
Moctezuma diciendo muchas malas palabras, descomedimientos y desatinos de todos
nosotros, y que él le iba a liberar”. Y el voluble Moctezuma cambió al instante
de bando…
(Foto: El grabado es precioso pero
escalofriante; Cortés y los suyos están temblando ante la muy alta probabilidad
de que esas masas de guerreros se decidan a aniquilarlos, y se acaban de
enterar de que el insensato gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar
–premio al más tonto del siglo XVI-, ha enviado una enorme flota con las mismas
intenciones).
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